El arturazo


Publicado en el Diari de Tarragona el 27 de noviembre de 2011


Cuando apenas habían transcurrido dos días desde las elecciones generales, el Govern anunciaba por sorpresa un nuevo programa para sanear las escuálidas arcas de la Generalitat. Era un secreto a voces que los últimos recortes convergentes no eran más que un prólogo de nuevas medidas de austeridad, aunque pocos imaginaban que la siguiente remesa de tijeretazos llegara tan pronto. La reacción de la izquierda no se ha hecho esperar, acusando a CiU de pretender acabar con nuestro estado del bienestar. Algunas razones no les faltan. 

Efectivamente, nos encontramos ante una iniciativa socialmente insolidaria, que hace descansar el grueso del esfuerzo reformador sobre los sectores menos favorecidos de la sociedad catalana. El conjunto del plan, globalmente considerado, carece del más mínimo sentido de la progresividad, lo que perjudica claramente a los ciudadanos con rentas más bajas: subida del recibo del agua, aumento del precio de los carburantes, encarecimiento del transporte público, crecimiento de las tasas universitarias, copago (repago) sanitario, etc. 

Además, la decisión de retrasar su anuncio hasta después de los comicios denota una notable dosis de desfachatez política. Espero que nadie tenga la desvergüenza de negar la clara intencionalidad de la fecha, pues ya es la segunda ocasión (la primera fue en las municipales del pasado mayo) en que el ejecutivo de Artur Mas pospone un tijeretazo por motivos electorales. Una vez puede ser casualidad: dos ya no. El colmo del cinismo lo encontramos en el discurso postelectoral de Duran i Lleida, agradeciendo al Molt Honorable su valentía por no hacer depender su programa político de la agenda electoral: el club de la comedia. 

Por último, en el capítulo de los reproches, deberíamos señalar también que al nuevo programa de recortes le falta una pata para ser coherente. ¿Cómo se pueden apretar las clavijas hasta límites insoportables a las clases más humildes, mientras se siguen subvencionando entidades culturales amigas a manos llenas, se mantienen abiertas la costosas y cuestionables embajadas, se entregan cantidades ingentes de dinero público a los medios afines en concepto de publicidad institucional, se mantiene intacto el presupuesto para los fastos barceloneses de la Diada, o se blindan miles de cargos políticos en instituciones prescindibles o redundantes? Los ciudadanos podemos creernos que un ejecutivo está luchando honestamente contra el déficit cuando emprende un plan de austeridad universalizado, pero cuando este esfuerzo se exige a unos sí y a otros no, tendemos a considerar que no asistimos a un simple programa de saneamiento financiero, sino también a una forma específica de entender las prioridades del gasto público. 

Pero sería injusto cargar la mano contra el que pone la venda, por mal que lo haga, sin señalar también al que ha provocado la herida. Aún sigo preguntándome qué han hecho las matemáticas a los partidos de izquierda para que éstos las desprecien con semejante insensibilidad. Es cierto que determinados expertos en finanzas, incluidos varios premios Nobel, consideran contraproducentes las restrictivas políticas macroeconómicas de la UE. Sin embargo, las alarmantes cifras que arrojan nuestras cuentas públicas parecen conceder un muy estrecho margen de maniobra. 

En ese sentido, más allá de las objeciones señaladas, parece claro que las medidas emprendidas por el Govern son globalmente justificables. Artur Mas recibió una mochila de deudas difícilmente soportable para cualquier político aficionado a dejarse querer. La desastrosa gestión económica del Tripartit, de la mano de un Zapatero perdido en el jardín de las delicias, ha caído como una losa sobre las economías familiares, productivas e institucionales. Por ello, pese a la nocturnidad y el reparto de cargas de este plan, considero de justicia reconocer que el Govern ha sabido coger el toro por los cuernos, cosa que no todos los partidos políticos pueden decir. 

En segundo lugar, algunas de las iniciativas del plan parecen acertadas, como la imposición de una tasa sobre las recetas médicas, de importe simbólico, que penalice los almacenes de medicamentos caducados que muchas familias acumulan en sus hogares. El que niegue su existencia, miente. Eso sí, que le den unas vacaciones anticipadas al ocurrente que ha inventado esos ridículos paños calientes del “ticket moderador”… 

Por último, el bloque de reformas deviene imprescindible en una comunidad sometida a un sistema de financiación excesivamente deficitario, un hecho incuestionable que reconocen incluso algunos líderes del propio PPC. No es lógico que una de las autonomías que más aporta al fondo común sea la que antes y más fuerte haya tenido que apretarse el cinturón. Dudo que esta legislatura asistamos al alumbramiento del nuevo pacto fiscal (el PP tiene mayoría absoluta y el horno no está para bollos) aunque quizás pueda acordarse un modelo intermedio como el alemán, donde el déficit interterritorial tiene un tope porcentual fijado por ley. 

El respaldo que los populares catalanes han ofrecido a Artur Mas puede orientarnos, además, sobre el futuro que nos viene encima a nivel estatal: recortes, recortes y más recortes. Menos mal que en Catalunya no tenemos elecciones en mucho tiempo: últimamente, el acto de depositar una papeleta en una urna constituye el prólogo seguro de un nuevo sablazo fiscal. Le estoy cogiendo el miedo a eso de votar…

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