El peligro de lo obvio

Publicado en el Diari de Tarragona el 7 de junio de 2020


El científico rumano Abraham Wald fue el protagonista de un episodio histórico que podría favorecer la profundización de las reflexiones que se están desarrollando en el actual contexto de crisis poliédrica. Este brillante matemático, experto en la teoría de la decisión e inventor del análisis secuencial, se graduó en la universidad Babeș-Bolyai y posteriormente viajó a Viena, donde se doctoró a principios de los años treinta. Su prometedora trayectoria académica se vio truncada por la persecución antisemita emprendida por los nazis, una amenaza de intensidad creciente que terminó abocándolo al exilio en Estados Unidos. Pudo escapar del holocausto gracias a la invitación de la Comisión de Investigación Económica de Cowles, que le animó a especializarse en el campo de la econometría. Pocos años después, en plena II Guerra Mundial, Wald ingresó en Grupo de Investigación Estadística de la Universidad de Columbia, donde aplicó sus conocimientos matemáticos a problemas prácticos de carácter militar. 

En los inicios de la contienda, la Luftwaffe contaba con aeronaves más modernas que los aliados, cuya fiabilidad había sido contrastada en conflictos reales, y que eran pilotadas por aviadores más experimentados. Esta debilidad comparativa resultaba especialmente acusada en el caso de los bombarderos, unas naves enormes y de trayectoria predecible que eran diana habitual del fuego antiaéreo alemán. Había que mejorar su blindaje pero de forma selectiva, porque un reforzamiento general aumentaría su peso hasta impedir su despegue. Conscientes de la importancia estratégica de dominar el cielo en el nuevo contexto bélico, los responsables de este programa de investigación aprovecharon los conocimientos de Wald en análisis secuencial e inspección de muestreo para encargarle la resolución de este reto. 

El primer paso consistió en encargar un mapeo de los impactos que recibían los aviones al regresar a sus bases. Este estudio obligó a revisar cada uno de los bombarderos que retornaba de su misión, marcando en un croquis los puntos dañados. La recolección de todos estos datos ofreció como resultado un plano donde se evidenciaba que eran los extremos de las alas, el timón de cola y el centro del fuselaje las áreas más deterioradas. Dicho análisis fue suficiente para los mandos de las Fuerzas Aéreas, que decidieron el inmediato reforzamiento de estas zonas, pues resultaba obvio que las superficies más afectadas debían ser reforzadas. Sin embargo, la genialidad del experto transilvano consistió en proponer exactamente lo contrario: aumentar el blindaje de las áreas sin impactos. 

Ante la cara de estupefacción de los generales y contratistas militares, el matemático tuvo verdaderos problemas para explicar a sus interlocutores la lógica de esta aparentemente absurda conclusión. Básicamente, la tesis de Wald partía de que, teniendo en cuenta la distancia desde la que estos aviones eran atacados, era razonable deducir que el fuego antiaéreo no discriminaba la zona de la aeronave donde disparaban. Estadísticamente, los aviones debían de recibir proyectiles por igual en toda su superficie expuesta. Y precisamente por ello, el hecho de que los bombarderos que regresaban a la base mostrasen impactos en aquellos puntos, paradójicamente demostraba que eran éstas las zonas que no debían reforzarse… porque las naves que eran dañadas en el resto de su fuselaje eran justamente los aviones derribados que no volvían jamás. 

Este fenómeno es conocido como sesgo de supervivencia, que aplicado a la economía suele explicarse con un ejemplo muy sencillo. Pensemos en una empresa donde trabajan tres empleados: uno cobra 1.000 euros, otro 1.600, y otro 2.200. Imaginemos un primer escenario en que la compañía progresa viento en popa, y decide subir la retribución un 10% a toda la plantilla: el sueldo medio pasaría de 1.600 a 1.760 euros. Por el contrario, imaginemos la hipótesis opuesta, con la empresa perdiendo dinero de forma sistemática, y viéndose finalmente abocada a despedir al trabajador que cobraba menos: el salario medio se dispararía repentinamente desde los 1.600 hasta los 1.900 euros. Paradójicamente, podría parecer que una penosa situación financiera habría mejorado las condiciones de los trabajadores, cuando en realidad nadie ha visto un céntimo más, un efecto derivado de no incluir en nuestro análisis los datos que no están ante nuestros ojos. 

La costumbre de tomar decisiones basándonos exclusivamente en lo que tenemos delante puede llevarnos a cometer la equivocación de considerar verdadero lo que sólo parece evidente por no haber tenido en cuenta todos los factores. Precisamente ahora vivimos una época crítica que probablemente nos obligue a tomar decisiones de hondo calado de cara al futuro, tanto a nivel personal como colectivo, en el ámbito profesional, sanitario, empresarial, político, social, formativo, etc. Y estos análisis podrán caer en la tentación de contemplar la realidad de forma superficial, por ejemplo, olvidando la brutal criba que habremos padecido: negocios que habrán cerrado sus puertas definitivamente, puestos de trabajo que se habrán perdido para siempre, procedimientos y modelos que habrán decaído, tendencias ideológicas que parecerán disipadas, profesiones que ya no tendrán una funcionalidad real… En este contexto, será esencial que tengamos en cuenta toda la información para elaborar nuestros argumentos, tanto la que es visible como la que no lo es. Por ejemplo, el estudio particular y general sobre las fortalezas y debilidades de los pequeños negocios que sobrevivan a la crisis deberá tener muy en cuenta las reflexiones de Wald, un ejercicio de rigor que obligará a incluir en la observación a las compañías que habrán caído en el combate. Dar por hecho que lo obvio es cierto puede convertirse en un error de efectos devastadores. Es el momento de los expertos, sin duda, pero sobre todo de los sabios, capaces de diseñar el futuro desde una observación holística y dinámica de la realidad.

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