De dioses y hombres

Publicado en el Diari de Tarragona el 15 de septiembre de 2013

El domingo 13 de octubre se celebrará en Tarragona la beatificación de más de medio millar de clérigos y laicos asesinados durante la persecución religiosa que se desató en España hace ya casi ochenta años. Son cientos de biografías dignas de recordarse, repletas de valor y coherencia, que resultan prácticamente desconocidas para las generaciones más jóvenes de nuestra sociedad. Desde que comencé a leer las crónicas de estos sucesos pensé que muchas de estas historias merecerían ser llevadas a la gran pantalla, como testimonio palpable y cercano de integridad y fortaleza, al igual que en 2010 hiciera el director francés Xavier Beauvois con la magnífica película “De dioses y hombres”, donde se relatan unos acontecimientos similares en una comunidad cisterciense de las montañas del Magreb. Lamentablemente, el maniqueísmo ibérico suele dificultar y hasta impedir la posibilidad de apreciar algo positivo en las víctimas de las balas de los compañeros de trinchera, y a día de hoy el cine español es lo que es. Como derivada, esta tendencia al sectarismo ha generado cierta confusión ante una celebración que no será política sino estrictamente religiosa, un carácter difícilmente comprensible para aquellos que necesitan poner banderas ideológicas a todo lo que acontece a nuestro alrededor: el deporte, la literatura, la música...

Probablemente aquellos que disfrutan con las idas y venidas de autoridades y sotanas por el carrer Major consideren mi postura un tanto radical, pues me declaro un enemigo militante de los intentos de politizar la religión y clericalizar la política que se repiten constantemente en nuestro entorno. Es lógico que la Iglesia opine sobre los aspectos de la realidad pública que afectan directamente a la fe, pero no me gusta que la Conferencia Episcopal invierta sus recursos en medios de comunicación con una línea editorial marcadísima en cuestiones ajenas a la Iglesia; comprendo que nuestras bellos templos son el lugar con más aforo de muchas poblaciones, pero no me gusta que se usen para realizar actos de carácter netamente político; entiendo que los gobernantes ostentan la máxima representación del pueblo, pero me supera verlos ocupando por sistema el primer banco de nuestras catedrales para hacerse la foto, especialmente cuando gran parte de ellos jamás pisa una iglesia; no tengo nada en contra de que los sacerdotes participen en las fiestas, pero admito que me da cierta dentera ver alzacuellos deambulando por los balcones de las instituciones; sé que los campanarios de nuestros templos siempre se han usado para asuntos ajenos a los litúrgicos (remarcar festividades, dar la hora, avisar de peligros inminentes…) pero considero un error garrafal utilizarlos con fines ideológicos que no comparten todos los ciudadanos... y así podríamos seguir todo el día. Parece que algunos todavía echan de menos a los curas del trabuco de los tiempos del viejo carlismo. Qué país…

Como no podía ser de otra manera, tampoco han faltado los que han pretendido politizar la beatificación que se celebrará dentro de apenas un mes en la antigua Universidad Laboral. En nuestro entorno más cercano se han alzado algunas voces que parecen ofendidas al intuir en este acto una intencionalidad que va más allá de la meramente religiosa: fastos de reafirmación españolista, movilización de la derechona casposa, etc. Y frente a ellos tenemos a una panda de borregos rapados que parecen empeñados en darles la razón, confundiendo una celebración de fe con un alarde de estandartes imperiales apestados de naftalina. Unos y otros caen en el mismo error, lo que obliga a remarcar por enésima vez el sentido de esta jornada: no se va a beatificar a estas personas por su ideología, sino porque tuvieron el coraje de mantener su testimonio de fe cristiana aun sabiendo que ese acto de valentía les supondría la muerte.

En Tarragona deberíamos saber diferenciar mejor estas cosas, gracias al ejemplo de Fructuoso, Augurio y Elogio, cuyo martirio ha llegado hasta nosotros con asombrosa fidelidad gracias a una crónica considerada el primer documento histórico cristiano de la península. Como todos sabemos, el obispo y sus dos diáconos se negaron a renegar de su fe y por ello fueron quemados vivos en la arena de nuestro anfiteatro el 21 de enero del año 259, en el marco de la persecución decretada por los emperadores Valeriano y Galerio contra los cristianos de la época. Quien pretenda interpretar las beatificaciones de octubre en términos políticos demuestra que no se entera de nada, lo mismo que quien tuviera la ocurrencia de hacer lo propio con la canonización de los tres protomártires tarraconenses. Aun así, parece que algunos no lo pueden entender, o lo que es más probable, no lo quieren entender.



Confío plenamente en que el próximo día 13 viviremos una jornada histórica en nuestra ciudad, recordando con admiración la entereza de estos hombres y mujeres que dieron sus vidas por mantener públicamente sus creencias en la más crítica de las situaciones. La coherencia de vida de estas personas constituye un incomparable testimonio de fe para los cristianos, aunque también considero que su ejemplo debería servir de modelo para todo aquel que aprecie la valentía y la libertad, más allá de sus creencias. Me viene a la cabeza la frase de Voltaire: “no estoy de acuerdo con lo que dices, pero defendería con mi vida tu derecho a expresarlo”. Ojalá nadie se sienta nunca más perseguido por sus opiniones, sean éstas las que sean.

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