Provisional

Publicado en el Diari de Tarragona el 9 de marzo de 2014


Hace unos años una joven sevillana recibió una oferta de trabajo en Londres, por lo que decidió instalarse de forma permanente en la capital británica. A las pocas semanas de llegar tuvo la suerte de conocer a un joven inglés que hablaba fluidamente el castellano. No en vano era licenciado en Filología Hispánica y profesor de este idioma en una escuela de la ciudad. La relación fue consolidándose y terminaron saliendo juntos. Con el tiempo llegó el momento de conocer a los padres de ella, y ambos decidieron viajar a Sevilla. Nada más llegar, el padre se llevó a su posible futuro yerno a tomar unas cañas para conocerlo mejor. Cuando volvieron, la chica vio en el rostro de su novio la pura imagen de la desolación, y le preguntó qué había pasado. Él, destrozado, le contestó: .-Yo creía que entendía el castellano, pero hoy he descubierto que no tengo ni idea. Cuando hemos llegado al bar, he colgado mi cazadora en una silla y tu padre me ha dicho: “Al loro con la chupa que hay mucho chorizo”.

Esta anécdota, que escuché en boca de su protagonista hace bastante tiempo, constata un fenómeno que todos conocemos por experiencia propia: las palabras no siempre tienen el mismo significado en unos lugares y en otros. Así, por aportar ejemplos que conozco de primera mano, el término “urbano” se utiliza en Catalunya para referirse a los policías locales, mientras que en Euskadi se aplica a los autobuses municipales. Así que cuando vayan al País Vasco, jamás digan que han estado hablando con un urbano porque los tomarán por locos, más o menos lo que me ocurría a mí cuando afirmaba en Tarragona que pensaba cruzar la ciudad montado en un urbano. Aún recuerdo mi sobresalto cuando me dijeron que en Catalunya los niños celebraban su cumpleaños llevando al colegio coca y chocolate, unas sustancias que no me parecían las más adecuadas para unos alumnos de Primaria, por mucho que se tratara de una fiesta…

Hablando de léxico local, me gustaría poner el acento en el adjetivo “provisional”, un calificativo aplicable a casi todo lo que se emprende últimamente en Tarragona: el Tercer Fil, el asfaltado de la Rambla Nova, las escuelas de la Arrabassada y Ponent, los refuerzos metálicos de la muralla, las protecciones de los edificios inestables de la Part Alta, la sede del Institut Tarragona, el diseño de la Plaça dels Carros, las oficinas del Ajuntament en la Rambla, la terminal de cruceros en Vila-seca... Ahora bien, en casi todos los lugares del planeta este adjetivo se aplica a una solución barata que resuelve un problema urgente con un plazo de caducidad más o menos previsto. En Tarragona no. En la jerga política municipal se considera provisional cualquier inversión pública que no convence a casi nadie, cuyo altísimo coste no impide su defensa como inevitable, bajo la etérea promesa de acabar con ella en un futuro indefinido, cuando sea posible financiar una obra definitiva que probablemente se convierta en innecesaria al existir ya la infraestructura provisional. Habitualmente se trata de iniciativas controvertidas que finalmente terminan disfrutando de una larga existencia, pero cuya construcción requiere la previa sedación de la opinión pública mediante la ilusión de una dudosa transitoriedad.

El último episodio de este fenómeno recurrente lo ha protagonizado una vez más la Autoridad Portuaria, al proponer que la ansiada terminal de cruceros de Tarragona se construya finalmente en la Pineda. ¡Pero será provisional! Todos lo imaginábamos… El anuncio ha generado inquietud entre la población, que ve peligrar la oportunidad de recibir una gran cantidad de visitantes a través del puerto. Nuestro principal problema es que los políticos piensan en cuatrienios y los ciudadanos en generaciones. No seré yo quien ponga en duda la sinceridad de Josep Andreu cuando asegura que la terminal definitiva se construirá en la capital, ni tampoco quien cuestione la intención de Josep Fèlix Ballesteros de firmar un protocolo para garantizar que el acceso permanezca en el Serrallo. El problema es que el tiempo pasa, los dirigentes cambian, y el sucesor de Andreu puede considerar innecesaria la construcción de una nueva terminal teniendo una ya disponible, y el protocolo del alcalde puede terminar como el papel mojado que firmó Carme Chacón sobre la financiación del Mercat, de modo que la nueva infraestructura acabe engullida por el eje turístico Salou-Portaventura-BCN World.

Detrás de esta polémica vuelve a evidenciarse la mansedumbre con la que Tarragona se está acostumbrando últimamente a recibir bofetadas de todos lados: construiremos un Tercer Fil de provisionalidad cuestionada por el propio Ministerio de Fomento, el Ajuntament ha pagado las obras de la EOI para que la Generalitat acabe instalando allí sus oficinas, hemos perdido el INEF en favor de Cambrils, la consejera Rigau anunció el año pasado que no se abrirán más colegios en la ciudad durante los próximos diez años, hemos perdido la capitalidad sanitaria de la provincia, la visibilidad de nuestra marca sufre un acoso intolerable (URV, Aeroport, Estació del Camp, BCN World…). Demasiados goles en muy poco tiempo.

Recuerdo una entrevista que le hicieron en cierta ocasión a Giulio Andreotti: .-Usted, que cada mañana va a la iglesia antes de acudir al parlamento, dígame: ¿si un adversario le golpea la mejilla derecha, también le ofrece usted la otra? .-Ciertamente .-¿Y si también le golpea la izquierda? .-Verá usted: yo sólo tengo dos mejillas. A ver si espabilamos.

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