El valor de nuestro tiempo


Publicado en el Diari de Tarragona el 25 de diciembre de 2011


Son muchos y diversos los factores que suelen tomarse como punto de referencia para valorar el grado de civilización de una sociedad determinada: el nivel educativo de las nuevas generaciones, el estatus alcanzado por la mujer, el respeto a las minorías, el control sobre la corrupción, la sensibilidad con que se trata a los animales… En mi opinión, existe otra característica social que puede considerarse definitiva a la hora de evaluar el estadio evolutivo de cualquier colectivo humano: la puntualidad.

Una de las experiencias más asombrosas del viajero español en países avanzados consiste en comprobar cómo las diferentes actividades de la vida ordinaria pueden desenvolverse con la precisión de un reloj suizo: los horarios del trasporte público, el tiempo de la respuesta comercial, el cumplimiento de las citas profesionales… Como botón de muestra, hace décadas que las estaciones del metro londinense lucen un cronómetro de cuenta atrás que marca escrupulosamente los segundos que faltan para la llegada de un nuevo convoy… y lo clavan. Los miembros de las sociedades puntuales ejercen esta virtud por puro hábito, contagiados por un entorno que considera impensable cualquier otro comportamiento, gracias a un sentido del respeto que subyace al conjunto de relaciones sociales que acontecen en su seno: respeto hacia la propia persona que nos espera, respeto hacia el valor de su tiempo, respeto hacia otros individuos que pueden sufrir el retraso de nuestro interlocutor por efecto dominó, etc.

He tenido la suerte de crecer en una familia donde la puntualidad ha sido siempre algo sagrado. Se cuenta que los habitantes de Königsberg ponían en hora sus relojes al ver pasar a Immanuel Kant: pues algo parecido… Y es que la impuntualidad no constituye sólo un síntoma evidente de mala educación, sino también una miserable pérdida de tiempo para todos. Lo dice una persona especialmente sensible después de haber esperado, y mucho, durante el último mes.

Si se me perdona la casuística personal, hace unas semanas reservé hora en un taller para instalar un equipo de música en el coche, y el encargado me aseguró que el trabajo estaría realizado en media hora. Llevé el vehículo a la hora convenida y dejé el número de mi móvil por si acababan antes de lo previsto. Media hora, tres cuartos, un hora… Volví al taller, donde encontré el coche aparcado en el exterior: ni siquiera habían comenzado. Después de varias discusiones, me devolvieron el vehículo hora y media después de lo acordado, lo que provocó que llegara tarde a mi trabajo. Para colmo, esa noche comprobé que la radio estaba mal instalada, obligándome a volver al día siguiente para perder media hora más.

Pocos días después, acudí a un CAP de Tarragona para acompañar a un familiar en una visita médica que había sido confirmada hacía meses. Al llegar introdujimos su tarjeta sanitaria en la máquina de recepción, cuya pantalla señaló la inexistencia de ninguna visita concertada. Nos pusimos a la cola de admisiones: treinta y una personas por delante. En un cuarto de hora apenas habíamos alcanzado la mitad de la fila, así que telefoneé al servicio de citación médica. Confirmaron la visita, pero me recomendaron acudir al mostrador de la primera planta. Subimos y allí no había nadie. Mis primeros intentos por cazar al vuelo a algún trabajador resultaron infructuosos. Por fin, una buena samaritana me explicó que, efectivamente, los empleados del mostrador estaban de puente, por lo que debíamos volver a la cola inicial. Bajamos y nos situamos de nuevo en el extremo de una fila que ya acumulaba más de cuarenta personas. Después de varias vicisitudes más (nos dieron un número de consulta que finalmente no era…) fuimos atendidos por el médico una hora después de lo previsto. Eso sí, al menos, de forma impecable.

El colmo del despropósito bananero ha llegado esta misma semana. En esta ocasión era yo el paciente que tenía confirmada una consulta en un hospital de la ciudad. Tiempo de espera: dos horas y veintiún minutos. Mejor no hablo…

Pese a que todos estos ejemplos demuestran que tener una cita concertada no significa nada en nuestro país, existe una diferencia fundamental entre ellos. El primer caso tiene muy fácil solución: jamás volveré a ese taller. Los otros, sin embargo, resultan mucho más irritantes, pues se produjeron en un servicio público que tendré que seguir pagando lo quiera o no. ¿Alguna vez nuestros gobernantes han calculado la cantidad de horas de trabajo y estudio que se desperdician anualmente en las salas de espera de los hospitales, los ayuntamientos, las delegaciones de Hacienda…? ¿Saben cuánto hay que esperar en cada una de las múltiples ventanillas por las que hay que pasar para hacer cualquier gestión en Tráfico? ¿Cómo se atreven a exigirnos mayor productividad cuando son las administraciones públicas las que dilapidan miserablemente nuestro tiempo por falta de organización?

Parecen razonables la mayor parte de las medidas que toman nuestros dirigentes para aprovechar sus jornadas de trabajo (aviones, hoteles, AVEs…) aunque convendría que antes demostrasen un cierto respeto por las nuestras. Nuestro tiempo tiene, como mínimo, el mismo valor que el suyo.

Comentarios

  1. En cuanto a la educación, yo diría que no es sólo una falta de respeto hacia los demás sino hacia ti mismo ya que te cataloga como persona en cuanto a dejadez e implicación en los asuntos que tratas. No hablar de cómo se sienten ese tipo de personas cuando les hacen esperar a ellos mismos.
    En cuanto a ejemplos, hace una semana, mi mujer, después de saber que llevaba seis semanas de embarazo, tuvo que ir, en un día, dos veces a urgencias por pérdidas de sangre. Amago de aborto aunque no le daban importancia. Al día siguiente, por la noche, volvimos ya que mi mujer lo estaba perdiendo. Según íbamos en coche hacia el hospital Virgen del Camino desde Obanos, llamé al 112 (manos libres) para explicarles lo sucedido y decirles que íbamos de camino. Hablé con un médico y se lo expliqué. Me dijo que avisaría a urgencias. Al llegar, después de media hora, nos atendieron para confirmar lo que ya sabíamos pero la importancia que le dieron es la de haber explotado un grano frente al espejo. Después le absorbieron los restos internos. Medicación y una inyección postaborto. Esa es la implicación de las personas, la triste y pura legalidad. Un fuerte abrazo, Dánel.

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  2. Me dejas helado, Pedro. Después de todo, los incidentes que relato en el artículo no dejan de ser cuestiones menores, pero lo que me cuentas son palabras mayores. Estos son los casos en los que la desidia derivada de determinada mentalidad funcionarial resulta aún más indignante. Espero que tu mujer se esté recuperando, y que sea capaz de sobrellevarlo lo mejor posible. Un fuerte abrazo a los dos.

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