Llueve sobre mojado

Publicado en el Diari de Tarragona el 1 de diciembre de 2013

Últimamente no hay semana en que los ciudadanos de Tarragona no abramos un periódico con noticias alarmantes sobre derrumbes inminentes de edificios en la Part Alta. Hace apenas diez días, como consecuencia del último temporal de lluvia, el cuerpo de bomberos tuvo que desalojar un inmueble de la plaza del Pallol ante el riesgo de colapso, y esta misma semana ha sido un emblemático edificio del Pla de la Seu, Ca l’Ardiaca, el que ha debido ser apuntalado para evitar su desplome, mientras sigue esperando esa rehabilitación que nunca llega para convertirlo en el primer hotel de cinco estrellas de nuestra capital.

A estos incidentes deben añadirse la caída de parte de la muralla romana hace casi una década o el desmoronamiento de un histórico palacio renacentista el pasado año en la calle Cavallers, la Casa Floixà, en un siniestro que no causó víctimas de puro milagro. Casualmente, hace unos días dimitió en pleno el gobierno letón por el derrumbamiento de un centro comercial en Riga, una reacción que nadie en su sano juicio concibe en nuestras autoridades municipales, pero que al menos conviene poner de relieve para evidenciar que en los países más civilizados la responsabilidad in vigilando de las instituciones se toma mucho más en serio.

Según un reciente informe, sólo en la Part Alta existe un centenar de edificios en mal estado, seis de los cuales amenazan ruina. La problemática sobre el defectuoso mantenimiento de estas construcciones presenta dos derivadas desde la perspectiva de sus posibles consecuencias: por un lado, la seguridad de los residentes y viandantes; y por otro, las repercusiones urbanísticas, culturales y turísticas del asunto.

La necesidad de garantizar la integridad física de los ciudadanos no admite discusión. Hace un año alerté desde estas mismas páginas de que la ausencia de víctimas en el derrumbe de la calle Cavallers podría convertir aquel gravísimo accidente en una simple anécdota olvidada con el paso del tiempo. Lamentablemente, así ha sido. Si el colapso de la Casa Floixà se hubiera llevado por delante la vida de alguna persona, cosa que gracias a Dios no sucedió, las autoridades se habrían visto obligadas a poner todos los medios políticos y económicos necesarios para evitar un drama semejante. Pero como tuvimos la suerte de que el desplome se produjo de madrugada y nadie transitaba entonces por aquella calle… pues pelillos a la mar. Ése es nuestro nivel de concienciación pública y de prevención activa ante los graves problemas de seguridad que amenazan a nuestras familias. Así, mientras nuestro consistorio ha caído prendado ante iniciativas de eficacia e interés cuestionados por algunos sectores de la ciudadanía (Juegos Mediterráneos, Smart City…) la Part Alta se está convirtiendo en un campo de minas arquitectónico.

Aunque con menores repercusiones vitales pero con una trascendencia urbana indudable, la decadencia del casco histórico nos enfrenta también a un problema monumental, nunca mejor dicho. Es comprensible que los responsables del turismo en Tarragona, como sucede en cualquier organización que intenta mejorar su oferta, hayan intentado concentrar sus esfuerzos en desarrollar al máximo sus activos más sobresalientes. El legado romano, y en cierto modo también el mar, han acaparado durante décadas los recursos disponibles en materia turística, provocando cierto ninguneo inversor en un área de altísimo valor histórico y arquitectónico. Así, nuestra Part Alta sigue estando muy lejos de lo que debería ser por méritos propios: un entorno mucho más habitable para sus residentes, una zona comercial y de ocio mucho más atractiva para el resto de tarraconenses durante todo el año (no sólo en Santa Tecla y Sant Magí), y un destino mucho más promocionable de cara al exterior. Debe reconocerse que durante los últimos años se han puesto en marcha diversos proyectos muy destacables: la iniciativa privada va a recuperar Ca l’Ardiaca, el Ministerio de Cultura está financiando la restauración de la Catedral, la Generalitat ha reconstruido su magnífico órgano, el Arquebisbat está remodelando el antiguo Seminario… La pregunta es evidente: ¿qué está haciendo el Ayuntamiento?

Recientemente se ha puesto de moda la creación de centros de interpretación de diversa índole: el centro de interpretación del Mèdol, el de las fortificaciones romanas, el del yacimiento de la Boella… Quizás convendría poner en marcha un centro de interpretación del propio Ayuntamiento, para ver si así los ciudadanos conseguimos comprender qué criterios maneja el consistorio en su estrategia de desarrollo e inversiones. Al margen de que todos sepamos que sus prioridades geopolíticas se encuentran al oeste de la ciudad, el equipo de gobierno municipal parece vivir ensimismado con una serie de iniciativas muy sostenibles y muy fashion, mientras la Part Alta padece un abandono sistemático que multiplica los derrumbes fortuitos, las demoliciones controladas, los solares vacíos y las fachadas apuntaladas. ¿Qué piensan hacer al respecto?

Parece que en la plaza de la Font no tienen dinero ni para pagar los clips. Sin embargo, está en su mano exigir el cumplimiento a rajatabla de la normativa sobre conservación de edificios, pueden favorecer que el sector privado arrime el hombro en la preservación de nuestro legado medieval, y deben desarrollar un plan efectivo para ayudar a los pequeños propietarios a dignificar nuestro casco histórico.

Todo este asunto de las ciudades inteligentes es muy interesante, sin duda, pero si dejamos caer -en sentido estricto- uno de nuestros principales activos monumentales, habremos demostrado ser la ciudad menos inteligente del planeta.

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