Una moto difícil de comprar



Publicado en el Diari de Tarragona el 6 de noviembre de 2023


El pasado fin de semana volví a ver, por enésima vez, la maravillosa y psicotrópica versión de ‘Alicia en el País de las Maravillas’ que Disney estrenó en 1951, basándose en la obra de Lewis Carroll. Al principio de la película, la protagonista intenta explicar a su gato cómo imagina su mundo de fantasía, donde “todo sería lo que no es. Y entonces al revés, lo que es, no sería. Y lo que no podría ser, sí sería”. Sinceramente, después de hablar con unos cuantos simpatizantes y afiliados socialistas, confirmo que muchos de ellos sienten la misma estupefacción que el pequeño felino cuando escuchan estos días a sus dirigentes defender ardorosamente las incontables bondades y constitucionalidad de la inminente amnistía.

Porque, efectivamente, resulta imposible no sorprenderse al comprobar que las mismas personas que hace tres meses afirmaban tajantemente que nunca se aprobaría esta medida, entre otras cosas porque era inconstitucional, hoy no tengan el menor reparo en declarar solemnemente que una amnistía encajaría perfectamente en el texto del 78 y supondría, además, un gran bien para el país. No nos encontramos ante una rectificación natural en la forma de analizar una determinada situación, que puede evolucionar razonablemente, sino ante un cambio antipódico frente a aquello que se nos decía justo antes de las elecciones de julio en un tema sumamente sensible en lo político y trascendente en lo sistémico.

Sin duda, parece perfectamente razonable que determinados partidos sostengan la legitimidad de los hechos acaecidos en el otoño de 2017, porque siempre lo han hecho. Su marco mental se encuentra fuera de los parámetros constitucionales, y desde esa óptica, parece lógico defender que nada de aquello debería ser punible. No es el caso del PSOE, que siempre sostuvo la ilegalidad y la gravedad de aquellos acontecimientos… hasta que necesitó los votos independentistas para conservar la Moncloa. Esta sospechosa coincidencia provoca que no pocos ciudadanos se partan de risa, de vergüenza o de indignación (dependiendo de la perspectiva) viendo a la cúpula socialista ensalzando las virtudes del borrón y cuenta nueva.

Porque, la caída paulina del caballo que parecen haber sufrido los estrategas de Ferraz se vincula con la esperanza de que este gesto extraordinario tenga como contrapartida la renuncia de la órbita soberanista a emprender un nuevo proceso unilateral que vuelva a reventar el marco institucional. Sin embargo, escuchando los discursos de los líderes independentistas, parece bastante obvio que este horizonte choca con la realidad. Estos días lo hemos visto aún más claro, tras la reunión que mantuvieron Carles Puigdemont y el secretario de Organización del PSOE, Santos Cerdán, presidida por una inmensa foto de las multitudes sosteniendo una urna del 1 de octubre. Esta foto ha provocado una tremenda urticaria en las bases socialistas, que empiezan ya a sospechar que la sumisa capacidad de humillación de sus representantes no tiene límites.

Todo sería algo más sencillo si se fuera con la verdad por delante. En esta función tenemos dos personajes: por un lado, Carles Puigdemont (que no quiere arriesgarse a acabar en la cárcel), y por otro, Pedro Sánchez (que no quiere arriesgarse a acabar en la oposición). Ambos dependen del otro para lograr su objetivo y tienen que pactar un intercambio de contraprestaciones. Así, el independentismo deberá respaldar como presidente al candidato de un partido “del 155”, mientras que los socialistas deberán aceptar una impunidad que nunca les ha gustado y les sigue sin gustar, por mucho que intenten disimularlo. Pues díganlo.

Porque son muchos los simpatizantes del PSOE que estarían dispuestos a digerir que la amnistía es un peaje tan indeseable y doloroso como necesario para evitar unas elecciones anticipadas, que podrían desembocar en un gobierno del PP y Vox. En todos los pactos cada parte debe hacer cosas que rechazaría en solitario, una obviedad que a algunos se les olvida y que no está de más explicitar abiertamente. Sin embargo, la moto que muchos votantes no están dispuestos a comprar es que aquello que ayer era rojo hoy sea verde. No confundamos la lealtad responsable con el gregarismo acrítico. Todo tiene un límite.

Comentarios

Entradas populares de este blog

El beso

Bancarrota