Un espejismo como argumento

Publicado en el Diari de Tarragona el 7 de julio de 2013

Esta semana se ha hecho pública la cifra de desempleados inscritos durante el mes de junio: 127.248 parados menos. Aunque la patronal y los sindicatos han pedido cautela, la noticia ha sido recibida con euforia por la fanfarria mediática que alienta al gobierno, una reacción previsible teniendo en cuenta que Marhuenda y sus muchachos ya le hacían la ola a Rajoy incluso cuando las variables macroeconómicas invitaban a arrojarse por la ventana. Lamentablemente, un análisis pormenorizado de los datos impide respaldar la satisfacción gubernamental. Qué más quisiéramos los ciudadanos que compartir el optimismo antropológico que parece haber anidado en la Moncloa desde hace más de una década…

La cacareada cifra corresponde a la bajada en el número de demandantes en las oficinas de empleo (no al aumento de puestos de trabajo, como señalaba el martes Antena3) y es ésta la clave que obliga a dudar de su trascendencia como indicador fiable: una reducción en las listas del INEM no equivale necesariamente a una mejora del mercado laboral. La Encuesta de Población Activa es un instrumento mucho más certero para conocer el número real de desempleados, pues el hecho de que una persona desaparezca de las estadísticas del Instituto Nacional de Empleo no significa que esté trabajando. De todos modos, la información verdaderamente reveladora sobre la marcha de nuestra economía a efectos laborales es la cifra de afiliados a la Seguridad Social. Tras un año en el que hemos perdido 633.977 cotizantes, el dato de esta semana ha vuelto a ser decepcionante: en junio, uno de los meses tradicionalmente más expansivos, el ritmo de contrataciones se ha reducido un 14% respecto al mismo mes del año pasado. Es decir, que en términos interanuales el aumento de cotizantes ha sufrido un frenazo considerable.

¿Pero cómo es posible que el número de parados haya descendido en más de cien mil personas cuando apenas ha aumentado la creación neta de empleo? Pues sencillamente porque cada vez hay más ciudadanos que se borran de las estadísticas del INEM por todo tipo de motivos: porque miles de inmigrantes han decidido volver a sus países de origen al no ver posibilidades de trabajar en España, porque apenas tiene sentido seguir en las listas del paro cuando ya se ha perdido el derecho a prestación, porque un creciente número de españoles ha optado por emigrar a otros lugares con la esperanza de lograr un trabajo que en su país se les niega con tozuda insistencia, porque la oficina de empleo ha demostrado su incapacidad absoluta para ayudar a conseguir un puesto de trabajo…

Por si fuera poco, el factor estacional es otro indicador que debería poner en cuarentena el optimismo gubernamental. Si aplicamos el corrector estival resulta que el número de desempleados, lejos de descender, ha aumentado en 996 personas. Teniendo en cuenta que hemos iniciado una temporada turística comparativamente inmejorable gracias a la coyuntura política en el Mediterráneo (Egipto levantado contra Mursi, Túnez recuperándose de su primavera árabe, Siria en guerra, Turquía en plena revuelta contra Erdoğan…) el efecto otoño puede resultar brutal para el empleo. Y eso por no hablar de la creciente precarización laboral, un factor que puede ser letal si la futura recuperación sufre otro rebote como en 2011…

Un buen amigo que se dedica a la política probablemente me diría que estoy cayendo en el todoesunamierdismo, esa tendencia a analizar la realidad desde la perspectiva más negativa posible. Desde luego, no es ésta mi intención. En algunas cuestiones macroeconómicas nos encontramos en una situación infinitamente mejor que hace un año, sin duda, pero no sería realista ni honesto utilizar los falsos brotes verdes del INEM como argumento para validar la esquizoide senda económica del gobierno (ultraliberal en la política de prestaciones públicas y socialdemócrata en el aumento de la presión fiscal) ni como excusa para retardar diversas reformas urgentes e imprescindibles: reducción inmediata del tamaño y coste de la estructura pública (menos escalones institucionales, cierre de empresas públicas estériles, adelgazamiento de la carga política…), consiguiente bajada de impuestos para incentivar el consumo, presión al sector financiero para lograr la apertura del grifo del crédito a las pymes y a los autónomos…



Gran parte de los resortes necesarios para iniciar una recuperación estable no está al alcance de la Moncloa sino de la UE, cuya prioridad –al menos hasta las elecciones alemanas de septiembre- no parece ser la relajación en las exigencias a los países del sur. Sin embargo, esta evidencia no exime al gobierno de hacer lo posible por adelantar la recuperación económica, y existe práctica unanimidad a la hora de considerar el actual estrangulamiento impositivo como un suicidio para un país en recesión. ¿Cómo puede el gobierno aplazar la reforma fiscal hasta febrero de 2014? Ninguna economía que crece por debajo del 2% crea empleo de forma sostenible. Tras un año en el que hemos perdido 1.737 cotizantes diarios y una crisis que ha cerrado 300.000 empresas, no es momento de seguir asfixiando fiscalmente a pymes y clases medias sino de mejorar la eficiencia pública y de reducir los gastos absurdos. Cumpla su programa, Sr. Rajoy (aunque sea en diferido, como dicen ustedes) y conceda un respiro a un tejido productivo que está a punto de bajar los brazos. De lo contrario, cualquier dato aparentemente esperanzador sobre el empleo no será más que un simple espejismo estadístico.

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