La fría venganza de Neguri

Publicado en el Diari de Tarragona el 16 de febrero de 2020


La desembocadura del Nervión ha conformado históricamente una fiel plasmación geográfica de la serie ‘Arriba y Abajo’. Para aquellos que no conozcan la zona, el área metropolitana de Bilbao ocupa las dos orillas de la ría, a lo largo de una decena larga de kilómetros, con la capital en su tramo interior. A medida que avanzamos hacia el mar, esta línea divisoria natural se convierte también en una frontera social, con poblaciones tradicionalmente obreras a la izquierda (Barakaldo, Sestao, Portugalete, Santurtzi…), y los elitistas barrios residenciales de Getxo a la derecha (Algorta, Las Arenas…). Ambos lados conectan gracias al Bizkaiko Zubia, un enorme puente transbordador decimonónico, el primero de una tipología que gozó de enorme éxito en su época, aunque actualmente sólo se conserven menos de una decena en todo el planeta. 

En la privilegiada margen derecha, el nombre de Neguri (‘ciudad de invierno’ en euskera), es para cualquier vasco sinónimo de poder económico y exaltación de la opulencia. No en vano, entre finales del siglo XIX y principios del XX, las familias más adineradas de Euskadi construyeron allí sus insultantes mansiones que hoy día siguen deslumbrando por su ostentación: el palacio de Artatza, el de Lezama-Leguizamón, el del Marqués de Olaso, el de Eguzkialde, el de Arriluze… Este conjunto de villas, la mayoría de ellas orientadas hacia la bahía del Abra, logró su reconocimiento como Bien Cultural, con la categoría de Conjunto Monumental. Allí han vivido tradicionalmente las grandes sagas burguesas de dinero viejo: los Ybarra, los Oriol, los Delclaux, los Aresti, los Muguruza, los Zubiría… Por ello, cuando se pronuncia la palabra Neguri, no sólo se habla de un lugar, sino de la toponización de la plutocracia. 

Precisamente, a estas distinguidas familias pertenecían los impulsores de los grandes bancos vizcaínos, que terminaron fusionados en 1988 bajo la denominación Banco Bilbao Vizcaya (BBV). Paralelamente, el gobierno español había agrupado las entidades públicas de crédito en una única firma, Argentaria, cuya presidencia fue finalmente encomendada a Francisco González, hombre de confianza de José María Aznar (un presidente aficionado a colocar en puntos clave a amigos personales con el perfil de Juan Villalonga o Miguel Blesa). En 2001 se culminó un proceso de fusión de ambas organizaciones que dio lugar al actual BBVA, con Emilio Ybarra y el propio González como copresidentes. Y casualmente, un año después, todo cambió gracias a un descubrimiento que para algunos destilaba el inconfundible tufo de las cloacas del Estado: Ybarra fue forzado a renunciar a su puesto por unas acusaciones vinculadas a unas cuentas en Jersey, por las que fue finalmente absuelto en 2006. Como consecuencia de esta maniobra, el poder absoluto sobre este imperio financiero quedó en manos del culebrero Francisco González, quien procedió a desvasquizar los cuadros directivos de la entidad, aunque la sede social del BBVA siguiese en Bilbao. Y desde entonces, Neguri juró odio eterno al expresidente de Argentaria. 

La venganza se sirve fría, y el caso Villarejo brindó a los burgueses del Abra la posibilidad de ajustar cuentas. Según los mentideros locales, como si de un Íñigo Montoya de las finanzas se tratara, el clan bilbaíno habría estado pagando de su propio bolsillo al equipo legal e investigador que ha impulsado la defenestración del gallego. Finalmente, la turbia red de escuchas ilegales que González encargó presuntamente al fétido excomisario, provocó su humillante salida del banco hace un año. Nadie debería sorprenderse, teniendo en cuenta los diferentes escándalos que han jalonado la carrera del financiero: participó en la venta de Oil Dor, una parte del sumario por el que fue condenado Mario Conde; se vio salpicado por irregularidades en la venta de FG Inversiones Bursátiles a Merril Lynch, que encontró un desfase contable de 5,24 millones de euros, etc. El escándalo ha recuperado protagonismo esta misma semana, con el encontronazo judicial colateral entre Antonio Béjar, expresidente de la filial DNC, y el BBVA. 

A pesar de los intentos del actual presidente de la entidad, Carlos Torres, por bajar la tensión ambiental entre las familias de accionistas (recientemente colocó a Álvaro Aresti, un candidato afín a los vascos, en sustitución del propio Béjar), lo más probable es que el acorazado del Abra no se detenga hasta recuperar ‘su’ banco. El sector del crédito no es hoy un negocio especialmente rentable, pero la reconquista de la entidad bilbaína es algo más que una cuestión de dinero para las familias de Neguri. 

Por lo visto, el plan de asalto pasa por favorecer una fusión del BBVA con Bankia, y poner al frente de la firma resultante al presidente de ésta, José Ignacio Goirigolzarri, un profesional de la banca que ha realizado un excelente trabajo en el reflotamiento de la entidad intervenida. La respetada trayectoria del candidato (vicepresidente de Telefónica y de Repsol, presidente del BFA, consejero delegado del propio BBVA, etc.) otorga un plus de credibilidad a un proyecto, que cuenta además con dos padrinos políticos de primer orden: por un lado, la Comisión Europea parece apostar por esta solución (profundiza en la senda de concentración bancaria, permite pasar página al escándalo Villarejo, ofrece una salida a Bankia...), y por otro, el visto bueno a esta fusión podría ser una de las exigencias aceptadas por Pedro Sánchez en la negociación de investidura con el PNV. 

Pese a todo, la actual dirección del banco no bajará los brazos fácilmente. Torres se revuelve como gato panza arriba para conservar la presidencia. No pasarán muchos meses antes de conocer el resultado de esta lucha sin cuartel. Las espadas siguen en alto.

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