El trasfondo de un disparate

Publicado en el Diari de Tarragona el 16 de noviembre de 2014


Era imposible hacerlo peor. Durante las dos últimas semanas el gobierno español ha gestionado el 9N con una estrategia (por llamarla de alguna manera) que ha fracasado en todos sus frentes. En primer lugar, la impugnación del nuevo 9N ya desnaturalizado indignó y movilizó al soberanismo contra un ejecutivo sordo y autoritario; poco después la renuncia a impedir físicamente la consulta agotó la paciencia de quienes le pedían mano dura desde el otro bando; y finalmente la rueda de prensa del miércoles mostró a un Presidente crepuscular sin argumentos ni iniciativa. Aunque algunos periodistas cheerleaders han aprobado su actuación, la inmensa mayoría del espectro político y periodístico ha censurado sin contemplaciones a Mariano Rajoy con argumentos muchas veces contrapuestos, incluso desde el seno de su propio partido. La avalancha de comentarios muestra una disparidad interpretativa en busca de las motivaciones que palpitan detrás del aparente desastre y que yo me permitiría resumir en tres teorías principales: la del gobernante inconsciente, la del estratega inmolado y la del objetivo prioritario.

Para empezar, cabe la posibilidad de que la Moncloa no entendiese nada de lo que está ocurriendo en Catalunya. Es la opción favorita del independentismo, que celebra como auténticos triunfos cada uno de los discursos de un Rajoy completamente desconectado de la realidad catalana. Según esta versión, el Presidente creería que la actual efervescencia política responde a una fase temporal dentro de un ciclo recurrente, con largos períodos de reposo social y puntuales ataques convulsivos. Su diagnóstico del problema recordaría a la célebre frase de Agustí Calvet, Gaziel, en 1931: “Catalunya, la epiléptica de España”. Toda la táctica del Gobierno se limitaría así a aguantar el chaparrón hasta que la tormenta amainase, una actitud que casa perfectamente con el carácter de Rajoy, fielmente reflejado en el SMS que envió a un ya acorralado Luis Bárcenas: “la vida es resistir”. La teoría puede resultar razonable, pero es difícilmente asumible que una de las personas más y mejor informadas de España piense seriamente que la marea soberanista vaya a diluirse a corto plazo por el mero paso del tiempo.

En segundo lugar, aquellos que tienen mejor consideración política e intelectual de Mariano Rajoy sostienen que el derroche de incongruencias de la Moncloa durante las últimas semanas ha sido una jugada maestra del registrador pontevedrés. El Gobierno conocía perfectamente la situación catalana y necesitaba frenar el imparable ascenso electoral de ERC. Si Oriol Junqueras se convertía en el nuevo President de la Generalitat la situación se tornaría insostenible y jamás podrían recomponerse los puentes de entendimiento con el mundo nacionalista. La única estrategia posible para frustrar las aspiraciones republicanas consistía en resucitar a un Artur Mas políticamente desahuciado, de modo que la suicida táctica del 9N no sería más que una simple argucia para aumentar el peso convergente en el bloque soberanista. Esta teoría resulta interesante y tiene su punto de lógica, pero no cuadra con los recientes movimientos del PP en otros campos. No parece creíble que quien ha demostrado una torpeza sin límites en la gestión de la corrupción sea al mismo tiempo uno de los más brillantes estrategas de la historia junto con Alejandro Magno, Napoleón y Aníbal. Va a ser que no.

Por último estamos quienes pensamos que la principal característica de Rajoy no es su estupidez ni su genialidad sino su falta de talla política, y por ello sospechamos que la errática política gubernamental sobre la cuestión catalana se debe fundamentalmente a que el Presidente razona siempre en términos electorales. La Moncloa tiende a modular su discurso sobre la problemática soberanista tomando como único criterio sus efectos sobre los comicios de mayo. Así, cuando al PP madrileño le estalla entre las manos la trama púnica, Rajoy decide desviar la atención recurriendo el segundo 9N ante el TC, una impugnación que parecía prácticamente descartada dentro de su propio gabinete; una semana después, cuando sus asesores le aconsejan no intervenir el domingo para evitar una imagen excesivamente represiva para el votante moderado, renuncia a hacer cumplir la suspensión del proceso y rechaza la clausura policial de las urnas; días más tarde, cuando escucha las críticas del sector más radical de su partido, empuja a la fiscalía a hacer el trabajo sucio cuando todo ya había pasado; y así sucesivamente. En resumidas cuentas, Rajoy antepone el futuro electoral del PP a lo que pueda ocurrir en Catalunya, dejando constantemente a los líderes y militantes del PPC a los pies de los caballos.

La decisión gubernamental de apostar por lo imposible (ni negociar, ni hacer cumplir la ley) tiene un doble efecto. En primer lugar, Rajoy da oxígeno a un mundo independentista que por sus propios medios difícilmente podría seguir creciendo (el rechazo estatal a una solución pactada amplía las bases soberanistas, y sus líderes se envalentonan ante la cobardía monclovita). Por otro lado, esta inconsistencia táctica y argumental aboca al PP a convertirse en un partido marginal en Catalunya, incapacitado para configurar un discurso atractivo y creíble.

Supongo que Alicia Sánchez Camacho observará con pavor la posible partición de CiU. Las dudas de Rajoy ya han provocado que los catalanes más antinacionalistas se hayan echado en brazos de Ciutadans, y si Unio se presentase en solitario es probable que los populares más moderados votasen democristiano tras el permanente portazo de Moncloa a las razonables demandas catalanas. Puede que Rajoy salve al PP, pero acabará con el PPC.

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