El síndrome de la galleta

Publicado en el Diari de Tarragona el 16 de junio de 2013

A principios del año 2002 el presidente norteamericano George W. Bush copó las portadas de todos los periódicos occidentales tras una breve pérdida de consciencia por haber masticado inadecuadamente una galleta salada. Por lo visto, el inquilino de la Casa Blanca sufrió un síncope vasovagal mientras disfrutaba de la retransmisión de un partido de fútbol americano en compañía de sus perros, lo que le causó un leve desvanecimiento que dio origen a centenares de chistes sobre su incapacidad para realizar al mismo tiempo dos actividades aparentemente sencillas: ver la tele y comer un pretzel. Como era de prever, el inevitable choteíto sirvió también para reactivar las dudas sobre las facultades multitarea de todo el género masculino, un ataque cruel y sistemático que los hombres seguimos padeciendo sumisamente en nuestros días.

Hay que reconocer que los varones tenemos cierta dificultad genética para el pensamiento simultáneo: cuando vestimos a nuestros hijos bastante tenemos con conseguir que los dos zapatos sean del mismo par, como para tener que pensar además en la congruencia cromática de las prendas; cuando gesticulamos para que el camarero de la terraza nos atienda nos es imposible mantener una conversación coherente con nuestro acompañante y aún menos retener lo que nos dice; cuando tenemos tantos resultados deportivos en nuestra cabeza resulta ilusorio pretender que además recordemos las horas de tutoría y revisiones médicas de los niños; cuando revisamos los mensajes de nuestro móvil no estamos en condiciones de asimilar las instrucciones sobre el uso de la lavadora que recibimos repetidamente desde el día de nuestra boda; cuando accionamos la cisterna del baño tenemos la mente demasiado ocupada para reflexionar sobre la conveniencia de bajar la tapa del inodoro… Todo esto no es un defecto: se llama concentración.

Desde esta perspectiva, creo que somos muchos los ciudadanos de Catalunya que nos sentimos gobernados por dos hombres muy hombres, Rajoy y Mas, dos varones con graves problemas para pensar en dos cosas al mismo tiempo.

Por un lado tenemos al líder del PP, un político con vocación de contable cuya cabeza sólo alberga espacio para un único asunto: cuadrar las cuentas. Es un tema importante, sin duda, pero parece evidente que hay muchos más: la progresiva pérdida de confianza ciudadana en las instituciones públicas como ámbito de representación (desmoronamiento de los grandes partidos, despegue de las formaciones radicales, proliferación de movimientos antisistema…), la confirmación judicial de que nuestro modelo de partidos se halla gravísimamente infectado por la corrupción (caso Gürtel, los ERE de Andalucía, escándalos del Palau y de las ITV…), el creciente agrietamiento de las certezas sobre las que se apoya nuestro estado del bienestar (precarización del trabajo, inseguridad sobre la liquidez de nuestro ahorro, dudas sobre las prestaciones por las que ya se ha cotizado…), el intento abierto de reventar la legalidad constitucional… ¿No tiene nada que decir, aunque sea vía plasma? Parece que pretender que Rajoy piense simultáneamente en la macroeconomía y en estos temas es como aspirar a que un hombre vigile que la bañera no rebose mientras escucha Carrusel Deportivo.

Por otro lado tenemos al líder de CiU, un político con vocación de telepredicador cuya cabeza sólo alberga espacio para un único asunto: el estado propio. Es un tema importante, sin duda, pero parece evidente que hay muchos más: el cierre constante de empresas a las que poco beneficia la inestabilidad institucional, los recortes del gasto en servicios básicos mientras se mantienen las partidas de carácter identitario, la sensación de parálisis política de un Govern obsesionado con un monotematismo exasperante… Da igual que el President visite una biblioteca en Besalú o una granja de pollos en Aldover: todo gira siempre en torno a la emancipación nacional, a la conquista de la libertad y al futuro glorioso que nos espera si escuchamos sus sagradas palabras. ¿Y las deslocalizaciones empresariales, y los recortes en sanidad y educación, y la corrupción de su propio partido, y los desahucios de las familias golpeadas por la crisis, y el ahogamiento financiero de las pymes...? Tranquilos, todo eso se resolverá con la independencia, no hay problema. La sensación de inacción del Govern es de tal calibre que esta semana el propio Artur Mas ha presentado a bombo y platillo una idílica batería de medidas que nadie se ha tomado en serio: ya no estamos para campañas de autopromoción que sólo sirven para ocupar minutos en el telediario.

Antiguos dirigentes de los principales partidos llevan semanas pidiendo diálogo entre ambos mandatarios. Así lo hicieron Felipe González y Miquel Roca en 8TV, reclamando un retorno al espíritu de la Transición para intentar acercar posturas aparentemente irreconciliables, y también Josep Piqué en la Sexta desde una doble vertiente: rechazando el chucknorrismo de Aznar sobre la cuestión (“hay que enseñar el músculo del estado”) y animando a Rajoy a plantear alternativas políticas a la ruptura.



Nuestros problemas no se solucionarán sólo con una contabilidad española saneada o una independencia de efectos internacionales imprevisibles. Las circunstancias actúales exigen una ración doble de sentido común, que busque aunar la defensa de las propias ideas con la comprensión de las contrarias. Ojalá ambos dirigentes concedan una oportunidad al diálogo, haciendo un hueco en sus mentes para compaginar sus respectivas obsesiones con los retos que aparentemente todos vemos menos ellos. Eso sí, tampoco pidamos lo imposible: que a nadie se le ocurra sacarles además unas galletas para picar.

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