Euskadi y Galicia como síntomas

Publicado en el Diari de Tarragona el 16 de julio de 2020


A pesar de las significativas diferencias en el comportamiento electoral de ambas comunidades, los resultados de los comicios autonómicos celebrados este domingo en Euskadi y Galicia muestran cuatro tendencias de fondo similares, algunas de las cuales podrían extrapolarse al ámbito estatal con las debidas precauciones.
Por un lado, ambas convocatorias se han saldado con un triunfo claro de las candidaturas que eran percibidas por la ciudadanía como paradigma de la moderación ideológica y la gobernanza pragmática. Pese a la tradicional fragmentación electoral en Euskadi, el PNV ha logrado una victoria incontestable que le permitirá permanecer en Ajuria Enea cuatro años más. El talante político de Íñigo Urkullu, alejado del histrionismo que caracteriza al soberanismo actual de otros territorios, ha consolidado la apuesta vasca por el pactismo y la eficacia en el modo de avanzar hacia mayores cotas de autogobierno. Lo mismo podría decirse de Alberto Núñez Feijóo, quien ha logrado su enésima mayoría absoluta gracias a un mensaje abierto y razonable que incomoda a los sectores más reaccionarios de la cúpula popular. Frente a lo que auguraban algunos profetas del catastrofismo, su sentido de la mesura no ha dado alas a la ultraderecha sino todo lo contrario. Alguien debería tomar nota en la calle Génova.
En segundo lugar, la jornada electoral del pasado fin de semana quizás pase a la posteridad como el comienzo del fin de la nueva política en España. Por lo que se refiere a Ciudadanos, sus resultados han sido igualmente devastadores en ambos territorios, quedando fuera del parlamento gallego y hundiendo las expectativas de los populares vascos, con quienes compartían cartel en esta convocatoria. La debacle de la coalición españolista en Euskadi ha sido antológica, reduciendo casi a la mitad los escaños que consiguió el PP en solitario en los últimos comicios. Paralelamente, Podemos ha sufrido esta semana uno de los batacazos más contundentes que se recuerdan desde su fundación: desaparición total de su marca gallega y desplome sin paliativos en la cámara de Vitoria. No perece aventurado vincular este desfondamiento electoral con la crisis de imagen personal de Pablo Iglesias, cuyo hiperliderazgo sirvió en su momento para organizar eficazmente un proyecto excesivamente etéreo, pero que ahora puede abocar al nuevo partido a recuperar la presencia meramente testimonial que la izquierda radical ha tenido en España desde hace décadas. Definitivamente, el naranja y el morado no se llevan esta temporada.
Por otro lado, los socialistas han demostrado que los sainetes monclovitas no afectan a su suelo electoral. Todo seguirá como estaba, con un papel irrelevante en Galicia y un rol telonero en Euskadi, pero sin pagar ningún peaje por las discutibles dinámicas del ejecutivo estatal. En efecto, la controvertida gestión de la pandemia llevada a cabo por Pedro Sánchez y la imagen caótica que frecuentemente muestra su gabinete no han conseguido restar un ápice el respaldo con el que contaba en ambos territorios. En el reverso negativo, también es cierto que Ferraz no ha sabido capitalizar en las urnas el desmoronamiento de su socio de gobierno. El augurio de un previsible hundimiento de Elkarrekin Podemos y las Mareas sugería la posibilidad de que los socialistas pudieran recuperar terreno electoral en Euskadi y Galicia, pero no han sido Idoia Mendia ni Gonzalo Caballero quienes han reciclado los restos del naufragio morado.
Efectivamente, la cuarta tendencia de esta jornada ha sido el flujo de voto podemita hacia partidos de izquierda nacionalista. En Euskadi, EH Bildu ha logrado una meritoria segunda plaza en los comicios, con casi un tercio de los escaños del parlamento de Vitoria (mención aparte merece el arrollador triunfo conjunto del soberanismo vasco, que contará con 53 de los 75 diputados en la cámara autonómica). Por su parte, la desaparición de las Mareas ha permitido que el Bloque Nacionalista Galego conquiste uno de los mejores resultados de su historia, gracias al eficaz trabajo llevado a cabo por Ana Pontón. El partido del inolvidable Xosé Manuel Beiras recupera así el liderazgo de la oposición en Galicia, una codiciada posición que no ostentaba desde el cambio de siglo.
Como último apunte, me gustaría añadir un breve comentario, probablemente controvertido, sobre las reacciones que se han sucedido frente al éxito cosechado por la izquierda abertzale. Sin duda, son lógicas y comprensibles la estupefacción y la indignación que se han multiplicado en amplios sectores de la sociedad española, tras los magníficos resultados de la formación en la que se integra Batasuna. La inmemorial complicidad de este partido con los asesinos de ETA no puede olvidarse de un día para otro. Es más, nunca debería olvidarse. Sin embargo, también es cierto que la política es el arte de lo posible, y por mucho nos duela, en Euskadi existen cientos de miles de ciudadanos que simpatizan con estas siglas y con esta trayectoria. Y no van a desaparecer de la faz de la tierra por arte de magia. En este sentido, resulta disparatado pensar que la transición que actualmente vive la sociedad vasca hacia un escenario de paz y libertad pueda edificarse olvidando la existencia de este colectivo. Lamentablemente, esta realidad social sólo admite dos posibilidades: o se intenta avanzar hacia un modelo en el que este segmento electoral apueste unitariamente por un partido que renuncie explícitamente a la violencia como herramienta política (como ocurre actualmente con la antigua Batasuna) o nos adentramos en un escenario de escisiones donde indudablemente aparecerán formaciones partidarias del regreso a la lucha armada (una pesadilla que, a veces, parece el sueño de la ultraderecha). Yo, sin duda, prefiero lo primero. Y por eso considero que el éxito de EH Bildu es una noticia tan terrible (por lo que significa) como positiva (por lo que previene). Aunque escueza.

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