Ese país desconocido

Publicado en el Diari de Tarragona el 1 de marzo de 2015


El Congreso de los Diputados vivió hace un par de semanas un episodio que pasará a los anales de la cámara baja: la oposición planteó al ejecutivo una cuestión incómoda y el Presidente contestó reconociendo la cruda realidad. Inaudito. Por si alguno de ustedes no lo vio por televisión, el coordinador general de IU intentaba poner sobre la mesa algunos datos que evidencian el drama que vive gran parte de la sociedad española: trece millones de ciudadanos bajo el umbral de la pobreza, desmoronamiento de la capacidad adquisitiva de las familias, segunda posición europea en tasa de pobreza infantil… La respuesta de Rajoy no tuvo desperdicio: “ha pintado usted un país que, sinceramente, yo no conozco”. Efectivamente.

Al líder popular le bastaría con acercarse a un centro de distribución del Banco de Alimentos o a cualquier delegación parroquial de Cáritas para percibir una realidad que los muros de palacio le impiden atisbar. Lamentablemente, nos encontramos ante el presidente que ha sucumbido más rápidamente al síndrome de la Moncloa, parapetado tras una pantalla de plasma y rodeado por un escuadrón de palmeros que le ríen las gracias para no ser fulminados. Sólo así es posible juzgar con cierta benevolencia el discurso autocomplaciente e insensible que pronunció en el reciente debate sobre el estado de la nación.

La cúpula de Génova es consciente de que nos adentramos en un año electoralmente explosivo y los nervios comienzan a aflorar. Recordemos la desafortunada frase que el Presidente dedicó esta semana al líder de la oposición desde la mismísima tribuna del Congreso: “¡no vuelva usted aquí a hacer ni a decir nada!”. El exabrupto resultó tan grotesco desde la óptica democrática que hasta Celia Villalobos quizás tuvo que pausar su partida de Frozen Free Fall. Si nos atenemos a lo observado últimamente, la multicampaña popular probablemente pivote sobre cinco ejes fundamentales:

Primero: utilizar todas las armas a su disposición para frenar a las fuerzas emergentes. Pensemos, por ejemplo, en el torpe e irresponsable intento de Carlos Floriano de perjudicar a Ciudadanos remarcando maliciosamente su origen catalán (el ya inolvidable “Ciudatáns”). Tampoco podemos olvidar el acoso mediático y administrativo que están sufriendo los líderes de Podemos, una exigencia de pulcritud absolutamente razonable que a nadie sorprendería si no proviniese de un partido acosado por incontables y multimillonarios escándalos que actualmente se ventilan en los juzgados.

Segundo: hacer desaparecer del debate público todo aquello que pueda perjudicarles. No es razonable esperar que un político airee sus puntos débiles, obviamente, pero cuando un ejecutivo apenas es capaz de adjudicarse un par de triunfos, la pretensión de oscurecer el resto de la realidad parece delirante. Pensemos que Mariano Rajoy, en su discurso de hora y media del pasado martes, apenas dedicó dos minutos a la corrupción política (uno de los principales problemas para los españoles según el CIS) y no pronunció una sola frase sobre educación y sanidad, dos de los pilares de cualquier administración pública moderna.

Tercero: forzar las estadísticas para convertir un país demacrado en la admiración del mundo, como dice Cristóbal Montoro. Por poner un ejemplo, es cierto que en España se está reduciendo la cifra de parados, pero se silencia de forma sistemática el perfil de las nuevas contrataciones. Elevar la tasa de ocupación no equivale a recuperar el antiguo nivel de empleo cuando los nuevos trabajadores cobran de media la tercera parte que los asalariados previamente despedidos gracias a la reforma laboral popular, tal y como destacan los últimos estudios. Por primera vez en nuestra historia reciente, la pobreza no se identifica con el desempleo.

Cuarto: intentar disfrazar tres años como testaferros de Angela Merkel con unos meses de maquillaje social (“tener más piel”, que diría nuevamente el gran Floriano). En esa línea se presenta la nueva ley de segunda oportunidad, una iniciativa propuesta por la oposición en los momentos más duros del ajuste y que Rajoy despreció por no estar en año electoral.

Quinto: movilizar su potente armada mediática para hacer olvidar los meses previos al triunfo de 2011. Todos sabemos en qué emisoras, televisiones y periódicos jamás se recordará la exigencia popular a Zapatero de bajar el IVA, sus airadas protestas por los ajustes del verano de 2010, su condena más absoluta de una ley del aborto que apenas se va a retocar, sus vestiduras rasgadas por una deuda pública que hoy día es un 30% superior, etc.

Pese a todo lo expuesto, los estudios demoscópicos sostienen que el PP volverá a ganar las próximas elecciones generales. Lógico. La dispersión electoral reducirá la proporción de voto necesaria para vencer, y los grandes partidos de gobierno suelen contar con el respaldo de numerosos colectivos: los amnésicos (en España son legión), los conformistas (mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer), los gregarios (votan a los suyos pase lo que pase), los interesados (adjudicatarios de externalizaciones, contratistas bien situados, grandes fortunas, beneficiarios de mamandurrias), etc.

Curiosamente, las mismas encuestas que otorgan el triunfo al PP, lo colocan en segundo o tercer puesto en intención directa de voto. Esta paradoja, aceptada por Génova, sólo puede derivarse de un fenómeno incontestable: el bochorno que sienten muchos ciudadanos conservadores y liberales al reconocer que van a votar a Rajoy. La militancia popular debería cuestionarse si el centro derecha del cuarto país de la zona euro se merece un líder que avergüence a sus propios votantes. Me temo que ya no aspiran a convencer. Les basta con vencer.

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