Respeto o claudicación

Publicado en el Diari de Tarragona el 14 de abril de 2013

Los máximos representantes del ayuntamiento de Reus asistieron el pasado lunes a la ofrenda floral que clausuraba las celebraciones del Día Internacional del Pueblo Gitano. Los organizadores del evento habían solicitado llevarlo a cabo en algún lugar con agua, teniendo en cuenta el alto simbolismo de este elemento para la cultura gitana, por lo que finalmente se optó por la céntrica plaza de les Basses, presidida por una magnífica fuente del polifacético artista reusense Artur Aldomà Puig. La obra en cuestión, “les bugaderes”, incluye unas esculturas de bronce que representan a tres lavanderas con el busto desnudo. Por lo visto, la Taula del Poble Gitano de Reus consideró una falta de respeto celebrar la ofrenda ante estas figuras, lo que provocó que la sumisa concejalía de Vía Pública decidiera taparlas con una púdica parra para evitar líos: los Budas de Bāmiyān en versión ganxet.

El incidente me trajo inmediatamente a la memoria la tortuosa inauguración del monumento a los héroes de 1811 que luce nuestra querida Rambla Nova. La obra popularmente conocida como “Els despullats” fue encargada para conmemorar el primer centenario del asedio y saqueo de Tarragona por las tropas de Napoleón, y causó una gran controversia en su época por el mismo motivo que “les bugaderes”. A la vista de la polémica, esta bella escultura tuvo que pasar bastantes años olvidada en un almacén, hasta que en 1931 alguien con agallas y sentido común decidió instalarla en su emplazamiento actual.

Acertó también Josep Ramón Correal cuando, al día siguiente del ataque de meapilismo reusense, nos trajo a la memoria en su columna diaria el bochornoso recuerdo de Daniele da Volterra, Il Braghettone, un pintor y escultor del siglo XVI que pasó a la posteridad por haber tapado los genitales de las pinturas de Miguel Angel en la Capilla Sixtina por orden del papa Pío V. Afortunadamente, gran parte de los taparrabos fueron eliminados en posteriores restauraciones, devolviendo a su estado original la obra cumbre del genio de Caprese. “El Juicio Final” de Buonarroti había levantado también suspicacias entre sus contemporáneos, como lo demuestran las palabras del Maestro de Ceremonias Biagio da Cesena: "era cosa muy deshonesta en un lugar tan honorable haber realizado tantos desnudos que deshonestamente muestran sus vergüenzas y que no era obra de Capilla del Papa, sino de termas y hosterías". Sin duda, esta postura debió ser compartida por muchos fieles de la época… pero estamos hablando de hace quinientos años.

Si los actuales papas, ciertamente poco dados a la pornografía y el exhibicionismo, son elegidos en una sala plagada de desnudos artísticos, llama la atención que las autoridades civiles de una ciudad presuntamente tan progre como Reus se vean obligadas a sucumbir a presiones externas para tapar con escrúpulo unas figuras de la vía pública en pleno siglo XXI. Dudo que nadie del ayuntamiento creyera que estas esculturas fueran eróticamente provocativas (si es así, le recomiendo una visita urgente al especialista) y tampoco creo que el alcalde Pellicer considerase esta fuente remotamente ofensiva. Una falta de respeto requiere una mínima intencionalidad, o un ataque aunque sea involuntario al escandalizado, o al menos la intromisión en el espacio vital del que se siente ofendido. Ninguna de estas circunstancias se daba en este caso, lo que demuestra que nos encontramos ante un nuevo ejemplo de inconfesable cobardía disfrazada de tolerancia. ¿Hacía falta claudicar ante una demanda tan anacrónica? ¿Era imprescindible realizar la ofrenda floral en una fuente? ¿Acaso no hay más fuentes en Reus? ¿No había manera de evitar este ridículo institucional?

Me viene a la cabeza la conversación que mantuve hace unas semanas con un párroco. El sacerdote se iba encendiendo a medida que contaba cómo, al llegar a un nuevo destino, decidió visitar los locales parroquiales donde se gestionaba el reparto de comida y ropa entre los necesitados. Observó una sombra en la pared en forma de cruz. -¿Qué es eso? –Había un crucifijo, pero lo hemos quitado para que no se ofendan los no cristianos. La cruz volvió inmediatamente a su lugar, gracias a Dios.

Durante los últimos años he tenido la suerte de viajar por diversos rincones del mundo y jamás he visto a ningún judío, musulmán o budista que retire sus símbolos para no ofenderme. Nunca, y no me extraña. ¡Es que no me ofenden! ¿Por qué tenemos que hacerlo nosotros? Renunciar a la defensa pública de nuestros valores y a la exhibición de nuestros símbolos no demuestra un carácter tolerante sino un escaso aprecio por aquello que nos identifica. Vivimos en una sociedad crecientemente multicultural, que afortunadamente está aprendiendo a valorar esa diversidad, pero en la que algunos parecen empeñados en inmolar su identidad (siempre los mismos) en aras de un supuesto buen talante con el diferente. El objetivo debe ser la convivencia pacífica y armoniosa entre todos nosotros, pero no a base de renunciar a lo que nos define, sino siendo capaces de aceptar al resto tal y como son. Siempre con el límite que marquen las leyes, debemos estar dispuestos a respetar y apreciar las costumbres de los demás, sus formas de vida, sus lenguas, sus vestimentas, sus manifestaciones artísticas y sus creencias… siempre y cuando ellos también respeten y aprecien nuestras costumbres, nuestras formas de vida, nuestras lenguas, nuestras vestimentas, nuestras manifestaciones artísticas y nuestras creencias. O jugamos todos o rompemos la baraja.

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