El discurso del Rey

Publicado en el Diari de Tarragona el 22 de junio de 2014


Todo estaba preparado para una jornada histórica. Una docena de trabajadores de la Real Fábrica de Tapices izaban el repostero del siglo XVIII que adorna la Puerta de los Leones en ocasiones señaladas, mientras unos operarios de la Cortes daban los últimos retoques a la tarima sobre la que Felipe VI iba a ser entronizado en apenas unas horas. Los responsables de la ceremonia habían anunciado un acto solemne pero sobrio, alejado de los armiños británicos y holandeses, tal y como se evidenció en la abdicación celebrada la víspera en el Salón de Columnas del Palacio Real. Pese a ello, Felipe de Borbón utilizaría a lo largo de la jornada dos de los tres Rolls Royce Phantom IV que Franco compró en 1948, un caprichoso despilfarro del dictador en plena miseria de la postguerra. Sólo circularon dieciocho vehículos de ese modelo en todo el mundo, el más exclusivo de la marca británica en toda su historia, que se distinguen del resto porque el Espíritu de Éxtasis se inclina arrodillado por la presunta excelencia de sus ocupantes. Por contra, en una actitud digna de agradecer en los tiempos que corren, la familia real acudió a la Carrera de San Jerónimo con un aspecto mucho más sobrio que el acostumbrado en otras coronaciones europeas, probablemente pensando que no está el patio español para sacar a pasear la despampanante diadema de Victoria Eugenia de Battenberg.

La ceremonia estaba preestablecida y sólo el contenido de los discursos del Presidente del Congreso y del propio Felipe VI lograba mantener el misterio. ¿Se limitarían a pronunciar una declaración formal o nos sorprenderían con afirmaciones de interés? ¿Resolverían la papeleta con una secuencia de obviedades o lograrían captar la atención de la ciudadanía? ¿Evitarían cualquier arista de la actualidad o entrarían de lleno en los temas que preocupan a los españoles? Lo cierto es que ninguno de los discursos fue rompedor (algo que tampoco procedía en ese momento) pero faltaría a la verdad quien afirmase que todo fue un mero formalismo. El jueves se escucharon frases relevantes en el Palacio de las Cortes.

Tras la breve pero magnífica intervención de Jesús Posada, que incluyó una inaudita e implacable autocrítica por el desprestigio de las instituciones españolas, el nuevo rey comenzó su discurso con un reconocimiento obligado a su padre y un recuerdo especial a la lealtad de su madre al viejo monarca, un gesto que puso en pie a sus señorías. Por fin se podía agradecer públicamente su ejemplar contribución a la estabilidad de la institución monárquica, pese a haber sufrido un matrimonio plagado de desprecios y humillaciones, un hecho ya incontestable que obviamente no podía explicitarse pero en el que todos pensábamos en esos momentos.

Es cierto que la mayor parte del texto, presuntamente escrito por el propio Felipe VI, estaba plagado de menciones que podían darse por descontadas: su compromiso con el modelo constitucional; la asunción de sus obligaciones de representación, arbitraje y moderación de la vida institucional; un recuerdo para las víctimas del terrorismo y para aquellos que están sufriendo especialmente las consecuencias de la crisis; una propuesta de nuevo impulso a la investigación, la cultura, la educación, y la protección del medio ambiente; un llamamiento a incrementar nuestra presencia e influencia en el ámbito internacional, especialmente en relación con los países iberoamericanos y mediterráneos…

Pero no todo fueron obviedades. En mi opinión, hubo dos capítulos especialmente destacados y que sonaron a objetivos clave en el arranque de su reinado: el primero, referido a la tensión territorial que últimamente se ha agudizado en Catalunya y Euskadi, y el segundo, relacionado con la pérdida de prestigio por parte de la Corona durante los últimos años.

Me permito resaltar algunos pasajes del monarca que difícilmente pueden desvincularse del conflicto catalán y vasco, tras atribuirse a sí mismo la condición de “cauce para la cohesión entre los españoles. Toda obra política es siempre una tarea inacabada. Unidad no es uniformidad, Señorías. En esa España cabemos todos, caben todos los sentimientos y sensibilidades, caben las distintas formas de sentirse español. Porque los sentimientos no deben nunca enfrentar, dividir o excluir, sino comprender y respetar”. Hubo un llamamiento explícito al esfuerzo conjunto, siempre bajo el respeto a la ley, para lograr un marco de buena convivencia: “Trabajemos todos juntos, Señorías, cada uno con su propia personalidad y enriqueciendo la colectiva. Hagámoslo con lealtad”, con el fin de que “no se rompan nunca los puentes del entendimiento, que es uno de los principios inspiradores de nuestro espíritu constitucional“.

Por otro lado, fueron numerosas las menciones a la necesidad que tiene la monarquía de recuperar su crédito y consideración entre los ciudadanos. Reconoció como prioridad “velar por la dignidad de la institución, preservar su prestigio y observar una conducta íntegra, honesta y transparente. Porque sólo de esa manera se hará acreedora de la autoridad moral necesaria para el ejercicio de sus funciones.” También asumió un compromiso difícilmente desvinculable de esta cuestión: “respetar en todo momento la independencia del Poder Judicial. No tengan dudas, Señorías, de que sabré hacer honor al juramento que acabo de pronunciar”.

Esperemos que el discurso de Felipe VI no sea una mera declaración de intenciones biensonantes, y se convierta verdaderamente en un auténtico programa de actuación para los próximos años. Sólo así resultará creíble su deseo de encarnar “una monarquía renovada para un tiempo nuevo”.

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