El gobierno de los cuchillos largos

Publicado en el Diari de Tarragona el 29 de abril de 2018


La cacería ha concluido. La última, de momento. Las piezas del dominó madrileño siguen cayendo en un ambiente tóxico (Esperanza Aguirre, Ignacio González, Francisco Granados, Cristina Cifuentes…) sin duda propiciado por sus propios actos, pero también por los tejemanejes de una red opaca de espionaje y contraespionaje que decide quién vive y quién muere. Acabamos de asistir a la última defenestración orquestada por las cloacas de la Villa y Corte, bautizadas como el “Gestapillo” por el popular Manuel Cobo. Se trata de un misterioso grupo de expolicías de turbia trayectoria, junto con algún gacetillero amarillista al servicio de intereses insondables. Eso sí, conocen a la perfección la peculiar sensibilidad del cuerpo electoral ibérico. 

En efecto, si en España expolias dos mil millones de dinero público quizás te arriesgues a una comisión de investigación parlamentaria, pero si robas dos frascos de crema te conviertes en un vulgar chorizo, y por ahí sí que no pasamos. Son incontables los gobernantes cubiertos de estiércol que han sido reelegidos gracias al respaldo del rebaño masoquista, pero ellos mangaban como señores, con estilo (por cierto, ¿alguien sabe algo del Español del Año y de la Madre Superiora?). Ahora bien, eso de hacer un simpa en el Eroski es demasiado choni de Castefa. 

Hoy entonamos un tardío réquiem por la Khaleesi del kilómetro cero, que supo surfear sobre innumerables casos de corrupción que explotaron bajo sus pies o a su alrededor (Canal de Isabel II, Púnica, Lezo, Mastegate…) pero que al final ha caído bochornosamente entre las estanterías de un hipermercado de extrarradio. Aunque la necesidad de fulminar a Cifuentes parece evidente, desconcierta que un pequeño hurto haya doblado el brazo de quien resistió sin demasiados problemas a una interminable ristra de escándalos de alto voltaje. El fuego amigo abrasa como el napalm. 


La expresidenta madrileña ascendió a la Champions institucional para ofrecer una imagen más transparente y honesta del PP (una marca electoral destrozada tras años de podredumbre ininterrumpida) intentando convencer al respetable de que nunca supo nada sobre lo que se cocía en su propio grupo parlamentario. Era difícil de creer, pero la estrategia parecía funcionar. Efectivamente, la formación conservadora necesitaba un revulsivo, y un partido acorralado por la corrupción tiene diversas opciones para recuperar el aliento político: por ejemplo, algunos se decantan por una fumigación integral orientada a una verdadera y sincera refundación; otros optan por una súbita conversión lampedusiana al independentismo; pero también hay quien elige caminos menos traumáticos como la promoción interna de aquellos dirigentes que trasmiten cierta imagen de frescura, un procedimiento de uso tópico que mejora el aspecto y suaviza los síntomas del envejecimiento, si se me permite la expresión en estas circunstancias. Se suponía que éste iba a ser el papel de Cifuentes, pero también ha salido rana, siguiendo la tradición del abultado muestrario de anfibios apadrinados por Esperanza Aguirre. 

Al menos debemos agradecer a la dimisionaria que no haya alargado el sainete haciendo firmar un acta a tres agentes de Prosegur certificando que las cremas eran suyas. Aun así, la política es implacable con determinados comportamientos. Y debe serlo. Como enseña la parábola, quien no es fiel en lo poco, tampoco lo es en lo mucho. Sus defensores han intentado modular la gravedad de este humillante episodio atendiendo a la presunta cleptomanía de la expresidenta, una circunstancia que sin duda atenuaría la responsabilidad sobre el propio hurto, pero en absoluto sobre el hecho de postularse institucionalmente o permitir su ascenso concurriendo este trastorno psicológico. Por poner un ejemplo, yo padezco vértigo y por ello jamás pretendería ser bombero (y cometería una insensatez quien me lo consintiera). Del mismo modo, quien sufre una necesidad irrefrenable de sisar los bienes ajenos nunca debería aspirar a un alto cargo político (y nadie debería habérselo permitido). 


Podría parecer que esta deshonrosa dimisión ha sido una bendición para la Moncloa. Es cierto que el gobierno ha logrado sacarse del zapato una piedra que llevaba demasiado tiempo torturándole, pero el principal beneficiario de este escándalo es sin duda Ciudadanos: Rivera ha conseguido zafarse de una asfixiante encrucijada provocada por una moción de censura que le obligaba a decidirse entre Cifuentes o Gabilondo, y además ha visto cómo el PP salía triplemente herido de la batalla: para empezar, en el momento de escribir estas líneas nuestra protagonista insiste en conservar su escaño; por otro lado, Rajoy será lógicamente criticado por no haber tumbado a la expresidenta cuando las irregularidades del “Mastergate” eran ya evidentes; y por último, ha quedado demostrado que los populares capitalinos bailan al son de una banda pseudopolicial que apesta como una galera romana. 

Convendría evitar que el árbol nos impidiera ver el bosque. El incidente de Vallecas es relevante, sin duda, pero no puede tapar otras cuestiones verdaderamente trascendentes que se ocultan entre las zarzas. ¿Qué engranajes públicos y privados han captado, custodiado y filtrado estas imágenes? ¿Por qué han reservado el vídeo hasta ahora, teniendo en cuenta que el periodista Esteban Urreiztieta desveló su existencia hace ya dos años? ¿Desde cuándo Cifuentes fue coaccionada con esta cinta? ¿Ante quién responden estos siniestros personajes? ¿Es posible que este alboroto logre encubrir la corrupción de la URJC? ¿Cuántos dirigentes actuales obedecen sumisamente a estos chantajistas por miedo a dosieres similares? ¿Nos encontramos ante una simple vendetta o existe un objetivo contante y sonante como en el tamayazo? 

Los populares pretenden vendernos el relevo madrileño como la fórmula definitiva para regenerar la política local, cuando en realidad sólo han buscado una solución cosmética –nunca mejor dicho- que no resuelve el fondo del problema. La Puerta del Sol lleva años gangrenada y una necrosis no se arregla con unas cremas. Si el PP no apuesta por la cirugía, sin duda puede darse por muerto.

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