La cumbre de Guiomar

Publicado en el Diari de Tarragona el 15 de julio de 2018


Los presidentes español y catalán se reunieron el pasado lunes en el palacio de la Moncloa, poniendo fin a un largo período de incomunicación entre ambos ejecutivos. Es cierto que durante estos años se han producido diversos encuentros bilaterales (por ejemplo, de Mariano Rajoy y Carles Puigdemont en abril de 2016) pero estas reuniones no pasaban de ser un mero diálogo de sordos. 

Los partidos proclives a tender puentes entre el gobierno central y la Generalitat han celebrado este primer acercamiento, mientras los sectores más radicales de ambas orillas se han rasgado las vestiduras (PP y Ciudadanos por un lado, la CUP y los CDR por otro). Los primeros acusan a Sánchez de contemporizar con quienes sólo persiguen la destrucción de España, y los segundos reprochan a Torra haberse rendido dócilmente a la dinámica autonomista. 

Efectivamente, para escándalo del unionismo más dogmático, el invitado apareció en los jardines de palacio luciendo un llamativo lazo amarillo, un símbolo que puede resultar ofensivo para muchos españoles pues simboliza la presunta existencia de presos políticos. Paralelamente, el anfitrión dejó meridianamente claro antes de la reunión que jamás se negociará el cumplimiento estricto de la ley y el respeto a los principios constitucionales, un punto de partida que muchos independentistas habrán considerado un muro infranqueable que convertía el encuentro en un acto completamente estéril. 

Honestamente, nadie en su sano juicio podía esperar que el actual President fuera a renunciar a su discurso sobre el derecho de autodeterminación (una figura jurídica perfectamente definida cuya aplicabilidad a conflictos internos es rechazada de plano por la comunidad internacional) y sobre la liberación de los reclusos secesionistas (una herida abierta que comienza a suavizarse tras su traslado a cárceles catalanas). Obviamente, el independentismo no puede frenar en seco de un día para otro. También resultaba disparatado concebir la mera posibilidad de que el líder socialista cuestionase el actual marco constitucional (aunque se trate de un modelo perfectamente revisable) o su obligado respeto a la independencia del poder judicial (obviando su capacidad de influencia vía fiscalía). Ni siquiera atiborrando a Pedro Sánchez con ratafía habría conseguido Quim Torra semejante declaración presidencial. 


Sin embargo, el hecho es que la reunión finalmente se produjo, en un tono mucho menos bronco de lo esperado, para alumbrar un acuerdo que permite intuir una tenue luz al final del túnel: la reactivación de la comisión bilateral Estado-Generalitat y demás foros mixtos estatutarios hibernados desde julio de 2011 (Transferencias, Infraestructuras, y Asuntos Económicos y Fiscales). En el primer órgano, la delegación estatal estará presidida por la ministra de Política Territorial, Meritxell Batet, y la catalana por el conseller de Acción Exterior, Ernest Maragall. 

El encuentro también sirvió para que Sánchez pudiera satisfacer un deseo expresado por Torra en el palco del Nou Estadi tarraconense: visitar la fuente en la que se veían furtivamente Antonio Machado y su musa Guiomar, un idílico lugar incorporado actualmente a los jardines de la Moncloa. Hasta el año 1981 no supimos que esta misteriosa referencia femenina, repetida en diversas obras del autor sevillano, en realidad ocultaba a Pilar de Valderrama, una escritora de clase acomodada que frecuentaba los ambientes culturales madrileños junto a otras destacadas intelectuales de la época como María de Maeztu, Concha Espina o Zenobia Camprubi. Para decepción del autor de Campos de Castilla, la poetisa tenía marido y tres hijos, por lo que exigió a su fogoso admirador que limitase al máximo sus muestras de afecto físico. Parece que Pilar sólo buscaba comunión intelectual, y Antonio tuvo que sublimar sus arrebatos carnales. 

Sospecho que el Molt Honorable President, como en su día sucediera con la casta Guiomar, no desea someterse abiertamente a los deseos de Sánchez, pero considera positivo mantener con él una relación fluida. Del mismo modo, el Presidente, como el conquistador Machado, sabe que el precio que debe pagar por seguir frecuentando a Torra es asumir que no conseguirá de él todo lo que anhela. Puede que estemos asistiendo a los últimos estertores de la Falacia del Nirvana que ha infectado últimamente nuestra vida pública, creando falsas dicotomías entre horizontes utópicos y soluciones posibles. Como decía Voltaire, lo mejor suele ser enemigo de lo bueno. A la vista del desastre político y social que hemos vividos durante los últimos años, más vale un acuerdo imperfecto que una victoria pírrica, un consejo que deberían aplicarse las dos partes. 


Las dudas y la desconfianza son lógicas. ¿Es posible que la atemperación gestual de Quim Torra no sea más que una argucia independentista para mejorar la situación de sus presos y recuperar el pulso político, a la espera del momento idóneo para reintentar el asalto a la fortaleza constitucional? Podría ser. ¿Cabe la posibilidad de que el apaciguamiento defendido por Pedro Sánchez sea sólo una estratagema socialista para ganar tiempo y ofrecer cierta imagen de estabilidad gubernamental, a sabiendas de que cualquier acuerdo con el soberanismo resulta completamente inviable? No hay que descartarlo. 

Sin embargo, tampoco debemos excluir la posibilidad de que el camino emprendido esta semana sea sincero. Hace apenas unas semanas parecía que habíamos llegado a un callejón sin salida, pero el cambio de caras en Madrid y Barcelona ha abierto una pequeña puerta a la esperanza. ¿Puede salir mal? Evidentemente, pero ya conocemos el resultado de la estrategia mantenida hasta la fecha: una sociedad fracturada en dos comunidades a las que parece sobrarles la otra mitad del país. Cualquier alternativa merece ser sondeada.

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