Demasiados errores de cálculo

Publicado en el Diari de Tarragona el 15 de noviembre de 2015


Una de las tesis más recurrentes durante las últimas semanas ha consistido en atribuir la actual turbulencia política catalana a un error de cálculo, una invectiva que ambos frentes lanzan sobre el adversario para ridiculizarlo y elevar el ánimo de sus respectivas hinchadas. Parece evidente que estos fallos de apreciación se han producido y están en el origen del actual laberinto, pero no creo que sean uno ni dos. Son bastantes más y están generosamente repartidos en ambos campos. Intentaré exponer algunas de estas erróneas certezas que han coadyuvado en la gestación de una encrucijada política aparentemente irresoluble.

Si nos remontamos un lustro atrás, el entonces candidato a la presidencia Mariano Rajoy arrastraba un historial electoral ciertamente lamentable tras dos intentos fallidos de conquistar la Moncloa. Su contrincante no parecía un rival especialmente brillante, pero aun así resultaba imbatible. Fue en aquellos días cuando algún estratega insensato de Génova intuyó que el nuevo Estatut de Catalunya podría convertirse en la palanca que ayudase a los populares a recuperar el poder. El PP inició entonces una campaña pública desmesuradamente agresiva e incoherente (lo que criticaban en el documento catalán les parecía razonable en otros estatutos autonómicos) alimentando los más bajos instintos de un país aficionado a esos duelos a garrotazos que tan fielmente reflejó Francisco de Goya en una de sus obras más célebres. Es probable que Mariano Rajoy pensara que esa fobia inducida podría reconducirse y atenuarse una vez lograda la conquista del gobierno, un error de cálculo atroz que se ha confirmado con el paso del tiempo y que ha impedido al líder popular plantear una solución negociada al problema catalán durante los últimos años ante el riesgo cierto de ser devorado por los suyos.

Esta falta de libertad de acción autoimpuesta por Rajoy enquistó el conflicto y acrecentó el sentimiento de desapego hacia lo español en amplísimos sectores de la sociedad catalana. El independentismo comenzó a tomar las calles, eficazmente organizado por la ANC, avivando un fenómeno que fue observado con inquietud en la cúpula convergente. Ante el cariz que iban tomando los acontecimientos Artur Mas, presidente de una formación que jamás se había declarado secesionista, decidió ponerse al frente de la manifestación para no acabar atropellado por ella. Confió en que este gesto de súbita conversión permitiría a CDC afianzarse como partido de referencia de aquel movimiento emergente, otro error de cálculo que quedó patente cuando años más tarde se vio obligado a forzar una lista única para no ser devorado por una ERC que ganaba en todas las encuestas.

El independentismo saltaba de las calles a los pasillos y la idea de un gran frente secesionista comenzaba a tomar forma, tras la demostración de fuerza que significaron los más de dos millones de personas que participaron en la consulta del 9N. Mientras tanto, la Moncloa observaba los acontecimientos como la vaca que ve pasar el tren. Ni una iniciativa, ni un gesto, ni un movimiento… Los asesores del Presidente le convencieron de que CDC y ERC jamás lograrían ponerse de acuerdo y Mariano Rajoy decidió permanecer inmóvil, otro error de cálculo más que le estalló estrepitosamente en la cara. Artur Mas, uno de los políticos catalanes más hábiles de las últimas décadas, intentó utilizar sus prerrogativas sobre el calendario electoral autonómico para forzar una fusión temporal con ERC que camuflase la crisis convergente y reforzase su liderazgo al frente del proceso de independencia. Y lo consiguió.

Pero también en esta operación se cometió otro fallo garrafal. Los dirigentes de los partidos y asociaciones integrantes de la lista única mostraban a los cuatro vientos una confianza ciega en un triunfo arrollador. De hecho, la candidatura unificada fue un artificio electoral que se ideó partiendo de que la conjunción de fuerzas soberanistas ganaría por goleada, el enésimo error de cálculo que quedó en evidencia el pasado 27S. El resultado en las urnas fue mucho más modesto de lo necesario para continuar el proceso tal y como estaba proyectado, y hasta la propia CUP reconoció que el plebiscito se había perdido. Tras conocerse los datos del escrutinio, los principales representantes de Junts pel Sí se vieron obligados a fingir en el escenario un entusiasmo pueril que en el fondo ocultaba una decepción más que justificada. El mensaje contundente que se quería enviar a la comunidad internacional no se había producido y, lo que era más grave, el proceso dejaba de estar bajo el control de JxS.

Pese a todo, algunos ingenuos patológicos confiaban en que la CUP rendiría pleitesía a Artur Mas, el último y más cándido error de cálculo de esta lista. Durante la campaña del 27S los representantes cupaires insistieron hasta la náusea en que jamás apoyarían la reelección del President, una afirmación que por lo visto no fue oída por aquellos que tienen por costumbre escuchar sólo a los suyos. Pese a las incontables humillaciones que está aceptando Artur Mas en el Parlament, ya han sido dos los intentos de investidura que han terminado en sonoro fracaso. El desánimo comienza a cundir en las filas convergentes, los ciudadanos ya no sabemos si es mejor un adelanto electoral o un nuevo govern sometido a la CUP, Mariano Rajoy se frota las manos por el regalo electoral que le hizo el independentismo el pasado lunes, y Oriol Junqueras es el único representante de JxS que muestra en público una sonrisa aparentemente sincera (quizás atisbando en el horizonte el colapso del partido político que ha monopolizado la hegemonía del catalanismo desde la Transición). Lo que nos queda por ver…

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