Patada a seguir

Publicado en el Diari de Tarragona el 19 de octubre de 2019


La furia y el fuego han arrasado el centro de diversas poblaciones catalanas, después de conocerse las duras penas impuestas por el Tribunal Supremo a los líderes independentistas encarcelados. Sólo la reposición del mobiliario urbano destrozado costará cientos de miles de euros, que sumados a las cancelaciones en hostelería y cultura arrojarán una factura de varios millones. Y eso por no hablar del impacto de la tensión política de las últimas semanas sobre nuestra marca turística (éste es el primer arranque de otoño con plazas libres del Imserso en la Costa Daurada, cuyas reservas permiten a muchos hoteles sobrevivir durante el invierno). 

Como era de prever, las preocupantes imágenes de estas últimas noches están siendo utilizadas de forma partidista por algunas formaciones políticas que hace tiempo perdieron el sentido de la decencia: por unos, para exigir la aplicación del artículo 155 (¿cuál ha sido el incumplimiento que constitucionalmente se exige para tomar esta medida, cuando han sido precisamente los Mossos el cuerpo más activo en la represión del vandalismo?), y por otros, para acusar al Estado de organizar una conspiración para desprestigiar al independentismo. 

Este último recurso resultaría realmente cómico si no estuviéramos hablando de unos incidentes muy graves, y porque hay gente que se traga esta cortina de humo. No hay nada que haga más creíble una conjetura que desear creerla. Todos los cuerpos antidisturbios del mundo se infiltran en las grandes algaradas para hacer un seguimiento de los acontecimientos desde dentro, algo que no tiene nada que ver con el supuesto liderazgo de estos agentes en los tumultos. De hecho, este desesperado intento por desvincular el independentismo de los desórdenes chocha frontalmente con las identificaciones de las personas detenidas, con el respaldo explícito de diversas organizaciones radicales, y con la defensa que sus servicios jurídicos prestan a los implicados. Algunos representantes del procesismo, al igual que sucede cuando se habla del pueblo de Catalunya para referirse sólo a los soberanistas, vuelven a demostrar que faltaron a clase cuando se explicaron los diagramas de Venn para representar la teoría de conjuntos: no puede decirse que el independentismo sea un movimiento violento, obviamente, pero es evidente que ha incubado un sector que sí lo es. 

La posibilidad de que estos hechos se produjeran era perfectamente previsible. No es el primer país de la UE, ni será el último, donde se viven episodios de este tipo. Sin embargo, el factor que diferencia estos disturbios de otros es la forma en que son observados y asimilados por algunas instituciones y una parte significativa de la población. En efecto, cuando una sociedad civilizada comienza a detectar la formación de grupúsculos violentos, la reacción inmediata suele ser una condena enérgica de estas actitudes desde las administraciones públicas. Sin embargo, aquí tenemos a un President que primero les animó (“Apreteu!”) y luego compareció arrastrado para censurarlos con la boca pequeña (“No podem permetre que grups d’infiltrats i de provocadors malmetin la imatge del moviment independentista”). Lo que le preocupaba a Quim Torra no era la guerrilla que se desarrollaba en las calles del país que él representa, sino la imagen exterior de su particular proyecto político. 

Pero tampoco el resto del cuerpo social ha estado a la altura. Una inmensa cantidad de organizaciones sociales (patronales, sindicales, religiosas, deportivas…) apenas necesitaron unos minutos para criticar legítimamente la sentencia del TS el pasado lunes. Sin embargo, la mayoría de ellas callaron cobardemente ante el vandalismo que hemos padecido esta semana. Por si fuera poco, algunas de estas instituciones llegaron a someterse abiertamente a las exigencias de los violentos, como la URV. A muchos ciudadanos se nos heló la sangre viendo a la rectora bajando a debatir de tú a tú con unos encapuchados que querían cerrar la universidad, y sucumbiendo sumisamente después a sus amenazas. Inquietante y deprimente. 

El compadreo del Molt Honorable con los grupos más agresivos del independentismo ha comenzado a generar las primeras fracturas en su propio Govern, comenzando con el departamento de Interior, aunque los trapos sucios se intenten todavía lavar en casa (realmente patético el intento del conseller Buch de exculparlo diciendo que es un hombre “pacifista… interiormente”). La esquizofrenia política de Torra es creciente, porque no quiere pasar a la historia como el President que hizo aterrizar el procés en el mundo de la realidad, pero tampoco desea acabar sentado en el banquillo del Supremo (muy significativa la fulminante retirada de la pancarta del Palau en cuanto se le requirió, y también su negativa a abrir las puertas de Lledoners porque “la legalitat espanyola ho impedeix”). Desobediencia de boquilla y revolución del postureo. 

La solución de compromiso que se le ocurrido a última hora es convocar una nueva consulta para el próximo año (a poder ser como la del 9N, supongo, para salir indemne como Artur Mas). Como se dice en el mundo del rugby, patada a seguir, que básicamente consiste en chutar enérgicamente el balón hacia adelante cuando uno está a punto de ser placado. Por lo visto, ERC no tenía ni idea de la iniciativa y la desautorizó inmediatamente desde la tribuna del Parlament. Pero es que la propuesta ni siquiera había sido debatida en el seno de su propia formación, que comienza a ver a Torra como un iluminado que actúa por libre de forma torpe y descontrolada. Las elecciones al Parlament están cada vez más cerca. Esperemos que la próxima legislatura sea más constructiva e integradora.

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