Buen menú, señor

Publicado en el Diari de Tarragona el 29 de marzo de 2015


Uno de los grandes interrogantes abiertos tras los recientes comicios andaluces ha sido la procedencia de extrapolar sus resultados a las convocatorias electorales que se asoman en el horizonte. Es un debate procedente, pero antes de adentrarnos en estas consideraciones quizás convendría valorar adecuadamente la resaca de las urnas y sondear sus posibles consecuencias.

En primer lugar, una inmensa mayoría de analistas han coincidido en que la jornada del pasado domingo ha supuesto un gran éxito para el PSOE. Discrepo. En mi opinión, resulta tremendamente simplista enjuiciar unos comicios desde un punto de vista exclusivamente numérico, sin atender al contexto político y al ciclo electoral. Remontémonos a 2012, cuando el PP ganó las elecciones andaluzas, aunque finalmente no llegara a gobernar por el pacto PSOE-IU. Aquel triunfo no se debió a la oferta planteada por los populares (Javier Arenas volvía a ser su candidato, pese a sus repetidos fracasos anteriores), sino al enorme desprestigio de los socialistas tras dos legislaturas en la Moncloa de funesto recuerdo. En un contexto aún bipartidista, los populares aparecían como la única alternativa a la desastrosa gestión económica del PSOE (Rajoy acababa de ganar las elecciones generales con una abrumadora mayoría absoluta). El clima global favorecía al PP.

En 2015 se vive una situación no contraria pero sí muy diferente. Los populares bucean en el fondo de las encuestas, tras dilapidar en apenas tres años el caudal de confianza que habían acumulado en su travesía del desierto. El PP es hoy un partido hipotónico y maloliente, y el ejecutivo central se ha convertido electoralmente en la viva imagen de la Santa Compaña. De hecho, apuesto a que en los próximos comicios de mayo veremos a numerosos líderes populares, tanto locales como autonómicos, pidiendo de rodillas que nadie del gobierno se asome por sus respectivas campañas. Este mar de fondo político parecía ofrecer a Susana Díaz una oportunidad para recuperar parte de su espacio electoral, gracias a una sociedad que bascula claramente hacia la izquierda, pero lo único que ha logrado ha sido perder más de cien mil votos.

Es posible que la incapacidad del PSOE para aprovechar este momento político se deba a una dinámica específica del socialismo andaluz: en 2004 lograron el 50% de los votos, en 2008 bajaron al 48%, en 2012 se hundieron hasta el 39%, y el pasado domingo apenas superaron el 35%. Acabará cumpliéndose la vieja máxima marxista (de Groucho): “de victoria en victoria hasta la derrota final”. Aunque ha sido el partido más votado, lo cierto es que el PSOE apenas ha conseguido mantener en Andalucía los escaños conquistados cuando vivía sus peores horas por el legado político y económico de Zapatero. ¿Éxito abrumador? Probablemente la euforia de los dirigentes socialistas se deba a saberse supervivientes de un inquietante e inédito movimiento de fondo.

Efectivamente, llevamos unos meses inmersos en un tiempo político apasionante e imprevisible, en el que estamos rediseñando a fondo el nuevo reparto electoral para unos espacios ideológicos limitados: demasiadas siglas para pocos perfiles de votante. Lo llamativo de este proceso, con grave riesgo de italianización, es que no pivota sobre la dialéctica izquierda-derecha sino sobre el eje viejo-nuevo. Esta reconfiguración electoral explica el resto de cambios sustanciales en el mapa parlamentario andaluz a ambos lados del espectro político.

Por un lado tenemos la esperada irrupción de Podemos. A nadie se le ocultaba que el objetivo fundamental del adelanto electoral era sorprender a este partido desprevenido, sin tiempo ni recursos para organizar una candidatura presentable. El zarpazo del tigre ha quedado finalmente reducido a un rasguño de gato, y los grandes damnificados de la ola anticasta no han sido los socialistas sino IU. Aunque no parecía existir suficiente espacio ideológico para la coexistencia de dos formaciones a la izquierda del PSOE, Cayo Lara se negó a ser fagocitado por Pablo Iglesias. Resultado: irrelevancia y probable desaparición.

Pero no ha sido éste el único conflicto de estas características. El PP se está convirtiendo progresivamente en un partido sólo apto para incondicionales, conformistas e interesados, lo que deja huérfanos a un significativo grupo de votantes decepcionados que actualmente se plantean solicitar asilo político en una alternativa más limpia y centrada. Opciones: UPyD o Ciudadanos. La semana pasada el choque más trascendente a largo plazo se desarrollaba en este campo de batalla y ya tenemos un claro vencedor (la debacle del partido magenta incluso ha logrado poner en jaque el liderazgo de una formación creada y diseñada a la mayor gloria de Rosa Díez). Al igual que sucediera en la izquierda, UPyD también tuvo la posibilidad de confluir con el partido de Albert Rivera, un personaje a tener muy en cuenta de cara al futuro, pero la dirigente vizcaína se negó a renunciar al poder casi absoluto del que disfrutaba en su cortijo particular. Resultado: irrelevancia y probable desaparición.

En conclusión, quizás no sean los resultados andaluces en sí mismos lo relevante de cara al futuro, sino el papel que han jugado estos comicios como primera vuelta de las próximas elecciones generales, clarificando qué formaciones van a ocupar cada espacio político de forma significativa. Salvo sorpresa de última hora (en política todo es posible, y ahora más que nunca), las elecciones al Congreso ofrecerán a nivel estatal una degustación con cuatro platos principales: PP, Ciudadanos, PSOE y Podemos. No es un mal menú, en mi opinión, pues contiene una dieta completa (cubre un amplísimo espectro político) y equilibrada (evita una indigerible atomización parlamentaria). Que aproveche.

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