El proceso sigue vivo

Publicado en el Diari de Tarragona el 13 de diciembre de 2013


El pacto logrado el pasado jueves en el Palau de la Generalitat supone un éxito indiscutible en el camino soberanista iniciado explícitamente el año pasado. Los partidos defensores de la consulta lograron lo que hasta hace bien poco parecía imposible: ponerse de acuerdo en una pregunta, una fecha y un procedimiento. El mérito de esta conciliación debe atribuirse a una persona con nombre y apellidos, Oriol Junqueras i Vies, pues ha sido su formación la que más ha cedido en esta corta negociación. Los republicanos llevaban meses defendiendo una pregunta a la escocesa, pues una redacción más moderada impediría un mandato ciudadano expreso sobre la secesión, y una respuesta múltiple restaría por el centro un buen número de votos a la causa independentista. Finalmente, el posibilismo ha imperado en ERC, que ha transigido con una pregunta en cascada.

Ya han pasado dos décadas desde que mi admirado y recientemente fallecido Ángel d’Ors intentara meterme en la cabeza las reglas de los silogismos en la facultad de Filosofía. Aun así, no hace falta ser un genio para darse cuenta de que, en el fondo, la doble pregunta que se nos plantea oculta una consulta de respuesta triple: los partidarios de mantener el estatus catalán votarán NO a la primera pregunta, los defensores de un estado federal o confederal responderán SI a la primera y NO a la segunda, y los independentistas contestarán SI a las dos. ¿No era más sencillo plantearlo abiertamente así?

Los estudios demoscópicos que se han realizado hasta la fecha sugieren que hay muchas posibilidades de que la opción triunfadora fuera la segunda. Es decir, que los catalanes podrían optar por superar el actual modelo autonómico para constituirse en estado dentro de una España federal o confederal. El problema de esta posibilidad es que presupone una aceptación de la otra parte para instaurar este modelo. Al igual que sucede en otro tipo de relaciones, cualquiera puede decidir mantener o no un vínculo con otra persona, pero no puede decretar unilateralmente cómo va a desarrollarse esa relación. Sería necesaria una oferta previa española para plantear esta posibilidad, cosa que no ha sucedido. Supongo que esta problemática es lo de menos, teniendo en cuenta que son poco los que a día de hoy apuestan por la viabilidad empírica de la consulta (como muestra, el histórico anuncio ha sido totalmente ninguneado por la bolsa y el mercado de deuda).

En cualquier caso, el soberanismo ha salvado un match point que se presentaba sumamente conflictivo. Desde Madrid había confianza plena en que el proceso catalán acabaría como el rosario de la aurora. Craso error. Los partidos implicados en el proyecto han demostrado capacidad de maniobra y determinación inquebrantable para seguir adelante contra viento y marea, unas virtudes que volverán a ponerse a prueba dentro de unos meses cuando el procedimiento embarranque en la Carrera de San Jerónimo.

Porque, insisto, el acuerdo nace herido. Prevé llevarse a la práctica por vía legal, lo que supone la aceptación del plebiscito por parte de las autoridades españolas, algo que todos sabemos que no va a suceder. Y no porque el ordenamiento vigente impida terminantemente autorizar una consulta catalana, sino porque Mariano Rajoy sería inmediatamente devorado por su partido si se le ocurriese aceptar esa hipótesis. El que a día de hoy aspire a lograr la independencia sobre la base del ordenamiento vigente sueña en balde. Sin embargo, eso no significa que el acuerdo del jueves no tenga consecuencias.

En primer lugar, el hecho de que la propuesta se canalice dentro la legalidad e incluya una respuesta intermedia (estado no independiente) asesta un golpe mortal al PSC. Los socialistas catalanes lo tienen cada vez más difícil para seguir haciendo equilibrios entre un partido estatal que asume los postulados de la Constitución y el derecho de Catalunya a decidir autónomamente su propio futuro. Existe una delgada línea que separa un Estado sumamente descentralizado y una Catalunya soberana, y la razonable defensa de seguir en España por voluntad propia es una posición incomprendida por unos y por otros. Mal pronóstico.

Sin embargo, el principal efecto del acuerdo es la obtención de una prórroga para un proceso que empezaba a mostrar síntomas de fatiga. El soberanismo ha ganado unos meses para dar más cuerda a la cometa, pero quizás sólo sea eso. Como en su día sucediera con Ibarretxe, el próximo año la petición del Parlament llegará al Congreso donde será contundentemente rechazada. ¿Y entonces, qué? Pues estaremos en las mismas: volverán a evidenciarse las diferencias sustanciales entre los que desean mejorar el autogobierno de Catalunya dentro de España, y aquellos que luchan por romper ese vínculo con respaldo legal o sin él. Supongo que esta evidencia explica por qué nadie ha querido hablar de lo que sucederá si las Cortes tumban la pretensión catalana.

Tal y como están las cosas, no se puede jugar al tenis con Madrid a cuenta de la soberanía: es jugar al frontón. Y los promotores de la consulta lo saben. El proceso que estamos viviendo sólo puede acabar de dos maneras: con la ruptura absoluta y unilateral, o con una negociación posibilista y legal. El plebiscito que se nos plantea viaja por una vía intermedia de dudosa efectividad, lo que invita a pensar que dentro de un año estaremos todos igual, sólo que más cabreados.

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