El festival de Cannes


Publicado en el Diari de Tarragona el 6 de noviembre de 2011

Los principales líderes mundiales se las prometían muy felices la pasada semana, con el horizonte de una glamurosa y relajada reunión del G20 a orillas de la Costa Azul. Todo parecía listo para zanjar definitivamente el problema de la deuda griega, hasta que su primer ministro sacó de la chistera un extemporáneo referéndum sobre el plan de rescate de la UE, y mando a pique las bolsas de todo el planeta. Los atenienses han vuelto a demostrar su milenaria osadía, poniéndose farrucos ante unos acreedores dispuestos a aceptar una quita del 50% sobre sus préstamos. Quizás los particulares deberíamos tomar buena nota de esta estrategia, y acudir mañana a nuestra oficina bancaria para aceptar a regañadientes que nos cancelen la mitad de la hipoteca por la cara… Desde luego, Papandreu acudió a Cannes dispuesto a llevarse la palma con su ocurrencia: la Palma de Oro. 

Una vez más, nuestros representantes habían vuelto a hacer gala de su exasperante obsesión por salir exultantes de sus reuniones, afirmando categóricamente que todos nuestros problemas están definitivamente solucionados (como decía Kortatu, la asamblea de majaras se ha reunido y ha decidido: mañana sol y buen tiempo). El problema es que siempre, horas después, comienza a diluviar, y esta vez no ha sido una excepción. 

El órdago griego provocó una reacción asombrosamente similar en los centros de poder europeo y en las barras de bar de todo el continente: ¡pero estos tíos de qué van! Las cifras del paro alcanzan cotas astronómicas, cada día nos despertamos con tremendas convulsiones financieras, los indicadores macroeconómicos auguran una nueva recesión para 2012, los acreedores del gobierno ateniense han cedido lo inimaginable, el ejecutivo norteamericano se refiere a la UE como el camarote de los hermanos Marx, la inestabilidad helena ha colocado a Italia en ratios de rescate… y Yorgos exigía un referéndum. ¡Joroña que joroña! 

Con la perspectiva que da el paso de los años, hemos comprobado que la renqueante economía griega entró en la UE como un nuevo caballo de Troya: en su día Atenas mintió sobre sus verdaderas cifras macroeconómicas para ingresar en la CEE, y esta incomprensible imprudencia inicial puede terminar con todos nosotros. Sus debilidades no son ningún secreto: bajo nivel de productividad, sector público sobredimensionado, fraude fiscal galopante, descomunal economía sumergida, coladeros en las políticas de subvenciones y subsidios… Son factores que nos suenan demasiado a los habitantes del sur europeo, aunque en este caso su volumen se encuentre elevado a la enésima potencia. El resultado es evidente: un país sobreendeudado, incapaz de reactivar la economía en un grado suficiente para generar la riqueza real necesaria con la que afrontar sus obligaciones crediticias. 

Según las últimas encuestas, tres cuartas partes de los griegos desean permanecer en el euro, y la misma proporción se niega a aceptar el plan financiero acordado con la UE, pese a incluir la condonación de la mitad de la deuda: por pedir que no quede. Puede que ahí se encontrase el origen de la efímera iniciativa de Papandreu, uno de los dirigentes mejor preparados del continente, y miembro de una de las dos dinastías políticas (junto con los Karamanlis) que han aferrado el timón heleno desde hace décadas. El primer ministro, con un respaldo parlamentario excesivamente ajustado, no ha querido asumir el papel de cabeza de turco ante la poderosa oposición política interna, que podría jugar la baza del populismo para convertir a Papandreu en el traidor que vendió el país a los voraces mercados internacionales. Si la consulta popular hubiese triunfado, el gobierno habría logrado un plus de legitimidad para afrontar unos recortes sin precedentes, a través de una brillante maniobra política que podría considerarse un ejemplar ejercicio de democracia directa, o una grave y cobarde dejación de responsabilidades. 

Afortunadamente, las máximas autoridades europeas respondieron sin dudas ni eufemismos, destacando las consecuencias derivadas de intentar trasladar a la economía global los problemas domésticos del dividido parlamento heleno: o el gobierno de Atenas cumple el acuerdo, o ya se puede ir olvidando de los fondos de rescate, la condonación parcial de la deuda, su permanencia en el euro, etc. Europa no puede permitirse que los vaivenes de la pequeña república griega terminen arrastrando a otros países mayores como Italia o España, cuyo eventual rescate supondría un problema de dimensiones incalculables. Como era de prever, el riesgo a ser expulsados de la eurozona, abiertamente planteado por el presidente del Eurogrupo y primer ministro luxemburgués, Jean Claude Juncker, parece haber convencido a los dignatarios griegos de la necesidad de rebajar sus pretensiones, empezando por renunciar al referéndum. 

En clave española, no sería raro que el laberinto político heleno, directamente derivado de la escuálida mayoría parlamentaria que se evidenció en la moción de confianza del viernes, fuera aprovechado por el PP para demostrar la necesidad de un nuevo gobierno fuerte, en momentos de grave zozobra económica, del mismo modo que Artur Mas solicitó a los catalanes una mayoría suficiente para acometer su plan de saneamiento. Puede que muchos ciudadanos, a la vista de la jaula de grillos griega, se vean animados a respaldar con su voto una rotunda victoria popular.

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