Gestos

Publicado en el Diari de Tarragona el 27 de octubre de 2019


Hace décadas que nos hemos instalado en la sociedad de la imagen, donde el aspecto es más importante que lo que se oculta tras él. La preocupación por la apariencia -de todo y de todos- se ha convertido en una obsesión que frecuentemente nubla lo verdaderamente trascendente. No es extraño, por ejemplo, que algunas compañías dediquen tantos o más recursos a la forma de mostrar su producto que a mejorarlo. 

La política no ha sido ajena a esta tendencia, y los expertos en comunicación y demoscopia se han hecho con el timón de los partidos de forma despótica. Lo esencial no son los principios sino “el mensaje”. La clave no son las medidas de gobierno sino “saber explicarlas”. Lo importante no es contar con un equipo humano preparado y con experiencia sino poder presentar un buen “cabeza de cartel”. El partido es una empresa, los simpatizantes son la clientela, y el voto es la decisión de compra. 

Sin embargo, la obcecación por satisfacer en todo momento las expectativas de los votantes potenciales (volubles, como cualquier comprador compulsivo) puede llevar a desdibujar una marca identificable. Es lo que le ha pasado a Ciudadanos, cuyo paroxismo demoscópico (junto con la desmesurada ambición personal de su líder) ha terminado arruinando un proyecto que inicialmente tenía su nicho de mercado. Lo que ha hecho Rivera con su partido equivaldría a que Audi decidiese mañana abandonar la automoción para dedicarse a los patinetes eléctricos, dentro de un año al turismo online, la próxima década montase una cadena de comida vegetariana, y la siguiente volviera a diseñar coches. Para entonces, su clientela potencial ya habría puesto sus ojos en otra marca de automóviles equivalente con un proyecto más fiable. 

Pero al margen de estrategias disparatadas como ésta, parece evidente que los partidos han entrado en una dinámica que prioriza lo gestual frente a las políticas con contenido sustancial. Como diría Les Luthiers, el envoltorio no es menos importante que el producto: es… más importante. Precisamente estos últimos días hemos asistido a varias iniciativas con escaso impacto tangible sobre la vida de los ciudadanos, pero con una presencia desorbitada en el debate público. Esta prelación de atención mediática no es irrelevante, pues nubla otras cuestiones con verdadera incidencia real sobre las necesidades e inquietudes de las personas. 

En ocasiones nos encontramos ante medidas eminentemente simbólicas pero con sentido, como la exhumación de Franco, una decisión que personalmente considero acertada e imprescindible: no es razonable ni decente que una democracia occidental mantenga con fondos públicos un mausoleo faraónico en honor a un dictador tan reciente, cuyo sólo recuerdo provoca todavía un enorme dolor en millones de ciudadanos. Especialmente acertadas fueron las declaraciones de la ministra Carmen Calvo, anunciando que el traslado se realizaría de forma discreta, respetuosa y sin presencia de periodistas. Cuál fue mi sorpresa al ver cómo esta iniciativa necesaria acababa convertida en un auténtico show televisivo, dando un altavoz intolerable a los nostálgicos del régimen, y demostrando qué difícil es para un político renunciar a los réditos electorales de la política escaparatista en plena precampaña. 

Pero los efectos de la tendencia a la gestualidad pueden ser mucho peores. Pensemos en las crecientes tomas de posición meramente cosméticas que no tienen ninguna conexión con la realidad. Sería el caso, por ejemplo, de las recurrentes llamadas de la derecha española a la nueva aplicación del artículo 155, tras una semana de vandalismo en las principales ciudades catalanas. Sin embargo, este procedimiento constitucional exige un incumplimiento previo de sus obligaciones por parte de las autoridades autonómicas, tal y como aclarado recurrentemente el propio TC al señalar que este mecanismo de control “extraordinario” tiene como función hacer frente a "incumplimientos constitucionales extraordinariamente cualificados", erigiéndose como el "último recurso del Estado ante el incumplimiento flagrante de las obligaciones constitucionales impuestas". Y es evidente que este evento aún no se ha producido, máxime cuando han sido los propios Mossos de Esquadra quienes han reprimido con mayor contundencia la locura desatada por el independentismo radical en nuestras calles. Casado y Rivera lo saben perfectamente, pero les da igual. Intoxica que algo queda. 

Los estrategas procesistas también son expertos en el arte de la gestualidad sin sustancia. El último de sus habituales fuegos de artificio, cuyo primer y último fin es fingir una falsa unidad para tranquilizar a sus bases, ha consistido en un pacto para llevar al Parlament una resolución vinculada al derecho de autodeterminación que choca contra las interlocutorias del TC, según los propios letrados de la cámara catalana. Casualmente, los grupos independentistas han registrado esta iniciativa por la vía ordinaria, lo que impedirá votarla hasta después de las elecciones del 10N. Caramba, qué casualidad. ¿Alguien duda de cómo acabará esta nueva farsa preelectoral? 

Lo simbólico constituye una parte sustancial de la política, sin duda, pero si aceptamos que se convierta en el centro de nuestra vida institucional, los temas realmente trascendentes en la vida de los ciudadanos quedarán cegados por una cortina de humo, tan sospechosa como ineficaz para la resolución de nuestros retos más cruciales: acabar con el desempleo estructural, frenar la degradación del sistema sanitario, prepararnos para el alud de cambios que provocarán las nuevas tecnologías, reformar las instituciones para que sean una ayuda y no un lastre, garantizar el acceso social a una información fiable, actualizar el modelo educativo de acuerdo con las exigencias y posibilidades actuales, etc. Los gestos pueden ser tentadores, pero no son comestibles.

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