La teoría sueca del amor

Publicado en el Diari de Tarragona el 30 de octubre de 2019


El pasado fin de semana algunos medios difundieron una trágica noticia que pasó prácticamente desapercibida. Isabel era una viuda de setenta y ocho años que vivía sola en un piso de la madrileña Ciudad Lineal. Un día dejó de salir de su casa, pero nadie la echó en falta. Ni familia, ni amigos, ni conocidos… Los vecinos recuerdan que, durante un tiempo, un olor desagradable invadió la escalera. Sospecharon algo raro y consiguieron ponerse en contacto con un familiar de la desaparecida, quien se desentendió del asunto diciendo que estaría con alguna sobrina. El olor desapareció y todo el mundo continuó con su vida. La semana pasada, quince años después, encontraron su esqueleto en la bañera. 

Este tipo de sucesos no son habituales en nuestro entorno, pero existen países europeos donde un hecho de estas características no sería jamás noticia. Precisamente, mientras leía esta triste historia, me venía a la memoria un documental que les recomiendo efusivamente: ‘La teoría sueca del amor’. Este trabajo de Erik Gandini analiza los efectos que ha llevado aparejado el modelo social implantado en este país escandinavo hace más de cuatro décadas, conocido como individualismo de Estado. 

Efectivamente, en los años setenta Suecia era considerado el país perfecto: pleno empleo, altísimo nivel cultural y educativo, bajas tasas de delincuencia, riqueza abundante y bien distribuida, gobernanza ejemplar, etc. Fue entonces cuando las autoridades nórdicas decidieron dar un paso adelante en su modelo de estado del bienestar, sobre la base de un manifiesto de 1972 que giraba en torno a la idea de independencia individual: debía construirse un sistema que impidiera que ningún ciudadano dependiera de otro. El Estado se haría cargo de todo. Semejante experimento de ingeniería social, bienintencionado y biensonante, ha tenido como paradójico efecto un país con las más altas tasas de suicidio del mundo, y con las mayores percepciones individuales de soledad y tristeza. 

El documental resulta devastador, pues la idea de que la administración pública sería desde entonces quien cuidaría de los ciudadanos provocó un creciente desapego humano entre las personas, que dejaron de sentirse responsables ni dependientes unas de otras, convirtiendo los vínculos familiares en una relación esencialmente volátil. Actualmente, los casos como el de Isabel suponen el 25% de las muertes en Suecia, hasta el punto de que ya existe un organismo público encargado de gestionar el fallecimiento de las personas que dejan este mundo en la más absoluta soledad. Y la proporción va a más. El documental muestra, entre otras cosas, a dos trabajadores sociales acudiendo regularmente a hogares donde puede haber ocurrido uno de estos finales terribles, que afortunadamente son tratados sin la menor concesión al morbo. Una de estas visitas resulta especialmente impactante, cuando llegan al piso de un hombre que se quitó la vida colgándose de una lámpara y a quien nadie echó en falta hasta dos años después. Es difícil imaginar una existencia más desoladora. 

Precisamente, hace un tiempo conocí a un sueco afincado en nuestro país con quien mantuve interesantes conversaciones a este respecto. Me contaba que el concepto escandinavo de utilidad, que tan frecuentemente ponderamos aquí, había terminado trasladándose al ámbito personal. Así, gran parte de las familias han asumido que la relación paternofilial o maternofilial es temporal por naturaleza, como sucede con muchos animales: el vínculo entre progenitores e hijos se mantiene mientras éstos dependen de aquellos, y la marcha del nido equivale prácticamente al fin de este nexo, más allá de algún contacto testimonial. Algo parecido sucede a nivel profesional, tras instalarse la idea de que los ciudadanos somos valiosos en la medida que somos productivos, y al acabar este período nuestro lugar en el mundo se difumina. Este ciudadano sueco me comentaba el caso de un matrimonio de amigos suyos, formado por dos profesionales de altísimo nivel y relevancia social, que un día se jubilaron e instantáneamente observaron cómo su teléfono dejó de sonar para siempre. No es extraño, por tanto, que afirmara con una deprimente frialdad que “en Suecia el suicidio es un plan de vida para muchas personas: naces, creces, te formas, trabajas, tienes hijos, se van, te jubilas y te suicidas”. 

Llegado a este punto, quizás convendría reflexionar sobre la obsesiva tendencia a la autocrítica que padecemos los habitantes del sur de Europa: todo lo hacemos peor que en el norte. Probablemente sea así en muchos terrenos, pero también debemos destacar y apreciar algunos activos que nuestro modelo de valores nos ha legado, como unos vínculos familiares muy fuertes, desinteresados y permanentes. Este factor ha hecho posible, por ejemplo, que muchas personas hayan salido adelante durante los momentos más duros de la reciente crisis económica, como me comentaba recientemente el presidente del Col·legi d'Economistes de Tarragona, Miquel Àngel Fúster. 

Algo parecido me trasladaba hace apenas un mes el responsable de la vertiente social de la Xarxa Santa Tecla, Joan Aregio (quien, precisamente, me recomendó este documental) cuando se mostraba más partidario del concepto de “sociedad del bienestar” que de “estado del bienestar”. Efectivamente, el ejemplo sueco debería ayudarnos a comprender que, aunque el Estado deba estar siempre detrás garantizando la atención necesaria, realmente somos las personas que conformamos el círculo cercano quienes debemos asumir la responsabilidad de cuidar unos de otros. ‘La teoría sueca del amor’ termina con una interesantísima entrevista a Zygmunt Bauman, concedida poco antes de morir, criticando contundentemente la obcecación por la autonomía individual mediante una defensa vibrante de la interdependencia: “al final de la independencia no está la felicidad, sino el vacío de la vida, la insignificancia de la vida y un aburrimiento absolutamente inimaginable”.

Comentarios

  1. Desarrollo estupendo de una realidad social a la que se llega con el individualismo.
    Cierto que hasta ahora, y digo "hasta ahora", el Sur se ha diferenciado del Norte en el mantenimiento de los vínculos familiares.
    Gracias a Dios, no había tenido que acudir y estar en hospitales, pero desgraciadamente por motivos familiares, y digo "familiares", llevamos cuatro meses casi viviendo en un Hospital. Por la cama vecina en la misma habitación han pasado en este período diferentes enfermos y he podido constatar conversando con ellos y sus familiares que la expresión más normal que he podido escuchar es la de "estos si, pero a nosotros ¿quién nos cuidará?". Y eso que eran familias con hijos, pero pocos confían en ellos para su cuidado terminal.
    Muy afortunado es tu mención del padre de la "modernidad líquida" Zygmunt Bauman, concepto acuñado para "para definir el actual momento de la historia en el que las realidades sólidas de nuestros abuelos, como el trabajo y el matrimonio para toda la vida, se han desvanecido. Y han dado paso a un mundo más precario, provisional, ansioso de novedades y, con frecuencia, agotador" (El Pais 9/01/2016).
    Si no hacemos un renovado esfuerzo, que por supuesto será agotador pero con resultado gratificante, de volver a humanizar a nuestra juventud, quizás nos veamos abocados a asimilar el modelo sueco.

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