Alea jacta est


Publicado en el Diari de Tarragona el 13 de noviembre de 2011

Los asesores de las dos principales formaciones políticas españolas habían pactado un modelo tremendamente encorsetado para el debate del pasado lunes, que auguraba un encuentro mortecino y carente de la frescura a la que están acostumbrados los electores norteamericanos. Pese a que el espectáculo prometía acabar convertido en una mera sucesión de monólogos, una especie de doble mitin barajado, la retrasmisión nos ofreció finalmente algunos momentos de verdadero intercambio de golpes dialécticos. Mariano jugaba a no perder y Alfredo atacaba apurando sus posibilidades de sobrevivir. Tras el evento, los medios de comunicación y las empresas demoscópicas otorgaron el triunfo al candidato popular de forma prácticamente unánime, salvando la excepción del diario Público, que parece haber perdido el sentido del ridículo de forma definitiva. 

La verdad es que yo esperaba más de Rubalcaba, un polemista experto y brillante, que acusó errores incompatibles con su experiencia política: se dirigió a su adversario como futuro presidente del gobierno, fue incapaz de aprovechar un debate a dos para capitalizar el voto de izquierdas, acabó convertido en el reportero más dicharachero de Barrio Sésamo, y reconoció implícitamente que había faltado a la verdad (“ahora es usted el que miente”). En mi opinión, Ramón Jáuregui estuvo mucho más acertado al defender y justificar contra viento y marea dos legislaturas plagadas de errores e improvisaciones, cargando estoicamente la mochila de plomo heredada de ZP, en el marco del debate a cinco que se celebró el miércoles en la cadena pública estatal. Por cierto, aún no salgo de mi asombro tras escuchar al representante de CiU en el encuentro, cuando afirmaba que el sur español debería estar aún más interesado que Catalunya en el Corredor del Mediterráneo puesto que, de hecho, el puerto de Barcelona ya está conectado con la red europea, dando a entender que el Port de Tarragona es una infraestructura irrelevante para los convergentes: Barcelunya ataca de nuevo. 

También me sorprendió Rajoy en su duelo con Rubalcaba, en este caso positivamente, puesto que nunca lo había considerado un contendiente especialmente dotado en el ring del cara a cara: pensemos en la niña de 2008, su generosa colección de gesticulaciones incomprensibles, su dudosa telegenia, su incapacidad para levantar la vista de los papelitos… Pese a tratarse de un personaje que ofrece su mejor versión en las entrevistas (especialmente cuando juega en casa, como esta misma semana en Antena3) la verdad es que el candidato conservador logró ofrecer un perfil marcadamente presidencial en el debate, mientras Rubalcaba quemó el lunes su último cartucho para remontar en unas encuestas que se muestran unánimemente sombrías para los socialistas. Su triste mirada al marcharse de Ifema lo decía todo: dead man walking. 

Siento no compartir la opinión de aquellos que defienden la prescindibilidad de la presente campaña por considerarla una mera antesala estéril de unos comicios con un resultado cantado. Puedo llegar a admitir que las campañas electorales, todas ellas en general, son una miserable pérdida de tiempo y dinero en una sociedad impermeable a la información que suele ofrecerse en estos procesos, dado que un importantísimo sector de electores tiende a votar reiteradamente a los mismos, a los suyos (sean quienes sean, hagan lo que hagan, propongan lo que propongan). Sin embargo, este sentido gregario de la participación política tiene una válvula de escape que permite la alternancia partidista, la abstención, que sí suele verse influida por las campañas, y que en esta ocasión puede resultar fundamental. Nadie parece dudar de que será el PP el triunfador indiscutible de los próximos comicios, pero existe aún una variable de consecuencias incalculables que debe ser despejada: ¿los resultados del PSOE serán malos o desastrosos? 

Esta pregunta, ciertamente intrascendente para la aritmética parlamentaria, puede resultar decisiva para el futuro de los socialistas y, por extensión, de la vida pública española durante las próximas décadas. Porque en política, como pudimos comprobar con el Estatut, tan importantes son las expectativas como los resultados. La cúpula de Ferraz, sus afiliados, sus votantes… todos dan por descontada la derrota. Sus responsables electorales temen tanto una debacle histórica que han terminado sacando del baúl la munición del abuelo: Rubalcaba, Felipe González, Alfonso Guerra… A este paso, el mitin de cierre de campaña estará presidido por una médium en contacto directo con Pablo Iglesias. Nadie culpará al candidato ni al aparato del partido simplemente por no ganar unas elecciones perdidas de antemano, especialmente si contamos con el heredado descontento social que ha arrastrado a casi todos los líderes europeos: Cowen, Brown, Sócrates, Papandreu, Berlusconi… 

Ahora bien, un cataclismo electoral podría arrastrar definitivamente a la vieja guardia socialista, e incluso replantear la forma de gobernar de un partido acostumbrado a dejar las arcas públicas en la bancarrota. La crisis económica puede explicar la mera pérdida del poder, pero haría falta ser muy miope para responsabilizar al factor exterior de los peores resultados de la historia y quedarse tan tranquilo. Para colmo, no se atisban candidatos alternativos de peso para reemprender la marcha con ciertas garantías a medio plazo. ¿Está preparado el PSOE para una refundación? Yo me iría mentalizando.

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