Pedaleando por Tarragona

Publicado en el Diari de Tarragona el 8 de diciembre de 2019


El concejal de Territori del Ayuntamiento, Xavier Puig, ha dado a conocer esta semana el proyecto para conectar por carril bici los campus Catalunya y Sescelades de la URV, respondiendo así a una insistente demanda de su rectora, María José Figueras. Esta nueva vía reservada para ciclistas arrancará desde la plaza Imperial Tarraco y tendrá algo más de dos kilómetros de longitud, como primera fase de un plan que pretende ser más ambicioso a medio plazo. La idea de sus promotores es que este tramo inicial pueda comenzar a transitarse dentro de un año, y que después se amplíe con un ramal por Sant Antoni Maria Claret. Con esta iniciativa, nuestra ciudad estará en condiciones de alcanzar un doble objetivo. 

Por un lado, permitirá ofrecer comodidad y seguridad al número creciente de estudiantes que utilizan la bicicleta para acudir a sus clases. En efecto, los vecinos de la zona comprobamos cada día cómo son cada vez más los jóvenes que van a la facultad por este medio, cruzando la barrera urbana que representa la variante mediante el pequeño puente que nace cerca de la rotonda de los Quatre Garrofers. En segundo lugar, la creación de carriles específicos para ciclistas probablemente facilite que otras personas, que jamás se vieron a sí mismas pedaleando por Tarragona, se animen a utilizar este transporte medioambientalmente óptimo, individualmente sano y económicamente accesible. 

Más allá del acierto y las evidentes ventajas de esta medida para los usuarios concretos de este trazado, el proyecto global de retomar la construcción de carriles bici por los principales ejes de nuestra capital responde a una carencia evidente de la ciudad. El plan de movilidad urbana sostenible (PMUS), aprobado por el Ayuntamiento en 2011, preveía la creación de una red básica de carriles para bicicletas de nueve kilómetros, ampliable a medio plazo hasta los treinta. Sin embargo, en toda la legislatura anterior sólo se abrió un tramo deslavazado entre la playa de la Arrabassada y el Fortí de la Reina, de apenas un kilómetro de longitud, ofreciendo un balance paupérrimo en un reto de movilidad sostenible que la mayoría de urbes homologables a la nuestra han asumido con mucho mayor interés y determinación. En términos generales, han sido dos las disculpas que normalmente se han alegado para justificar el escaso compromiso de nuestras administraciones en este terreno. 

En primer lugar, se ha señalado que en Tarragona jamás ha existido una tradición consolidada en el uso de este medio de transporte, a diferencia de lo que ocurre en otras ciudades de nuestro entorno (no digamos ya en comparación con otros países del centro y norte de Europa). Debe reconocerse que este alegato tiene cierto fundamento, pues la bicicleta siempre ha sido rara avis en nuestras calles, infestadas de automóviles pese al buen clima de la comarca. Sin embargo, la proliferación de ciclistas en otras capitales de provincia no ha sido el fruto del azar ni el efecto de fenómenos inescrutables, sino la consecuencia directa de un compromiso de estas urbes por fomentar este tipo de hábitos. En ese sentido, constituye un error plantear la cuestión de los carriles bici en términos meramente responsivos, puesto que se trata de un objetivo estratégico que debe afrontarse de modo proactivo. Efectivamente, nos encontramos ante un reto en el que la retroalimentación ejerce un papel fundamental, de modo que no basta con satisfacer la demanda previa de los ciclistas, sino de fomentar esta cultura de la movilidad con la creación de estas vías precisamente para cada vez haya más ciudadanos que se animen a pedalear para trasladarse de un sitio a otro. 

Paralelamente, también se ha objetado que la meta de generalizar el uso de la bicicleta es una utopía que jamás podrá tener éxito en el caso concreto de Tarragona, teniendo en cuenta nuestra inclinada orografía. En efecto, la ciudad se asienta sobre un montículo rocoso que convierte nuestra capital en el reino de las cuestas. Sin embargo, el paso del tiempo está confirmando que este factor camina por la senda de la irrelevancia, gracias a la creciente accesibilidad de la tecnología eléctrica. Hasta hace apenas unos años resultaba imposible encontrar una bicicleta con tracción asistida por menos de mil euros, pero desde entonces su precio no ha dejado de caer. Parece evidente que el abaratamiento de este producto mantendrá su acelerada tendencia, de modo que en muy poco tiempo cualquier persona podrá adquirir una bicicleta eléctrica por un precio módico, y los pronunciados desniveles de nuestra ciudad dejarán de ser un problema para los ciclistas que no estamos en forma. 

En definitiva, la apuesta de los actuales responsables municipales por la ampliación de nuestra exigua red de carriles bici debe ser recibida con un fuerte aplauso, esperando que el significativo retraso que padecemos en esta cuestión pueda revertirse durante las próximas legislaturas, convirtiendo este objetivo en una apuesta política transversal. Todos los estudios sociológicos coinciden, además, en que la compra del primer automóvil ha dejado de ser para los jóvenes el símbolo de libertad que representaba para anteriores generaciones, un aliciente más para considerar que este cambio en la cultura de la movilidad es perfectamente alcanzable. Todavía estamos a tiempo de recuperar el tiempo perdido. 

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