Un debate lamentable



Publicado en el Diari de Tarragona el 16 de julio de 2023


Supongo que éramos muchos los apasionados de la política que esperábamos con impaciencia el debate que iba a enfrentar a los dos únicos candidatos viables a la presidencia del gobierno durante la próxima legislatura. Si usted fue uno de los pocos que consiguieron aguantar hasta el final, como un servidor, no hacen falta explicaciones. De hecho, bastaron unos pocos minutos para comprobar que aquel ansiado intercambio de ideas entre los dos grandes proyectos de país acabaría convertido en una de esas discusiones embarulladas, donde no se busca argumentar y convencer sino protagonizar el zasca de la noche, que tienden a favorecer el alejamiento de la ciudadanía respecto de las instituciones y los partidos que las dirigen.

A nadie mínimamente objetivo se le escapa que Pedro Sánchez salió trasquilado del encuentro. Probablemente fue víctima de las expectativas, con todo un partido detrás que confiaba ciegamente en el talento de su representante en este tipo de combates, favorecido por el clima que creó inteligentemente el propio Alberto Núñez Feijóo, reconociendo en un mitin previo que iba a Atresmedia a intentar capear el temporal frente a un oponente al que se le daban mucho mejor los platós. Entre el exceso de confianza de uno y la astuta asunción del papel de víctima del otro, el resultado del duelo se habría considerado neutro si el socialista se hubiese lucido desde su posición presidencial, y si el gallego simplemente hubiese conseguido evitar decir algún disparate como los que ha protagonizado en varios encuentros con militantes durante los últimos tiempos: todos recordamos cómo situó Badajoz en Andalucía, su afirmación de que el sol dilata las pupilas, su referencia al músico “Bruce Sprinter”, su cita sobre Orwel “quien escribió allá por 1984…”, etc. Sin embargo, todo se desarrolló de forma diametralmente opuesta a lo esperado.

En efecto, el líder del PP mostró desde un inicio un aplomo y una institucionalidad que contrastaban llamativamente con el nerviosismo del aspirante a la reelección, que se defendía como podía con un gesto frecuentemente desencajado. Para colmo, Pedro Sánchez resultó sumamente antipático para muchísimos telespectadores, sin parar de hablar mientras Feijóo hacía uso de su turno de palabra (y, para colmo, indignándose cada vez que el popular le interrumpía después). Es cierto que el representante conservador también cortó el discurso del socialista en numerosas ocasiones, pero lo hizo de forma mucho más sutil y estratégica. Por otro lado, a nadie se le escapa que el dirigente popular construyó gran parte de su argumentario sobre mentiras evidentes, que no navegaban sobre los mares de la interpretación y la opinión, sino que entraban de lleno en el terreno de la falsedad objetiva, pura y dura, como fue acreditado posteriormente por diversos medios especializados en la verificación informativa.

Dentro del esperpento que ha rodeado este debate, mención aparte merece el papel de los periodistas, durante y después del evento. Efectivamente, por un lado, la moderación del encuentro merece un suspenso rotundo: primero, por no cortar en seco las interrupciones entre los contendientes que impedían entender nada de lo que se estaba diciendo; segundo, por el escaso nivel y frecuencia de las preguntas y repreguntas que dirigían a los propios candidatos; y tercero, por su incapacidad para informar en directo sobre la veracidad o falsedad de los hechos objetivos que se pusieron sobre el tapete y que fueron calificados de mentiras por el adversario correspondiente. Como suele decirse, el papel de un periodista no es preguntar a la gente si llueve, sino abrir la ventana, ver si llueve y contarlo. Si hubiese existido un sistema de fact-check en directo, es seguro que la calidad del envite habría mejorado significativamente.

Paralelamente, la valoración global que han realizado posteriormente los medios demuestra que vivimos tiempos precarios para esta profesión. Así, mientras los periódicos, radios y televisiones de perfil más conservador obviaron en sus crónicas la marea de falsedades propagada por Feijóo, los periodistas del ala progresista evitaron reconocer que Sánchez sucumbió clarísimamente en el duelo, acudiendo al fácil salvavidas de considerar que el gran perdedor de la velada fue la ciudadanía (que es una verdad como un templo, sin duda, pero sólo una verdad a medias).

Muchos socialistas reconocen, normalmente en privado, que el debate fue un desastre para sus intereses. La imagen altanera de su líder ha distanciado emocionalmente a muchos votantes indecisos de centro, que todavía podían haber sumado su papeleta al bloque progresista. Por otro lado, el cansino y repetitivo recurso a las frases hechas (el mantra del túnel siniestro que no sabemos a dónde nos puede llevar, la afirmación de que PP y Vox son lo mismo, etc.) sonó más a mitin-paella con incondicionales que a un diálogo constructivo que pretende argumentar y convencer a un telespectador con un mínimo sentido crítico. Para colmo, Feijóo le puso varias veces el balón para rematar a puerta vacía en asuntos críticos, como por ejemplo la diferencia entre un acuerdo puntal para aprobar una ley (que es lo que ha sucedido entre PSOE y Bildu) y un gobierno estable de coalición (que es lo que están pactando la derecha y los ultras en diversos ayuntamientos y comunidades autónomas). Y no lo hizo. Resulta innegable que el dirigente socialista no tuvo su noche.

¿Cómo afectará este debate al resultado electoral? En mi opinión, serán pocos los que cambien la papeleta del PSOE por la del PP por lo que vieron en televisión, pero la remontada socialista puede haberse frenado en seco, y algunos simpatizantes de Abascal quizás acaben votando a los populares. ¿Sigue habiendo partido? La derecha gana 1 a 0 en el descuento, pero todavía es posible que Génova cometa una falta en su área en la última jugada. Aunque lo dudo.

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