El arranque de un otoño caliente


Publicado en el Diari de Tarragona el 1 de octubre de 2019

Hoy se conmemoran dos años de una jornada donde todos salimos perdiendo: los unos, porque la intervención desmesurada de las fuerzas de seguridad consolidó una enorme brecha emocional en la sociedad catalana; y los otros, porque aquel día comenzó el desmantelamiento mental del procés como proyecto presuntamente viable. Efectivamente, tras la fugaz proclamación de independencia, se evidenció que nos encontrábamos ante una estrategia meramente anímica y sin cimientos que nadie estaba dispuesto a implementar.

La evolución del soberanismo se ha reducido desde entonces a una calculada batalla interna entre el postureo, el posibilismo y la radicalidad. Entre los primeros se encuentran algunos rescoldos de la antigua Convergència, empeñados en apurar hasta el final una absurda competición con los republicanos por demostrar quién es más radical, un desafío que cada vez se parece más a la carrera hacia el acantilado de Rebelde sin causa. En el segundo grupo podemos encuadrar a los principales dirigentes de la actual ERC, convencidos de que volver a cruzar la línea roja de la ilegalidad sólo conduciría a un nuevo 155 y a la pérdida del autogobierno, esta vez de forma mucho más intensa y dilatada en el tiempo. Y por último nos encontramos con los extremistas auténticos, dispuestos a hacer saltar todo por los aires con el irresponsable aliento de la pareja Puigdemont-Torra. Sin embargo, la docilidad con que el President ha descolgado esta semana la pancarta del Palau de la Generalitat ha pinchado el globo épico del Molt Honorable.

En Tarragona hemos sufrido un sainete parecido con nuestra propia pancarta, que muchos daban por finiquitada si se repetía el sentido del voto del pasado 19 de julio. Sin embargo, los dos representantes de los Comuns se han mostrado contrarios a descolgarla porque «hay personas encarceladas desde hace dos años y siempre estaremos a su lado». No fue esa su reflexión hace dos meses, cuando se abstuvieron por considerar que «colgar un símbolo en la fachada del ayuntamiento requiere de un mayor consenso». Al margen de la intervención de la Junta Electoral de zona, alguien debería preguntar a Carla Aguilar por qué en julio este respaldo no era suficiente y ahora sí lo es.

En cualquier caso, se acercan fechas emocionalmente muy intensas, cuya exacerbación demuestra una insensatez incompatible con la verdadera búsqueda del bien colectivo. Más allá de la mayor o menor verosimilitud de las recientes acusaciones contra un grupo de CDR, es evidente que durante los últimos meses se está generando una crispación ambiental que puede desatarse en cualquier momento de forma incontrolada. El independentismo no es un movimiento violento, sin duda, pero basta un puñado de descerebrados para reventarlo todo.

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