El regreso del acordeonista

Publicado en el Diari de Tarragona el 1 de marzo de 2020


El PP vasco ha sufrido esta semana una crisis de las que marcan una época, tras la decisión de Génova de apartar a Alfonso Alonso de la carrera por la lehendakaritza. La defenestración del antiguo ministro y alcalde de Vitoria-Gasteiz ha provocado un enfado monumental entre las bases locales, hartas de la supervisión tiránica que ejerce la dirección popular desde Madrid. En el fondo, nos encontramos ante una nueva muestra del difícil equilibrio entre una concepción sucursalista de esta organización periférica (el PP ‘en’ Euskadi) frente a otra con sustantividad propia (el PP ‘de’ Euskadi). Finalmente, la balanza se ha decantado hacia el primer modelo, arrastrada por la incipiente estrategia de reunificación de la derecha española. Son dos, por tanto, los factores que han concurrido en este incidente: la falta de autonomía de los populares vascos y la próxima disolución de Ciudadanos en el magma popular.

Efectivamente, por un lado, este episodio representa un nuevo capítulo en la vieja lucha entre quienes reclaman un mayor nivel de autogestión en el PP vasco y quienes desean manejarlo como una marioneta desde Génova. Aunque este relato es rico en matices y derrapes, podríamos decir que el primer sector ha sido históricamente partidario de mantener buenas relaciones con el nacionalismo moderado, y tiene una larga tradición desde los tiempos de Julen Guimón. Este dirigente procedía de una formación nítidamente autonomista como Euskal Kristau Demokrazia (EKD), pero se vio obligado a abandonar la presidencia popular con el aterrizaje del antipódico Jaime Mayor Oreja (quien, por cierto, no tuvo el menor reparo en formar parte del gobierno del independentista Carlos Garaikoetxea). En el mismo sentido, en 2013, Génova forzó la dimisión de la entonces presidenta del PP vasco, Arantza Quiroga, por haber defendido una ponencia sobre libertad y convivencia que incluía también a EH Bildu. El sustituto impuesto entonces desde Madrid fue precisamente Alfonso Alonso, quien censuró públicamente la iniciativa de su predecesora, y que esta semana ha sido paradójicamente víctima de sus promotores por oponerse a las estrategias genovesas.

En efecto, el apartamiento del antiguo ministro de Sanidad se enmarca en un proceso obvio de absorción del partido naranja por parte del PP. Ciudadanos es hoy un zombi político, tras un brutal error de cálculo de Albert Rivera que se estudiará durante décadas en las facultades de Ciencias Políticas. Los restos del naufragio intentan hoy salvar los muebles, y es aquí donde Pablo Casado ha sabido maniobrar con astucia, transaccionando la unificación de listas a cambio de suculentos sillones: petróleo por alimentos. El proceso conducirá primero a una mimetización de mensajes, y finalmente a la absorción total. Se admiten apuestas. Sin ir más lejos, es lo que lleva haciendo Podemos con Izquierda Unida desde la llegada de Alberto Garzón.

La confluencia entre populares y naranjas se ha intentado también en Galicia, pero el presidente de la Xunta se ha negado en redondo a compartir el pastel, teniendo en cuenta que él solo ya ha demostrado su capacidad para conquistar mayorías absolutas. Feijóo es mucho Feijóo. Sin embargo, el PP vasco es minoritario en su espacio electoral, y sus líderes carecen de fuerza para frenar una estrategia global orientada a recuperar el monopolio del voto de centro-derecha. Además, el encontronazo que tuvieron recientemente Alfonso Alonso con Cayetana Álvarez de Toledo dejó al primero políticamente marcado. Desde Madrid ofrecieron posiciones de salida a Ciudadanos en las listas por Álava y Vizcaya, una propuesta que la cúpula del PP vasco consideró desorbitada para una formación que ni siquiera tiene hoy representación en el parlamento de Vitoria (además del rechazo que producirá allí emparejarse con quien cuestiona sistemáticamente el Concierto Económico). Si los populares son allí una fuerza testimonial, lo de Ciudadanos ya es pura inexistencia: de los tres mil concejales que existen en Euskadi, el partido naranja tiene… cero.

El candidato elegido por Casado para capitanear este suicidio electoral es Carlos Iturgaiz, un dirigente de la línea comandada en su día por Mayor Oreja. Y es aquí donde el nombre de Cayetana Álvarez de Toledo vuelve a irrumpir: es conocida su histórica y estrecha relación con este grupo, y su enorme capacidad de influencia sobre el actual líder del PP. Como anécdota, el nuevo cabeza de cartel es conocido en el País Vasco como ‘el acordeonista’, pues éste es el único titulo oficial del que dispone (y también por su afición a pasearse por los platós demostrando sus habilidades como intérprete). Entre las últimas noticias que conocemos sobre su actividad política destacan su alineamiento con la Liga Norte, el UKIP, el Frente Nacional y Forza Italia en su respaldo al xenófobo Viktor Orbán, y su reciente solicitud de "aunar fuerzas con VOX”, definiendo a Santiago Abascal como "un hombre estupendo y una magnífica persona". Ciertamente, no es difícil imaginar la monumental fiesta que debió celebrarse en la sede peneuvista la noche que se conoció la apuesta popular.

Es razonable objetar que fue el sector orejista quien logró los mejores resultados históricos del PP en Euskadi, y que el partido conservador disfruta actualmente de un momento político menos adverso que en las últimas elecciones vascas. Sin embargo, aquellos éxitos tuvieron una vinculación indudable con el momento trágico que vivía entonces la formación, el talento del nuevo candidato es ciertamente limitado, y la agregación de Ciudadanos apenas sumará votos. Supongo que el resultado final del experimento tampoco preocupa especialmente a Casado: la irrelevancia actual del PP local es absoluta y esta jugada se ha diseñado en clave fundamentalmente estatal. Al pobre Iturgaiz le tocará apechugar con unos resultados probablemente lamentables. Al menos, mientras el barco se hunde, podrá coger su acordeón y tocar ‘Nearer, my God, to Thee’.

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