Ecopostureo

Publicado en el Diari de Tarragona el 13 de diciembre de 2019


Afortunadamente, la concienciación sobre la necesidad de reducir los efectos perniciosos de la actividad humana sobre la sostenibilidad del planeta forma ya parte de la mentalidad transversal de las nuevas generaciones. El ecologismo ha dejado de ser una excentricidad de cuatro activistas para transformarse en un pilar del pensamiento del nuevo siglo, tanto a nivel académico y político como en el marco mental de los ciudadanos individuales. De hecho, cada vez son más las personas que consideran que la forma de afrontar esta cuestión será uno de los factores que definirán nuestro futuro, junto con otras variables determinantes a medio plazo: la gestión abierta pero realista de las grandes migraciones, el impacto de la información falsa y los populismos en los sistemas políticos, la autodefensa de las sociedades occidentales frente a la amenaza del totalitarismo religioso, el equilibrio entre la libertad y la regulación económicas para caminar hacia un modelo próspero y socialmente integrador al mismo tiempo, el aprovechamiento eficaz y la asimilación humanizadora de las nuevas tecnologías en nuestras vidas, etc. 

Sin embargo, como ocurre con todas las inquietudes que se convierten repentinamente en una verdad incuestionable y universal, son muchos los conversos que intentan sacar tajada de la nueva moda, prostituyendo un reto del que depende nuestro porvenir colectivo. De la noche a la mañana, ahora todo es verde, todo es sostenible, todos perdemos el sueño por el derretimiento de los polos, y el plástico nos produce urticaria con sólo mirarlo. 

No es raro, por ejemplo, que proliferen algunas iniciativas biensonantes pero con un limitado efecto real. Pensemos en la decisión de cobrar unos céntimos por las bolsas en los supermercados. Como era de esperar, son muchos los ciudadanos que apenas han cambiado sus hábitos en este sentido, limitándose a pagar esa modesta cantidad en el contexto de una compra media. Si el objetivo era que todo el mundo trajese su bolsa reutilizable desde casa, lo lógico sería prohibir las actuales o cobrar tres euros por cada una, y entonces sí que se reduciría drásticamente su consumo (en vez de convertir esta medida en una forma de hacer ganar un poco más al supermercado en cada venta). Esta fiebre por parecer ecofriendly ha llevado también a algunas de las empresas más contaminantes del país a pagar costosísimas campañas publicitarias para mostrarse al público como los adalides de la cultura verde. Es el llamado ecopostureo. 

Algo parecido sucede con algunas ciudades, como Madrid, que no tuvo el menor sonrojo en autobautizarse como Green Capital, pese que sólo existe una población española (Vitoria-Gasteiz, en 2012) que haya ostentado este galardón, instituido y gestionado por la Comisión Europea para reconocer a las ciudades que apuestan de una forma más decidida por cuidar el medio ambiente y el entorno vital de sus habitantes. Tuvieron que ser unos activistas de Greenpeace los que afearan al alcalde José Luis Martínez-Almeida su ridículo gesto, modificando el petulante letrero que había colocado en la Puerta del Sol, para transformar el inmerecido ‘Madrid Green Capital' en un más apropiado 'Madrid Grey Capital'. No en vano, este gobierno municipal se ha caracterizado precisamente por mantener una actitud contraria a aquello de lo que alardea, cerrando carriles bici y paralizando el proyecto Madrid Central. 

Ni siquiera los famosos se libran de esta fiebre. Esta misma semana, el durísimo discurso ecologista de Javier Bardem durante la cumbre del clima ha recibido un tremendo rapapolvo en las redes sociales. Los internautas no han dudado en difundir varias fotos del actor trasladándose en un despampanante Lincoln Navigator (uno de los vehículos más contaminantes que existe) y han recordado que su pareja, la también actriz Penélope Cruz, se está haciendo de oro anunciando cruceros por el Mediterráneo (un sector cuya actividad en España contamina cinco veces más que todos los vehículos que circulan por la península, según un reciente estudio de Transport & Environment). Y eso por no hablar de la omnipresente Greta Thunberg, una polémica activista que ha logrado una eficaz visibilización de los problemas medioambientales que estamos generando, pero que también está provocando que muchas personas sensibles ante esta problemática comiencen a sentir cierto desapego hacia este movimiento, teniendo en cuenta el agresivo show mediático diseñado por los padres de la niña y sus oscuras conexiones con la industria energética nórdica. 

La sostenibilidad del planeta es un tema demasiado serio para convertirlo en un circo de la propaganda, la sobreactuación, la demagogia y el vedetismo. Nos enfrentamos a una amenaza de raíz eminentemente técnica que debe afrontarse con un discurso fundamentalmente científico, no con protestas en pelotas y arengas de iluminados. Nos aguardan gravísimas consecuencias en el medio plazo si no comenzamos a modificar nuestros hábitos de forma inminente, detectando estrategias que persigan el impacto contrastable y no la foto resultona. Lamentablemente, este reto vital ha coincidido en el tiempo con la era de la imagen vacua, el gesto pretencioso y el postureo desvergonzado. Más vale que asimilemos pronto que nuestras decisiones a todos los niveles, desde las grandes medidas políticas hasta las pequeñas acciones individuales, definirán el hogar que dejaremos en herencia a nuestros hijos, si es que les dejamos alguno.

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