La mesa de Bricomanía

Publicado en el Diari de Tarragona el 23 de febrero de 2020


Ya han pasado más de quince años desde su primera emisión. Un tipo con acento de Astigarraga y apellido impronunciable comenzó a hacerse un hueco en nuestros hogares para introducirnos en el mundo de las brocas de corona, las sierras de calar y el adhesivo de montaje. Mientras tanto, el otro presentador del programa, un tipo con una sensibilidad hacia las petunias extrañamente acompañada por un aspecto algo siniestro, nos descubrió que el sustrato universal no era un concepto metafísico, sino una tierra con pretensiones que permite trasplantar el potos que te regaló tu madre sin ajusticiar a la pobre planta. Aunque este producto televisivo ya no goza de la presencia de antaño, disfrutó de un gran éxito durante muchas temporadas e hizo de oro a su productor, Karlos Arguiñano, un cocinero que ha sabido moverse en el mundo de los mass-media poniendo los huevos en diferentes cestas (entiéndase la expresión en sentido estratégico, no fisiológico). 

En cualquier caso, la lección de fondo que nos proporcionó este programa es que la meta de un proyecto puede no ser su presunta utilidad final sino el propio proceso que lleva a un resultado de trascendencia relativa. De hecho, volviendo al caso bricomaníaco, y salvo que el garaje de nuestra vivienda pareciera ya el Brico Depot, un sencillo cálculo de costes que incluyera todo lo necesario para el trabajo permitía deducir que una estantería hecha con un palet abandonado en la cuneta de un polígono podía terminar suponiendo un desembolso similar a un mueble de Roche Bobois. Y eso si terminaba sirviendo para su función teórica, porque apuesto a que la mayoría de los intentos por emular al bueno de ‎Kristian Pielhoff‎ terminaron reciclados como combustible en la siguiente hoguera de San Juan. 

Algo parecido podría decirse de la mesa de negociación que los partidos independentistas intentan construir con el gobierno español desde hace algunas semanas, y que presumiblemente arrancará el próximo miércoles. Analizando fríamente las posibles conclusiones del experimento, el techo aspiracional se situaría en torno a un nuevo estatuto o a una propuesta de reforma constitucional no sustancial, un tope muy alejado de las pretensiones que manifiestan algunos de sus participantes como objetivos mínimos: reconocimiento del derecho de autodeterminación, aprobación de una amnistía explícita, etc. Todos sabemos que esto no va a suceder, al menos a corto o medio plazo, pero las tres formaciones políticas directamente involucradas necesitan utilizar el desarrollo de estas conversaciones para alcanzar sus propios objetivos partidistas. Al margen de que siempre es bueno que el diálogo vuelva a fluir entre los gobiernos catalán y español, el interés no está en la utilidad final de la mesa, sino en el propio proceso de construcción de la misma. 

Por un lado, el PSOE necesita que este foro se ponga en marcha lo antes posible para agilizar la tramitación de los Presupuestos Generales del Estado con ERC. De hecho, esta negociación fue una exigencia de los republicanos para facilitar la investidura de Pedro Sánchez sin ser tachados de botiflers. Desde la perspectiva socialista, la construcción de la mesa debe dilatarse en el tiempo posponiendo al máximo los temas estridentes, para poder aprobar las cuentas mientras la sangre no llegue al río. Así se entiende, por ejemplo, su propuesta de dedicar el primer encuentro a realizar un mero diagnóstico de la situación. 

Algo parecido les sucede a los republicanos. Son plenamente conscientes de que las conclusiones finales de este diálogo resultarán sumamente frustrantes para el independentismo maximalista, y por ello procurarán que las conversaciones se alarguen durante el mayor tiempo posible. La idea es poder acudir a los comicios catalanes con el mensaje de que la negociación va bien, y así convencer a los más inquietos de que su presión sobre los socialistas terminará logrando los frutos esperados. Cunde el pavor ante la posibilidad de que los neoconvergentes les vuelvan a adelantar en la última curva como en diciembre de 2017. 

La evidencia de que esta mesa es un simple medio para obtener ventaja partidista tiene en JxCat su versión más burda. Como dirían las vacas sagradas del viejo parlamentarismo italiano, al President le 'manca finezza' política, y su empeño en reventar estas conversaciones resulta demasiado tosco: su mesa es rústica hasta decir basta. El objetivo de las huestes de Puigdemont es dejar a los republicanos como unos traidores por ambición o ingenuidad, y entonces convocar elecciones para evitar el sorpasso. Incluso el Polonia del pasado jueves incluía un sketch en el que Torra y Aragonès cantaban con una sonrisa mirando a cámara, mientras se apuñalaban repetidamente por la espalda. 

Desde que comenzó a hablarse de la mesa de diálogo, el Molt Honorable ha torpedeado el proyecto sin miramientos. Comenzó exigiendo una disparatada mediación internacional, alimentando el sueño húmedo de algunos independentistas de acabar puliendo los términos de la secesión en Camp David. La posterior propuesta estatal para reunirse el lunes fue respondida por él -¡precisamente por él!- acusando a Pedro Sánchez de actuar “de forma unilateral”. Para miccionar y no echar gota. Ahora parece que acepta acudir el miércoles a la Moncloa, pero dejando claro que la intermediación, la autodeterminación y la amnistía son innegociables. El President vuelve a demostrar que, para él, dialogar consiste básicamente en darle la razón. 

A pesar de la chabacanería estratégica de los neoconvergentes, su apuesta comienza a dar sus frutos entre los sectores más descerebrados del independentismo. De hecho, los republicanos sufren ya una campaña de acoso y derribo por parte de Arran, quienes se han aficionado a pintar las sedes de ERC con una gran bandera española, demostrando una destreza con los pinceles realmente llamativa. Supongo que también suelen ver Bricomanía.

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