El ruido y los datos

Publicado en el Diari de Tarragona el 3 de noviembre de 2019


El Institut de Ciències Polítiques i Socials, adscrito a la Universitat Autònoma de Barcelona, ha hecho pública esta semana una encuesta que ofrece unas cuantas cifras que merecen ser destacadas, especialmente en el momento políticamente sensible que estamos viviendo actualmente en Catalunya. Analizando algunas de las respuestas que se incluyen en este estudio demoscópico, parece evidente que la forma en que la ciudadanía encaja sus diferentes percepciones y opiniones sobre la actual situación es más compleja de lo que podría parecer. 

En primer lugar, el monolitismo que a veces muestra el modelo de bloques que se ha instalado en nuestra sociedad puede llevarnos a pensar que cada uno de los frentes está formado por individuos con pensamientos homogéneos, a quienes atribuimos automáticamente el discurso de sus respectivos líderes. Y parece que no es así. Por ejemplo, el estudio del ICPS pregunta a los encuestados cuál debería ser la relación de Catalunya respecto del Estado, y un 8% responde que debería ser una región, un 27% una comunidad autónoma, un 20% un estado dentro de una España federal, y un 34% un estado independiente. Sin duda, estos porcentajes vendrían a refrendar las tesis de quienes, desde dentro del propio movimiento secesionista, sostienen que no existe mayoría social suficiente para continuar con un proceso que el tiempo ha demostrado estéril o incluso contraproducente para los intereses objetivos de la ciudadanía catalana. 

Sin embargo, poco después se pregunta cuál sería su respuesta en caso de celebrarse un referéndum de independencia, y el 42% contesta que votaría a favor de la independencia, un 31% en contra, y un 19% se abstendría o no iría a votar. Contrastando estos guarismos con los anteriores podemos deducir, en primer lugar, que entre los votantes partidarios de la independencia existen personas cuyo modelo ideal no es precisamente éste (lo que podría interpretarse, o bien como un voto de protesta, o bien como la preferencia de la secesión sobre el mantenimiento de la actual estructura territorial). Y por otro lado, parece evidente que el unionismo tiene un gravísimo problema para movilizar a sus simpatizantes frente a la capacidad de seducción activa del bloque independentista (el destacable 69% de población que no opta por la independencia se convierte en un modesto 31% si se trata de participar en una hipotética consulta). También es cierto que la encuesta no concreta cómo sería ese referéndum (vinculante o consultivo, legal o ilegal, etc.) de modo que estas respuestas deben ser tomadas con cierta prevención. 

Otro dato inquietante es el que se refiere a la forma de abordar el debate de la independencia en el seno familiar. Sorprende que un 55% de los encuestados responde que en su casa no se habla prácticamente nunca de este asunto. Teniendo en cuenta la presencia constante de este conflicto en la realidad diaria, esta proporción podría sugerir que este silencio no es fruto de la ignorancia o el desinterés, sino de la tensión que lleva años gestándose en los pequeños núcleos humanos donde conviven opiniones heterogéneas sobre esta cuestión. Esta percepción se ve acrecentada al comprobar que el 71% de la ciudadanía le preocupa bastante o mucho los problemas de convivencia entre catalanes que se produzcan como consecuencia del procés. Sólo un ridículo 13% cree que no habrá crisis de convivencia, y tratándose de una cuestión que depende estrictamente de la población, este dato demuestra lo ingenuos (o embusteros) que fueron los líderes independentistas que descartaron la fractura social. 

En cualquier caso, a la hora de analizar el verdadero trasfondo que se esconde detrás de un movimiento político tan activo como organizado, conviene poner el acento en dos apartados posteriores. Por un lado, se pregunta al entrevistado cómo le gustaría que acabara el procés, y el 31% afirma que con la independencia, mientras el 47% apuesta por un acuerdo para dotar a Catalunya de mayor autogobierno. Después se pregunta cómo cree que acabará en realidad este conflicto: el 11% contesta que con la independencia, el 42% con un acuerdo de autogobierno, y el 26% con el abandono por parte del secesionismo. Es decir, sólo uno de cada diez catalanes considera verosímil el discurso de los líderes procesistas. 

De todo este alud de datos pueden extraerse tres conclusiones estadísticas. En primer lugar, sólo uno de cada tres catalanes defiende que la mejor solución a la actual crisis territorial es la independencia (31% en una pregunta, 34% en otra). Por otro lado, dentro de este sector nítidamente secesionista, sólo uno de cada tres cree que el procés logrará su objetivo (11% de la población total). Y por último, precisamente como consecuencia de lo anterior, es razonable deducir que la previsión de abstencionismo unionista que podría hacer triunfar el sí a la independencia en un eventual referéndum (58% de los votos emitidos) probablemente sea consecuencia de la convicción de que eso nunca va a suceder. 

De estas tres conclusiones estadísticas me permito extraer tres conclusiones políticas. Primera, debemos relativizar el ambiente crispado y radicalizado que puede percibirse en el debate público, pues la opción mayoritaria en la sociedad de Catalunya se orienta a un acuerdo que mejore su autogobierno. Segunda, la complejidad de gestionar la frustración que conllevaría el fracaso independentista sería limitada, teniendo en cuenta que nueve de cada diez catalanes tienen asumido que no habrá secesión. Y tercera, todo ello demuestra que existe una posibilidad real de diseñar un modelo inclusivo que satisfaga razonablemente a una gran mayoría de ciudadanos, evitando la crisis de convivencia que una gran mayoría teme. Es el tiempo de la política.

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