Todos dicen I love you

Publicado en el Diari de Tarragona el 17 de mayo de 2015


Apenas queda una semana para las elecciones municipales y nuestros políticos están más mimosos que nunca. Les hemos robado el corazón y ya no saben qué hacer para demostrarnos su amor incondicional. A pesar de las apariencias, la mayor parte de ellos no desean mantener con nosotros una relación sincera y duradera, sino un rollo de verano que terminará en cuanto se cierren los colegios electorales. Ni un minuto más. Por eso la mayor parte de los votantes huimos de las campañas electorales como de la peste.

A nivel local, estas semanas de promesas impunes, sonrisas dislocantes y amistades resucitadas han vivido un incidente especialmente detestable. Los tres grandes partidos de Tarragona han decidido ningunear a las fuerzas políticas emergentes de la forma más despectiva, prepotente y descarada. Para empezar, los líderes de PSC, CiU y PP pactaron entre sí no retratarse en este periódico junto a los representantes de ERC, Cs, Ara y CUP, y después plantaron a estas formaciones en el debate organizado por TV3. Ballesteros, Abelló y Fernández, poseídos por el espíritu de un cobarde señorito de cortijo, han evidenciado su obsesión por conservar la plaza de la Font libre de intrusos y no están dispuestos a rebajarse para debatir de tú a tú con el vulgo. Y luego tienen la desvergüenza de prometer que se reunirán con todos los ciudadanos que lo soliciten…

PSC (El hombre tranquilo. 1952). Todas las encuestas confirman que los socialistas van a ganar las elecciones con holgura, aprovechando el tirón personal del actual alcalde y los variopintos problemas de sus rivales. Las sensaciones que transmite Josep Fèlix Ballesteros son genéricamente compartidas por la ciudadanía, aunque con matices sensiblemente diferentes: donde unos ven flexibilidad, moderación, buen talante y serenidad, otros intuyen improvisación, vacuidad, resignación y desidia. Es cierto que apenas encontramos equivocaciones de bulto a lo largo de sus dos mandatos, aunque siempre es difícil cometer grandes errores cuando jamás se toman grandes decisiones.

CiU (La casa de las dagas voladoras, 2004). El nuevo candidato convergente ha sufrido en carne propia la confrontación interna entre CDC (El coloso en llamas, 1974) y UDC (La extraña pareja, 1968), además de la animadversión que ha generado su nombramiento dedocrático entre amplios sectores locales del partido, empezando por los ediles salientes de su propia formación. Para colmo, planteó su estrategia electoral en dos fases claramente diferenciadas: en la primera se daría a conocer al gran público (aun a costa de caer en cierto histrionismo) y luego se dedicaría a exponer su proyecto de ciudad. Me temo que a sus asesores se les fue la mano en esa primera etapa, y la imagen de Albert Abelló rodeado de cromos y salchichas ha debilitado irreversiblemente la seriedad de su propuesta.

PP (El hombre que pudo reinar, 1975). Alejandro Fernández habría sido alcalde de Tarragona hace cuatro años si el entonces todopoderoso Oriol Pujol no hubiera vetado el acuerdo consensuado entre los populares y Victòria Forns. En aquellos tiempos la marca PP era un activo electoral, pero desde entonces el prestigio de estas siglas ha caído a plomo. Hoy cuesta tomarse en serio, por ejemplo, la acertada pretensión de liberar la fachada marítima (despreciada por la propia ministra popular Ana Pastor) o el compromiso de bajar los impuestos locales (un calco de la promesa que Rajoy incumplió una semana después de llegar al gobierno amparándose en la herencia recibida). Era inevitable que Alejandro terminara abandonándose a un burdo albiolismo que le permitiera soportar el envite electoral, para convertirse así en la muleta de Ballesteros durante la próxima legislatura (de hecho, ya hay algún edil popular que va presumiendo por ahí de la concejalía que tiene apalabrada con los socialistas).

ICV (Acordes y desacuerdos, 1999). Aunque la melodía entonada por Arga Sentís durante los últimos cuatro años ha encandilado a sus seguidores, los desencuentros a la hora de conformar una candidatura unificada de izquierdas impedirán un avance significativo en los comicios del próximo domingo. Es probable que los ecosocialistas conserven su presencia institucional, aunque deberán conformarse con mantener un papel meramente testimonial.

ERC (El regreso, 1978). El contexto político catalán garantizaba la vuelta de los republicanos al pleno municipal, aunque parece que este retorno será menos triunfal de lo que se esperaba. Pau Ricomà ha intentado introducir el factor soberanista en la campaña, aprovechando la tibieza independentista de Abelló, pero las encuestas sugieren que Tarragona va a votar en clave local. Será difícil que Esquerra ingrese en el club de los grandes partidos.

Ciutadans (La naranja mecánica, 1971). Una de las grandes incógnitas de la jornada será comprobar si la candidatura de Rubén Viñuales logra en las urnas los espectaculares resultados que está consiguiendo en los sondeos. Como test previo, sin ningún valor estadístico, pensemos que Albert Rivera reunió en el Palau Firal a 900 simpatizantes, Josep Fèlix Ballesteros en el Moll de Costa a 800, Mariano Rajoy en el Serrallo a 600, y Artur Mas en la Part Alta a… 200 (lo de CiU en Tarragona es para hacérselo mirar).

Ara Tarragona (El hombre que nunca estuvo allí, 2001). Los proyectos municipalistas que se presentan por primera vez a unas elecciones suelen tener posibilidades de prosperar cuando concurre una de estas dos circunstancias: cuando las grandes formaciones ofrecen una imagen marcadamente sucursalista (no es el caso) o cuando la candidatura cuenta con el liderazgo de una personalidad potente a nivel local (Emili Rivelles sigue siendo un gran desconocido para la mayor parte de los tarraconenses). Me temo que les costará entrar en el pleno municipal.

CUP (La pequeña rebelión, 1939). Por último, puede que la Candidatura d'Unitat Popular consiga hacerse un hueco en el próximo consistorio. Quizás no sea una presencia cuantitativamente relevante, pero algunos ejemplos cercanos demuestran que esta formación no necesita un ejército de concejales para hacerse escuchar. Probablemente nos encontremos ante la muestra más sintomática de que los soporíferos plenos del viejo Ajuntament van a pasar a mejor vida. La plaza de la Font será testigo de cuatro años ciertamente complejos, sin duda, pero también muy entretenidos.

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