El éxito de un candidato gris

Publicado en el Diari de Tarragona el 12 de julio de 2020


Dos millones de vascos están llamados hoy a las urnas para elegir a los setenta y cinco representantes que acoge la cámara autonómica de Euskadi. Todo apunta a que el candidato del PNV volverá a ser designado lehendakari en esta XII legislatura, una constante prácticamente ininterrumpida desde los primeros comicios vascos de la Segunda República: José Antonio Aguirre, Jesús María Leizaola, Carlos Garaikoetxea, José Antonio Ardanza, Juan José Ibarretxe e Íñigo Urkullu. La única excepción a esta aplastante hegemonía peneuvista fue la efímera presidencia del socialista Patxi López, gracias a su pacto con el PP y la ilegalización de Batasuna. 

Estas elecciones se celebran en unas circunstancias excepcionales por la pandemia del coronavirus, un contexto sanitario que ha generado graves tensiones por su impacto sobre el ejercicio efectivo del derecho al voto. Esta inquietud ha resultado especialmente significativa en la comarca del Goierri, que actualmente sufre un importante rebrote del Covid-19 importado desde Lleida. El propio alcalde de Ordizia, Adur Ezenarro (EH Bildu), ha defendido que “no se dan las garantías de seguridad ni democráticas” para acudir a las urnas en la localidad, pues más de mil habitantes siguen confinados en sus hogares, a la espera de los resultados de las pruebas PCR que se han realizado en la zona. Aun así, la Junta Electoral ha determinado que el Departamento de Salud ha tomado las medidas necesarias para celebrar estos comicios con todas las garantías.

Las últimas encuestas que se han publicado estos días otorgan al partido fundado hace 125 años por Sabino Arana más del 40% de los votos, lo que concedería a los jelkides una amplia mayoría para gobernar en coalición con los socialistas. Este tándem transversal ha sido históricamente recurrente en Ajuria Enea, y ha permitido dotar al ejecutivo vasco de unos altísimos niveles de estabilidad y eficacia en circunstancias frecuentemente críticas. Por su parte, EH Bildu sería la segunda fuerza más votada, con casi el 25% de las papeletas. La mayoría social soberanista es de tal envergadura que, según el promedio de sondeos elaborado esta semana por el portal ‘Electomanía’, sólo habrá un pequeño municipio en el sur de Euskadi donde no gane el PNV o Bildu. A mucha distancia de las dos formaciones nacionalistas, los estudios demoscópicos colocan en tercera posición a los socialistas, seguidos por Elkarrekin Podemos. Cerraría la lista la coalición formada por el Partido Popular y Ciudadanos, que ni siquiera alcanzaría los 7 escaños, frente a los 9 que consiguieron los populares en solitario tras las últimas elecciones. Probablemente sean tres los factores que podrían favorecer esta debacle del centro-derecha españolista.

Por un lado, las convulsiones en el seno del PP vasco han sido frecuentes durante los últimos años, con sonoras bajas como la de mi paisano guipuzcoano Borja Sémper, y que acabaron con la defenestración de Alfonso Alonso. El exministro probablemente sea recordado como el peor alcalde de Vitoria-Gasteiz de los últimos tiempos, pero lograba conectar con ciertas capas moderadas de la derecha no nacionalista. En segundo lugar, la designación de Carlos Iturgaiz como sustituto constituye el ejemplo flagrante de por qué ciertas decisiones conviene tomarlas desde el terreno. En efecto, aunque el nuevo candidato tiene buena imagen en Madrid por su valiente resistencia en los años del plomo, la inmensa mayoría de los vascos consideran al de Santurtzi un dirigente con capacidades menos que modestas. Por último, nadie entiende cómo Génova pudo pensar que acercarse a los naranjas podría aumentar su respaldo popular en Euskadi. Ciudadanos es un partido inexistente en este territorio, una afirmación acreditable con un par de datos: no tiene un solo concejal en toda la comunidad autónoma y apenas ha podido aportar 42 apoderados frente al millar largo del PP. Los incompetentes estrategas populares que han diseñado esta coalición no han entendido que el conservadurismo vasco españolista tiene una honda raíz foralista, y por muchas fotos que Inés Arrimadas se saque ahora bajo el Árbol de Gernika, nadie olvida los furibundos ataques de Albert Rivera contra el Concierto Económico y los Derechos Históricos amparados por la disposición Adicional Primera de la Constitución.

Existe, además, una remota posibilidad de que Vox entre en el parlamento. La normativa electoral de Euskadi adjudica 25 diputados a cada territorio foral, al margen de que el volumen de población sea sustancialmente diferente entre ellos. Esta circunstancia beneficia a las formaciones españolistas, pues el voto de un ciudadano alavés vale cuatro veces más que el de un vizcaíno. Esta peculiaridad podría permitir que el partido de Abascal lograra un acta en la cámara vitoriana con apenas un 2,5% de los sufragios. Habrá que esperar al recuento final para confirmar o descartar una posibilidad que, lamentablemente, convertiría los plenos en el escenario de continuas y estériles trifulcas subidas de tono.

En cualquier caso, todo apunta a que Íñigo Urkullu aumentará aún más su respaldo electoral para seguir otros cuatro años en el palacio de Ajuria Enea, pese a tratarse de un lehendakari soporíferamente gris y sin el menor carisma individual. La causa de este éxito debe buscarse en un modo de gobernar basado en el acuerdo transversal, el realismo estratégico, la gestión eficiente y los resultados contrastables, y que huye de la radicalidad descerebrada, el griterío impostado, la política de tierra quemada y el populismo barato. Tal y como destacaba hace unos días Antoni Coll en estas mismas páginas, la valoración positiva del gobierno autonómico de Euskadi se encuentra en el 63%, una cifra que contrasta significativamente con el 13% de Catalunya. Alguien debería tomar nota.

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