La rana hervida

Publicado en el Diari de Tarragona el 2 de diciembre de 2018


Frecuentemente nos equivocamos al considerar la metáfora un recurso de carácter fundamentalmente estético, cuando lo cierto es que facilita la captación intuitiva de fenómenos que una descripción al uso sólo puede explicar de forma deficiente. Por poner un ejemplo, una de las comparaciones más utilizadas para destacar la pasividad con que aceptamos algunos procesos objetivamente perjudiciales, siempre que los cambios se administren en pequeñas dosis, es obra del escritor y filósofo franco-suizo Olivier Clerc. Esta analogía afirma que, si depositamos una rana viva en una cazuela de agua hirviendo, obviamente saltará al exterior en cuanto perciba el calor extremo. Sin embargo, si introducimos este anfibio en agua tibia, lo más probable es que el animal continúe tranquilamente en su interior. A partir de ese momento, el experimento ficticio propone ir subiendo lentamente la temperatura del agua a una velocidad imperceptible para este pequeño batracio, dotado de un sistema de autorregulación térmica que le permite adaptarse a los cambios externos. La metáfora de Clerc sostiene que, si elevamos progresivamente la temperatura hasta llegar al punto de ebullición, la rana se cocerá irremediablemente hasta morir, puesto que en el momento de detectar el peligro ya ha gastado todos sus recursos en la adaptación y carece de energía para escapar.

Efectivamente, no son pocas las situaciones similares que vivimos con frecuencia. Vamos asumiendo paulatinamente pequeños cambios inapreciables, sumidos en la apatía o acomodados en nuestra zona de confort, y sólo cuando recordamos tiempos lejanos nos damos cuenta del enorme cambio que hemos padecido sin apenas darnos cuenta. Y lo peor es que, cuando nos percatamos de lo sucedido, la reversión a la situación anterior se convierte en un reto complejísimo o abiertamente imposible. Los campos en los que suele aplicarse el llamado “síndrome de la rana hervida” son infinitos: los letales efectos que se derivan de la aceptación creciente de pequeños maltratos o desprecios domésticos, las secuelas derivadas de la progresiva reducción de la actividad física en la vida urbana, los alarmantes resultados a largo plazo de comportamientos antiecológicos aparentemente irrelevantes, las consecuencias acumuladas de varias décadas aceptando modestos pasos atrás en la protección de los derechos laborales, etc.


Quiero proponerles un juego. Echen la vista atrás e imaginen que nos encontramos hace una década con un votante medio de CiU. Si nos atenemos a los perfiles sociológicos derivados de los estudios demoscópicos de la época, lo más probable es que nuestro amigo pertenezca a la clase media o media-alta, y se sitúe ideológicamente en el centro o centro-derecha político. Se identifica con lo que tradicionalmente se ha denominado “gente de orden”. No le gustan las aventuras políticas sin red, y se declara un ferviente valedor del “peix al cove”, un modelo que ha servido para que Catalunya asuma importantísimas competencias con el paso de los años. Acumula una importante colección de reproches hacia el gobierno estatal, pues considera que el sistema de financiación autonómica es sumamente injusto, pero le consta que los convergentes saben aprovechar en Madrid el efecto bisagra para ir mejorando progresivamente el modelo. Es un gran defensor de la lengua y la cultura catalanas, y por ello celebra que estas competencias se encuentren descentralizadas. Está orgulloso de sus dirigentes en Catalunya (un ejemplo de gestión eficaz, prestigio profesional y sensatez en las prioridades), y también de sus representantes en las Cortes (un modelo de “seny”, capacidad negociadora y trabajo bien hecho).

Imaginemos ahora que ofrecemos a nuestro protagonista un invento de Doraemon con el que puede observar el futuro. Mira en la pantalla y descubre que un grupo antisistema vetó al President Mas, imponiendo un candidato prácticamente desconocido que declaró una independencia de fogueo (después se supo que era un farol) y salió por piernas hacia Bélgica para no ser detenido, mientras sus subordinados eran apresados y la Generalitat intervenida por el Estado. El desbarajuste general provocó la huida de las principales empresas del país, e incluso la mismísima Caixa trasladó su sede fuera de Catalunya. Después se nombró un tercer President que se dedicó exclusivamente a la agitación callejera, abandonando por completo la gestión de las “cosas de comer”. Paralelamente, sus diputados en Madrid malbarataron su posición privilegiada en el Congreso, oponiéndose a todo bajo la batuta de un personaje telecinquero sin oficio ni beneficio, exclusivamente conocido por su tendencia al show y al insulto personal. El catalanismo político se convirtió en un barco a la deriva, que llegó incluso a cerrar el Parlament durante meses por sus conflictos internos. CDC tuvo que echar el persianazo, y sus herederos fueron expulsados del partido liberal europeo. El disparate alcanzó tales cotas que resucitó a la ultraderecha española y alimentó la involución del modelo autonómico, con el riesgo de recentralizar competencias ya transferidas. La voladura de todos los puentes impidió cualquier tipo de negociación con el gobierno central para aliviar las paupérrimas cuentas de la Generalitat (con una deuda calificada de bono basura), un contexto que imposibilitó la reversión de los recortes y animó las huelgas simultáneas de los profesores universitarios, los bomberos, los médicos, los maestros, los mossos, los estudiantes…


Nuestro desconcertado convergente tiene los ojos como platos. ¿Cómo es posible que se haya derrumbado todo en menos de una década? ¿Qué panda de ineptos ha cogido las riendas del país para destrozarlo de esta forma? Pero todavía falta lo mejor. El invento de Doraemon muestra ahora el colegio electoral de nuestro desolado amigo. ¡Es él mismo en 2019! Corre la cortinilla de la cabina e introduce en el sobre la candidatura de los responsables del desaguisado. Y entonces, con la pantalla entre las manos y gesto de estupefacción, se gira hacia nosotros suplicando con la mirada una explicación sobre su propia conducta. Habrá que consultarlo con Olivier Clerc.

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