Cuando la cuerda se acaba

Publicado en el Diari de Tarragona el 16 de diciembre de 2018


Una de características más significativas de la presidencia de Quim Torra ha sido el escaso entusiasmo que ha despertado desde sus inicios, incluso entre sus propios correligionarios. El constitucionalismo siempre lo ha considerado un auténtico demente, mientras gran parte del independentismo va asumiendo que el puesto le queda demasiado grande. Los episodios de los últimos días han agudizado esta percepción.

La primera estación de este vía crucis comenzó hace un par de semanas, cuando el President decidió esconderse bajo una piedra durante las movilizaciones transversales que abarrotaron nuestras calles: estudiantes, profesores, mossos, médicos, bomberos… El inquilino del Palau, un tipo con una incontinencia verbal antológica, decidió enmudecer durante días precisamente en el momento en que debía dar la cara.

Poco después, la creciente agresividad de algunos sectores independentistas obligó a la policía autonómica a intervenir en Girona para garantizar la seguridad ciudadana, tal y como también sucedió en Barcelona a finales de septiembre (cuando los CDR acusaron al Govern de estar “massacrant als nostres, ho pagareu, la història us dirà traïdors”). La última actuación provocó que el President abandonara su hibernación, no para respaldar a los mossos sino para desautorizarlos, una irresponsabilidad previsible teniendo en cuenta que suele ser el propio Torra quien se dedica a caldear las calles.


La guinda del pastel llegó el pasado sábado, cuando el Molt Honorable publicó en su cuenta oficial un llamamiento a la ciudadanía para seguir en la lucha por la independencia “con todas sus consecuencias”, demostrando que “estamos dispuestos a todo” como los eslovenos. La apelación al precedente balcánico (germen de una guerra local con decenas de muertos y detonante del peor conflicto armado europeo desde la II Guerra Mundial) hizo saltar todas las alarmas dentro del propio soberanismo. El mismísimo presidente del Parlament, Roger Torrent, se desmarcó de la vía eslovena y de la violencia callejera declarando que "la república no se construye con capuchas y la cara tapada". Como ya viene siendo habitual cuando las cosas se ponen feas, el President abandonó la escena pública en medio de la crisis, retirándose al santuario de Montserrat para dedicarse a la meditación y el ayuno.

El intento de comparar el caso catalán con el esloveno no es nuevo. Sin embargo, el propio jefe del ejecutivo de Liubliana, Miro Cerar, manifestó durante la cumbre europea de 2017 que ambas situaciones eran "completamente diferentes", y que la reivindicación independentista debía "resolverse de acuerdo con el orden constitucional español". Aquellas declaraciones marcaron el final de la tramposa propaganda procesista sobre la decena larga de países que habían garantizado su presunto respaldo a la secesión catalana.

En cualquier caso, parece obvio que la hiperventilación del movimiento soberanista está desatándose por momentos: huelgas de hambre, recrudecimiento de la violencia callejera, ataque frontal a nivel comunitario, inspiración en el precedente balcánico... En mi opinión, el intento de explicar unitariamente todos estos acontecimientos puede resultar tentador pero probablemente baldío, pues ni siquiera el esfuerzo titánico de los estrategas independentistas por aparentar cierta compactación de filas es capaz de ocultar la ausencia de un liderazgo sólido y una estrategia compartida.


Por un lado, es probable que la huelga de hambre carcelaria busque internacionalizar el conflicto, pero resulta ingenuo desvincularla de las inmemoriales luchas de poder en el seno del soberanismo (recordemos que sólo ayunan los presos de la órbita convergente). Por el contrario, el caldeamiento callejero probablemente se derive de la desconfianza del rupturismo radical hacia los dos grandes partidos independentistas: hacia uno, por parecer que levanta el pie del acelerador; y hacia otro, porque su sobreactuación parece fundamentalmente orientada a asegurar el pesebre de sus cuadros intermedios. Paralelamente, la esperpéntica petición del Consell per la República para que España sea expulsada de la UE sin duda responde a la necesidad de Carles Puigdemont de conservar cierta visibilidad: el expresident mueve sus fichas desde Waterloo y los republicanos le siguen el juego moderada y discretamente para no ser tachados de botiflers. Por su parte, la causa por la que Quim Torra ha decidido volar todos los puentes apelando a la vía eslovena quizás se encuentre en la creciente sensación de agotamiento del procés, un proyecto que no ha conquistado ninguno de sus presuntos objetivos y al que se le está acabando la cuerda tras varios años prometiendo plazos que siempre incumple. No está de más recordar la entrevista que el propio President ofreció a la asociación Nabarralde hace siete años: “Si España nos envía los tanques ganaremos mucho. Ojalá nos los envíen". La irresponsable estrategia de Torra para reactivar el procés probablemente consista en favorecer una situación tan insostenible que haga saltar todo por los aires.

De todos modos, al margen de las reminiscencias bélicas, lo más inquietante de la referencia eslovena es el pensamiento que subyace a la propia comparación. El referéndum no pactado que Liubliana utilizó para segregarse de la antigua Yugoslavia logró una participación del 93,2% de la población, con un 88,5% de votos a favor, constatando un deseo prácticamente unánime de independencia. Por el contrario, la consulta equivalente en Catalunya apenas atrajo al 42% de la ciudadanía, según las cifras de los propios organizadores. Equiparar ambas situaciones presupone ningunear la existencia de un 58% de catalanes que se negaron a avalar con su voto el 1-O. Para el President esa gente no existe o no cuenta, quizás por considerarlos “bestias carroñeras, víboras, o hienas con una tara en el ADN”.

Mientras Torra siga en el Palau, las posibilidades de encontrar una solución que cohesione a la sociedad catalana son absolutamente nulas, pues resulta ridículo buscar un punto de encuentro con quien ni siquiera percibe la existencia de medio país discrepante. Sin embargo, analizando la decadente secuencia de los últimos presidentes, aterroriza pensar cómo puede ser el siguiente.

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