El fracaso como oportunidad

Publicado en el Diari de Tarragona el 8 de marzo de 2015


La ciudad de Tarragona carga sobre sus espaldas desde hace más de diez años con una de las chapuzas más incomprensibles y desmesuradas de nuestro panorama municipal. El ayuntamiento presidido por Joan Miquel Nadal adjudicó en 2004 la construcción de un parking automatizado en la Part Alta por un importe de 3,9 millones de euros. Desde entonces el consistorio ha gastado casi diez veces esta cantidad a cambio de un socavón oscuro, vacío e inútil en la plaza del Antic Escorxador. No hace falta decir nada más.

Josep Fèlix Ballesteros heredó un marrón de proporciones faraónicas que no ha sido fácil de digerir. Tras una década de incertidumbre, un gobierno municipal obsesivamente minimalista y alérgico a las grandes obras ha dado carpetazo al asunto. Probablemente se trata de una decisión acertada, aunque el ayuntamiento ha vuelto a dejar en evidencia dos de los perfiles menos agraciados de su carácter: la parsimonia y la improvisación. El acuerdo se toma siete años después de conquistar la alcaldía y sin saber qué hacer con el engendro.

La gestión local en esta materia lleva demasiados años vagando por la senda de la ocurrencia y el amateurismo, una constante que ha resultado clave en nuestros más sonados fracasos. Los nuevos equipamientos de Tarragona no se derivan de las necesidades previas, sino al revés: primero nos encontramos de bruces con un espacio yermo, y después montamos una tormenta de ideas para ver si a alguien se le ocurre qué hacer con él. Cualquier particular que siguiese esta estrategia debería ser considerado un pródigo descerebrado, pero ya se sabe que el dinero público no es de nadie (Carmen Calvo dixit).

Esta insensata forma de proceder ha logrado milagrosamente algún éxito puntual (como la EOI de la Chartreuse, salvando el timo de la Generalitat con la biblioteca) pero hasta los relojes estropeados dan la hora correcta dos veces al día. Pensemos en el solar que dejó libre el Hostal del Sol (un proyecto ajardinado que terminó convertido en una tercermundista y bochornosa zona azul), el imponente edificio de la Tabacalera (ya lo tenemos, pero seguimos sin saber para qué), los dos fuertes del Miracle (mirando al mar soñé que estaba junto a ti), el complejo de la Savinosa (uno de los enclaves más desaprovechados de la costa mediterránea), etc. Se impone urgentemente un plan global de equipamientos, lo más consensuado y realista posible, para prever con rigor y continuidad nuestro desarrollo en este ámbito durante las próximas décadas.

El premio gordo de esta delirante competición probablemente se lo lleva el Banco de España, que muere por desnutrición severa desde su celebrada adquisición municipal. Acaban de encontrarle una insospechada ocupación (museo de la química) que no logra ocultar una realidad que toda la ciudad sospecha: el Ayuntamiento no tenía recursos para adecentar el edificio (o no quería aportarlos), y pidió socorro financiero al complejo petroquímico para improvisar un apaño que evitara su colapso. Una vez más, el equipamiento no se crea para cumplir una función sino todo lo contrario. Y así nos va.

Ahora toca buscarle un entretenimiento a la caverna de Jaume I: sala de exposiciones, centro cívico, auditorio… No es fácil encontrar una ocupación digna para el agujero más caro de la historia. Se ha abierto la veda para que cada uno suelte su bienintencionada ocurrencia con el fin de evitar el enterramiento estéril de treinta millones de euros.

Hace unos años, cuando el Ajuntament planeaba instalar un centro de interpretación turística en el Banco de España, propuse desde estas páginas permutar este edificio con la casa Montoliu de la calle Cavallers, propiedad de la Diputació. Así lograríamos situar el nuevo equipamiento municipal en pleno epicentro turístico, y el Conservatori disfrutaría de una sede más accesible y amplia construyendo un aulario con auditorio en el solar posterior. A la vista del éxito de mi propuesta (ninguno) no les haré perder su tiempo con nuevas sugerencias sobre estos particulares.

Sin embargo, sí querría aprovechar esta tribuna para lanzar una súplica desesperada a las autoridades locales. Todos los acontecimientos negativos que se nos presentan, por muy críticos que puedan parecer, son siempre capaces de ofrecer algo positivo. La situación que vivimos no es una excepción, pues el funeral del parking Jaume I nos brinda la posibilidad de enmendar un error histórico. Según el proyecto inicial, el techo del aparcamiento no debía sobrepasar el nivel del suelo de la plaza del Antic Escorxador. Sin embargo, por motivos que se me escapan, el mamotreto de hormigón terminó finalmente varios metros por encima de esta cota. El resultado fue una aberración urbanística que arruinó uno de los lugares con más posibilidades de la Part Alta, devastado por un muro de escaleras que fracciona el espacio e impide la visión del conjunto.

Sinceramente, no soy optimista sobre las posibilidades de reutilizar adecuadamente el hueco en cuestión, pero tenemos el deber histórico de aprovechar el momento para rebajar su altura y recuperar un entorno único. Se abre ante nuestros ojos la oportunidad de crear una espectacular plaza inclinada en plena zona medieval (como la Piazza del Campo de Siena, o la vitoriana plaza de la Virgen Blanca) rodeada de edificaciones que resumen la historia arquitectónica de Tarragona: la muralla romana al este, la iglesia gótica de Sant Llorenç al sur, el Rectorado modernista al norte… Como dijo Henry Ford, “el fracaso es una gran oportunidad para empezar de nuevo con más inteligencia”.

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