La política de las cosas

Publicado en el Diari de Tarragona el 24 de noviembre de 2019


El científico británico Kevin Ashton propuso en 1999 el término ‘Internet de las cosas’ para referirse a un campo de avance que entonces comenzaba a atisbarse, aplicando las nuevas tecnologías a los objetos cotidianos con los que convivimos habitualmente. En definitiva, se trataba de abrir un nuevo horizonte de posibilidades centrando la investigación en las cosas concretas que forman parte de nuestra vida diaria, cuya interconexión digital podría generar unos efectos beneficiosos que hemos empezado ya a disfrutar, y que sin duda se verán exponencialmente aumentados con la generalización de la tecnología 5G. 

Salvando las distancias, podríamos afirmar que también existe una ‘política de las cosas’, es decir, un ámbito de estudio y trabajo institucional en el que el centro de gravedad se sitúa en la realidad que nos rodea, y cuya optimización redunda en un beneficio objetivo para todos. En efecto, poner el foco en las cosas, como medio para mejorar la vida de las personas, puede constituir una estrategia idónea para simplificar y destensar el debate político, obviando los aspectos ideológicos que muchas veces nos separan de forma artificiosa. Este planteamiento resulta especialmente apropiado en contextos como el que actualmente vivimos en Catalunya, donde un conflicto puramente político parece impedir la identificación de objetivos tangibles compartidos. 

El Diari ha publicado esta semana un reportaje de Xavier Fernández donde se preguntaba a los cabezas de lista por Tarragona de los diferentes partidos con representación en el Congreso sobre sus prioridades para la presente legislatura. Analizando las respuestas de Jordi Salvador (ERC), Joan Ruiz (PSC), Ferran Bel (JxC) e Ismael Cortés (ECP) no era difícil encontrar ciertos puntos de acuerdo, con mayor o menor intensidad, más allá de sus discrepancias sobre la cuestión soberanista. 

Por ejemplo, la necesidad de impulsar la conclusión urgente de la autovía A-27 hasta Montblanc era una meta mayoritariamente compartida, así como la conveniencia de estudiar una solución para el transporte de productos peligrosos por este eje viario. Algo parecido podría decirse del Corredor del Mediterráneo, cuya finalización y puesta en marcha todos ellos demandaban. Otra necesidad destacada por nuestros representantes en la Cámara Baja era el traslado de los trenes de mercancía hacia el interior, evitando que sigan transitando por zonas urbanas. La reiterada solicitud de la industria petroquímica para establecer redes cerradas de energía que mejoren su competitividad era otro punto en el que los cuatro partidos coincidían plenamente. Volviendo al ámbito de las infraestructuras por carretera, también se evidenciaba cierto consenso sobre la mejora de la N-340, un trayecto con altísimos índices de siniestralidad, o la ampliación del doble carril en la A-7 hacia el norte de La Mora y hacia el sur de Vandellós. Obviamente, todos los tarraconenses deseamos modernizar nuestra red de carreteras, alejar los convoyes de mercancías de la línea de costa, reducir los accidentes al volante, etc. Es irrelevante que seamos independentistas o constitucionalistas, de izquierdas o de derechas. La realidad es común para todos y constituye el factor que nos une de forma ampliamente mayoritaria, al margen de la ideología que defienda cada uno. 

Lamentablemente, el proceso independentista ha provocado, durante la última década, una brecha intelectual y emocional en la ciudadanía catalana con síntomas de difícil cicatrización. Han sido muchos y reiterados los llamamientos para favorecer un clima de entendimiento y diálogo entre las partes, pero todos estos intentos han chocado siempre contra un muro de recelo y cerrazón que los ha abocado al fracaso. En un contexto de posicionamientos maximalistas y extremados, ha resultado imposible tender puentes para recuperar la confianza y la cohesión en una sociedad convulsionada por un conflicto con aspectos sentimentales muy acentuados (y además, irresponsablemente alimentados y magnificados). 

Kierkegaard afirmaba acertadamente que ‘la puerta de la felicidad se abre hacia dentro. Hay que retirarse un poco para abrirla: si uno la empuja, la cierra cada vez más’. Del mismo modo, son habituales los objetivos que no conviene gestionar de modo directo, pues una estrategia de choque nos aleja cada vez más de nuestra meta. Puede que la pretensión de lograr cierta transversalidad en la política catalana, a base de poner crudamente sobre la mesa el núcleo del problema, sea una de esas cuestiones. Al menos, la experiencia reciente debería animarnos a repensar si un enfoque frontal es la mejor la táctica para desenredar la madeja. 

A efectos meramente procedimentales, quizás nos convendría alejarnos un poco de la puerta para poder abrirla. El diálogo político sobre esta crisis territorial e identitaria debe propiciarse, obviamente, pero es probable que el objetivo de recuperar la confianza y la colaboración entre las partes deba buscarse de forma indirecta. El reportaje del pasado martes demuestra que existen ámbitos de encuentro donde fuerzas parlamentarias de bloques enfrentados podrían colaborar, codo con codo, en beneficio global de la ciudadanía. Puede que las cosas palpables que nos unen sean el mejor hilo para empezar a remendar las costuras abiertas.

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