La agonía de la verdad

Publicado en el Diari de Tarragona el 24 de octubre de 2019


Las nuevas tecnologías nos están facilitando la vida de una forma que resultaba inimaginable hace una década, pero también han introducido en nuestras rutinas algunos gérmenes que amenazan la salud de nuestro comportamiento colectivo. Por ejemplo, la enorme eficacia de las redes sociales para proporcionarnos contacto instantáneo y gratuito con todo tipo de personas está poniendo en serio peligro las relaciones humanas tal y como las entendíamos hasta hace apenas unos años: vivimos gran parte del día ausentes de la realidad física que nos rodea, los perfiles que construimos muestran una imagen que muchas veces no coincide con la verdadera, prestamos mucha más atención a quien reside en el otro extremo del planeta que a quien comparte el rellano de nuestro casa, etc. Por otro lado, el mundo virtual ofrece unos atractivos tan deslumbrantes que son cada vez más las personas que prefieren vivir instaladas en esta experiencia paralela, incapaces de apreciar lo bueno y auténtico que nos regala la pura realidad. Recuerdo el impacto que me produjo una comida familiar en un restaurante de Cambrils, este mismo verano, viendo en la mesa contigua a una pareja con una hija adolescente y un hijo algo menor: durante toda la hora que coincidimos, ella no levantó ni un instante la mirada del móvil ni él de la miniconsola. Desolador. 

Pero estos cambios no sólo están afectando a nuestras relaciones familiares o de amistad, sino también a nuestras dinámicas sobre el acceso y la evaluación de la información, con efectos políticos inmediatos y preocupantes. Y no sólo me refiero a los algoritmos que nos envían noticias desde una óptica que cuadra con la ideología que mostramos al realizar nuestras búsquedas, retroalimentando una visión sesgada de la realidad, sino también a la tendencia natural que nos guía cuando damos por creíbles aquellos hechos que refuerzan nuestras posiciones y por dudosos aquellos que nos obligan a cuestionarlas. En las épocas en que la información surgía de fuentes limitadas, identificables y profesionalizadas, resultaba más sencillo controlar su veracidad. Sin embargo, las redes sociales permiten a cualquiera inventar fake news y convertirlas en virales en cuestión de segundos, porque siempre hay alguien dispuesto a creérselas para reafirmar su ideología. 

Hace ya un siglo, el senador estadounidense Hiram Johnson afirmó que “la primera víctima cuando llega la guerra es la verdad”. Sin embargo, hoy no hace falta llegar a esos extremos para vernos inundados por medias verdades y mentiras completas cuando se desata un conflicto entre dos bandos muy delimitados y alimentados por factores con una gran carga emocional. El aspecto anímico y grupal se ha convertido en una variable esencial para dar verosimilitud a una noticia, porque nosotros creemos ciegamente a los nuestros y desconfiamos por sistema de los otros. En este tipo de contextos, el campo está abonado para conseguir que millones de personas digieran sumisamente cualquier mamarrachada inventada por los miles de agitadores sin principios que pueblan el mundo virtual. Evidentemente, un conflicto de bloques y sentimental como el que se vive actualmente en Catalunya no podía escapar a esta espiral de manipulación metódica. 

Hace ya unos años, un grupo de periodistas preocupados por esta deriva decidieron crear ‘maldita.es’, una plataforma sin ánimo de lucro exclusivamente dedicada a monitorear la veracidad del debate público e identificar las principales fake news que deambulan por la red. Por poner algunos ejemplos de noticias sin fundamento aparecidas esta semana, uno de los vídeos más difundidos sobre manifestantes lanzando mobiliario urbano a la policía no corresponde a estas protestas sino a las de Gamonal; también es falso que los bomberos de Barcelona se negaran a apagar un incendio provocado por los CDR; Tejero no fue condenado a diez años de prisión, como se repite incansablemente, sino a treinta; un clip de un supuesto independentista destrozando los accesos a una estación de metro se grabó en unos altercados en Chile; otra de las fotos más viralizadas con unos policías infiltrados se tomó en 2014; la recurrente imagen de una esvástica en el brazo de un Mosso fue creada con PhotoShop; también han sido tratadas con un editor de video unas declaraciones de Albert Rivera con aspecto de haberse drogado; el artefacto explosivo desactivado por los TEDAX en la Ronda Sant Pere era en realidad una bombona vacía de helio sin ningún peligro; no es cierto que el diario El País publicara dos portadas diametralmente opuestas en las ediciones catalana y estatal; también es fraudulento el audio de Lola Herrera apoyando la independencia catalana; obviamente eran falsos todos los anuncios de muertes de manifestantes y policías; y así hasta más de cuarenta fake news vinculadas a los disturbios de esta semana, lanzadas por simpatizantes de ambos bloques. 

Aunque hay quien se toma la problemática de las informaciones falsas con sentido del humor, los efectos de este veneno son terribles, pues fomentan una radicalización socialmente perniciosa y sin ningún fundamento real. Ya hemos conocido algunas propuestas institucionales para crear algún organismo que vele por la veracidad de las noticias que llegan a los ciudadanos, aunque estas iniciativas han puesto los pelos como escarpias a más de uno, teniendo en cuenta su carácter público. Efectivamente, un Ministerio de la Verdad se parece demasiado a las peores pesadillas de Aldous Huxley o George Orwell. 

Mientras no consigamos diseñar un modelo que nos mantenga a salvo de la intoxicación mediática, acepten un consejo: no se crean ninguna información que no llegue avalada por un medio serio… especialmente si la noticia confirma lo que usted siempre había sospechado.

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