Lo mejor y lo peor

Publicado en el Diari de Tarragona el 19 de marzo de 2020


El reconocimiento final de que la crisis sanitaria que vivimos es algo muy serio nos ha sumergido en una situación inédita que resultaba inimaginable hace apenas un mes. Lo contaremos a nuestros nietos. Y como suele suceder en los momentos críticos, este contexto que nos pone a prueba individual y colectivamente está sacando lo mejor y lo peor de nosotros mismos. Como decía Albert Einstein, “sin crisis no hay mérito porque todo viento es caricia”.

Por un lado, las restricciones a la movilidad y los problemas que se derivan de estas medidas están explicitando los recursos anímicos y éticos latentes que anidaban en nuestra sociedad, y nos están demostrando que vivimos rodeados de personas realmente excepcionales: una población que respeta de forma abrumadora las indicaciones de las autoridades sanitarias, recluyéndose en sus hogares con un civismo ejemplar; ciudadanos individuales que hacen un esfuerzo por mantener alta la moral colectiva, con todo tipo de iniciativas excéntricas para animar a sus vecinos; familiares y amigos que demuestran constantemente su cariño, preocupándose sinceramente por nuestro estado físico y anímico; profesionales de la sanidad y los servicios básicos que arriesgan cada día su salud para asegurar nuestro bienestar; gente anónima que se ofrece de forma desinteresada para echar una mano a los más vulnerables, ayudándoles a realizar sus compras o gestiones; entidades de voluntariado que mantienen su labor, pese a los riesgos que pueden acarrear las actuales circunstancias; empresas de todo tipo que regalan temporalmente sus servicios para hacer más llevadero el confinamiento…

Hemos visto a taxistas que ponen sus vehículos a disposición de los hospitales para el traslado de enfermos, compañías de internet que suspenden las tarifas de sus productos (libros, películas, juegos) mientras dure la cuarentena, gimnasios que diseñan y difunden tablas de ejercicios para que las familias puedan mantenerse activas durante el encierro, médicos jubilados que asesoran online a quienes tengan dificultades para acercarse a un centro sanitario… Estos días trágicos están sirviéndonos a muchos para reconciliarnos con el mundo. Y, lo que también es importante, para redescubrir la maravillosa herramienta que es un sentido del humor a prueba de pandemias, que puede resultar escandaloso para los más amargados y estrechos, pero que muchas veces constituye un magnífico pararrayos vital, como lo definió Alfredo Bryce Echenique.

Pero, como tiene que haber de todo, estos tiempos convulsos también han puesto de manifiesto el egoísmo y la mezquindad de algunos de nuestros convecinos, incapaces de pensar en nadie más que en sí mismos: irresponsables que continúan realizando actividades prohibidas, que suponen un riesgo evidente, sin pensar en los graves perjuicios que pueden causar a las personas mayores o débiles; individuos con una cutrez interior sin límites, que compran acumulativamente alimentos y productos de primera necesidad, aunque sepan que su adquisición excesiva supondrá que otra familia se quede sin lo mínimo… Afortunadamente, estos nauseabundos comportamientos están siendo muy minoritarios, aunque no por ello deben dejar de ser denunciados.

Lamentablemente, el peor espectáculo que estamos observando estos días se está desarrollando en el ámbito político: gobernantes más preocupados por cubrirse las espaldas que por hacer lo que hay que hacer en cada momento y con valentía; ministros que se saltan las normas básicas de cuarentena de forma irresponsable, ofreciendo un penoso ejemplo a la ciudadanía; partidos de la oposición que intentan descaradamente hacer caja electoral con una situación crítica que debería unirnos a todos frente a una amenaza común; militantes de uno y otro signo, que pretenden cargar sobre el adversario la responsabilidad de los muertos, ya sea recurriendo a los recortes del anterior ejecutivo o a los errores del actual; dirigentes nacionalistas obsesionados con preservar su parcela de poder, llegando incluso a ridiculizar los fallecimientos masivos en otras comunidades…

Estas dinámicas cortoplacistas y miopes contrastan con el reto descomunal al que nos enfrentamos. Por un lado, asistimos a una amenaza sanitaria que no habríamos imaginado en la peor de nuestras pesadillas, con una inminente demanda hospitalaria que deberá afrontarse con unos recursos limitados, y que sólo podrá sobrellevarse con una coordinación orquestal y gracias a la nunca suficientemente reconocida entrega de los profesionales de la sanidad. Y en paralelo, la actividad económica está sufriendo un frenazo sólo vivido en tiempos de guerra, cuando además ya nos adentrábamos en una fase de desaceleración. No sólo serán los miles de ERTES que se aplicarán estas semanas, el descenso brutal en el consumo, y el impacto letal en el sector del turismo y la hostelería. Por si fuera poco, los países más endeudados de Europa (Italia, España, Francia…) van a aumentar esta cifra con planes de choque imprescindibles, pero que ya están afectando a las primas de riesgo. En el caso español, el diferencial con el bono alemán se ha duplicado en menos de un mes, y la distancia entre el norte y el sur de la UE vuelve de ensancharse. Y en este contexto caótico, nuestros dirigentes siguen jugando a sus peleas de patio de parlamento, mientras la ciudadanía sufre y muestra una disciplina cívica verdaderamente encomiable.

Aunque el pleno celebrado ayer en el Congreso dejó entrever algún amago de rectificación, sus señorías volvieron a mostrar una pulsión incontenible que les obliga a vomitar una ensalada de zascas electoralistas cada vez que suben a la tribuna. Hace dos siglos, el filósofo francés Joseph de Maistre afirmó rotundamente que “cada pueblo tiene los gobernantes que se merece”. Hace un mes podría estar de acuerdo con esta frase. Hoy, observando a unos y otros, no. 

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