Puntazos y papelones

Publicado en el Diari de Tarragona el 22 de marzo de 2015


Cuando apenas restan un par de meses para los comicios municipales, nos adentramos en esa época preelectoral en la que los patinazos de última hora se pagan muy caros. Que se lo digan a Lluis Balart y su mezquita en el Banco de España, una ocurrencia desafortunada que arruinó su camino a la Plaça de la Font en plena campaña de 2007.

Las encuestas auguran para los socialistas un triunfo de perfil bajo, en sintonía con su forma de gobernar, lo que permitiría a Josep Fèlix Ballesteros repetir como primer edil de Tarragona si logra entenderse con algún partido de la oposición. A pesar de haber protagonizado un mandato sin liderazgo ni ambición, las debilidades específicas de sus principales rivales son tan evidentes que el alcalde probablemente mantenga el bastón de mando sin excesivos problemas.

Si hacemos un breve repaso de sus contrincantes más relevantes, observamos a un Alejandro Fernández que sufre la maldición de compartir siglas con un gobierno central absolutamente desprestigiado, una losa de la que no puede desembarazarse un candidato que respalda y vitorea diariamente a los ministros de Rajoy desde su escaño en el Congreso de los Diputados. Por otro lado tenemos al primerizo alcaldable de CiU, que tiene ante sí el reto de convertirse en pocas semanas en un sujeto político reconocible, con el dudoso respaldo de una federación local en claro declive electoral y convertida en una auténtica jaula de grillos (no tuvo desperdicio la feroz trifulca dialéctica que mantuvieron públicamente algunos líderes convergentes en las redes sociales a raíz de la reciente visita de Felipe VI). Por último, las encuestas apuntan a que el previsible desembarco consistorial de algunas formaciones actualmente ausentes en el Saló de Plens (ERC, Ciutadans, Ara Tarragona, etc.) será mucho más modesto de lo esperado.

Pese a que el viento tarraconense sopla de popa para los socialistas, cometerían un grave error si decidieran dormirse en los laureles. Es probable que el alcalde viva habitualmente rodeado por decenas de personas que no dejan de mostrarle su adhesión inquebrantable y jalean con entusiasmo sus presuntos logros. Tengo la sensación de que esta actitud no responde al sentir mayoritario de sus probables votantes, muchos de los cuales le respaldarán en mayo simplemente porque perciben a los demás candidatos como una alternativa aún peor. De entusiasmo, nada de nada. El problema para Ballesteros es que este voto desencantado puede replantearse su decisión de un día para otro si le dan motivos para ello. Es ahí donde cobran especial relevancia las meteduras de pata durante los últimos metros de la carrera, especialmente si van rodeadas de fanfarria mediática, una eventualidad perfectamente factible. Esta misma semana hemos podido comprobar que el actual gobierno municipal tiene el mismo talento para apuntarse tantos como para hacer el ridículo más estrepitoso.

Por un lado, el alcalde logró este lunes un notable espaldarazo para una de sus escasas iniciativas relevantes. Un nutrido grupo de dirigentes políticos y empresariales celebró en el Teatre Tarragona un solemne acto presidido por Felipe VI en busca del mecenazgo económico necesario para afrontar con garantías la celebración de los Juegos Mediterráneos 2017. Sinceramente, todos conocemos de primera mano la indiferencia que este evento deportivo despierta en la calle: la repercusión mediática de estas competiciones es prácticamente nula, y la progresiva desnaturalización del proyecto inicial ha convertido los Juegos en motivo de sorna habitual en las barras de nuestros bares. A pesar de ello, nuestra ciudad no podía permitirse el ridículo internacional que habría supuesto convertir este evento en un fiasco total. En este sentido, resulta incuestionable que la jornada real, gestada en una reciente visita de Ballesteros a la Zarzuela y adornada con ribetes ligeramente berlanguianos (Borbones, os recibimos con alegría) probablemente sirva para apuntalar un proyecto que manifestaba preocupantes síntomas de derrumbe. Un punto para el alcalde.

Sin embargo, esta semana también hemos conocido un nuevo episodio de surrealismo municipal. Hace escasos días el Diari informó sobre los infructuosos intentos de Francesc Pintado por ceder gratuitamente a la ciudad su espectacular colección sobre la Guerra del Francés, el fondo privado más importante de España. Contra toda lógica, el Consistorio despreció de malas maneras el ofrecimiento y el hostelero tarraconense inició conversaciones para trasladar las piezas a Vitoria-Gasteiz. Llamó la atención la diferente respuesta de la Diputación de Álava, cuyo máximo dignatario acudió personalmente al domicilio del coleccionista para iniciar las negociaciones. No es de extrañar, teniendo en cuenta las vinculaciones de la capital de Euskadi con el conflicto napoleónico: protagonizó una de las victorias más sonadas sobre el ejército francés, dispone de un magnífico museo de armería desde hace décadas, conserva en perfecto estado el caserón donde se alojó el propio Napoleón Bonaparte, etc. Resultó especialmente indignante que conociéramos esta renuncia cuando todavía coleaba el cierre de las casas Castellarnau y Canals por falta de visitantes. Parecía obvio que estas piezas podrían exhibirse en alguno de estos palacios, logrando al mismo tiempo conservar la colección y aumentar la afluencia a estos edificios históricos.

Finalmente parece que el escándalo mediático, iniciado por el Diari y alimentado en las redes sociales, ha obligado al Consistorio a recular y a aceptar la colección, dejando nuevamente en evidencia las más evidentes carencias de nuestro Ajuntament: sin iniciativa, sin reflejos, sin imaginación, sin visión… Un papelón. Al menos, el episodio ha servido para constatar el poder de la ciudadanía cuando se moviliza ante la incompetencia de sus dirigentes. Algo es algo.

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