Seny republicano frente a rauxa postconvergente

Publicado en el Diari de Tarragona el 30 de enero de 2020


Antes o después tenía que suceder. De hecho, hace meses que los analistas políticos mejor informados apostaban por una inminente ruptura entre ERC y JxCat. Estaba clara la causa (los republicanos gozan de un liderazgo social en el bloque independentista que no tiene una correlación institucional), estaba clara la finalidad (unas nuevas elecciones autonómicas como instrumento para romper la bicefalia soberanista), e incluso estaba claro el damnificado (Torra era el eslabón visible más endeble y esperpéntico de su partido). La única duda era el cómo y el cuándo.

El pasado lunes fue el ‘Día D’ elegido por los republicanos para detonar las cargas de demolición del bloque secesionista, con la pérdida del acta de diputado del President como telón de fondo. Primero se negaron a respaldar en la Mesa del Parlament el escrito que solicitaba dejar sin efecto los trámites cursados por Xavier Muro, secretario general de la cámara, que daba curso al requerimiento de la Junta Electoral Provincial de Barcelona. Y después, ya en el pleno, los electos de ERC permanecieron en silencio y sentados en sus escaños mientras los correligionarios de Quim Torra aplaudían en pie al diputado cesado. Una imagen vale más que mil palabras.

En cierto modo, podría decirse que republicanos y postconvergentes se han repartido los dos reversos del alma catalana: el seny los primeros y la rauxa los segundos. Esta dicotomía en el seno del soberanismo (sensatez pragmática frente a fiereza estéril) ha generado una pérdida de confianza bidireccional, frente a la que el President podía responder de tres diferentes maneras: la más leve, haciendo como si no pasara nada (algo impensable ante una afrenta de semejante calibre); otra intermedia, purgando a los consejeros de Junqueras en el Govern (un pellizco de monja que sólo retrasaría lo inevitable); o la más digna, dando carpetazo a esta legislatura cataléptica con la convocatoria de nuevas elecciones (que era lo que ERC deseaba).

La respuesta del President ha sido contundente en su escenificación formal pero dudosa en el compromiso real, como casi todo lo que hace JxCat desde que perdió el rumbo en 2012: anunciar un adelanto electoral sin fijar ninguna fecha. Como exclaman algunos padres que se hartan de las travesuras de sus hijos en el restaurante, pero sin el menor deseo de interrumpir el banquete ni de mover un dedo, “¡a que me levanto!” Es cierto que esta crisis parece definitiva, pero teniendo en cuenta la actual tesitura política, permítanme dudar de la irreversibilidad de una decisión pendiente de concreción a dos meses vista. Por lo visto, la idea es aprobar los presupuestos en marzo (teóricamente cuentan con un respaldo parlamentario más que suficiente), mantener el ejecutivo hasta entonces en modo ‘stand by’ (sólo un especialista será capaz de percibir la diferencia con la situación actual), y después llamar a los catalanes a las urnas por enésima vez en la última década (alguien debería plantear ya la posibilidad de crear colegios electorales permanentes, porque montarlos y desmontarlos cada trimestre empieza a ser tan farragoso e ineficiente como quitar las luces de Navidad en febrero para recolocarlas en octubre).

Al menos, la comparecencia presidencial del miércoles sirvió para escuchar la primera afirmación con sentido de Quim Torra desde hace meses: “la legislatura ya no tiene más recorrido”. Republicanos y postconvergentes nos tienen cansinamente acostumbrados a sus peleas de Pimpinela, pero los acontecimientos de esta semana sugieren que la ruptura quizás no tenga vuelta atrás. Puede que, en efecto, ERC se bata próximamente en un nuevo duelo contra los herederos de Pujol para lograr el tan ansiado sorpasso. Hace dos años todo apuntaba a que los republicanos lograrían por fin conquistar el liderazgo del bloque independentista, pero finalmente Carles Puigdemont revirtió las encuestas y dejó al pobre Junqueras sin el anillo de poder para dominarlos a todos, más triste que el pobre Sméagol.

Sin embargo, en esta ocasión lo que se dirimirá en el campo de juego soberanista no será sólo qué partido o dirigente cogerá las riendas de este movimiento. También se decidirá si el secesionismo continúa dando tumbos por la senda desbocada e irresponsable que defienden los rescoldos de Convergència (el “independentismo mágico”, que diría Rufián) o si asume que la estrategia procesista ha fracasado definitivamente, una reflexión que debería conducir indefectiblemente a retomar la vía de la negociación y el pacto que los republicanos han interiorizado con su respaldo a la investidura de Pedro Sánchez.

De todos modos, conviene esperar el desarrollo de los acontecimientos durante las próximas semanas, porque con las actuales dinámicas políticas catalanas todo puede cambiar en cuestión de horas, no digamos ya en dos meses. A estas alturas, ya nadie duda de que Quim Torra actúa al dictado de Waterloo, y es dudoso que Puigdemont quiera arriesgarse a unas nuevas elecciones si puede perder el control de la Generalitat. Según todos los estudios demoscópicos, en caso de celebrarse unos nuevos comicios en breve, ERC desbancaría a los postconvergentes como principal partido soberanista. Sin embargo, aunque JxCat es hoy un juguete roto, ha heredado una potentísima maquinaria electoral de eficacia consolidada durante décadas, que ha demostrado su capacidad para dar la vuelta a las encuestas de forma tan sorprendente como en diciembre de 2017. Teniendo en cuenta los precedentes, apuesto a que la cúpula republicana no dormirá tranquila hasta el recuento del último voto. Vértigo.

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