No me consta

Publicado en el Diari de Tarragona el 7 de abril de 2013

Los sucesivos capítulos de nuestra historia política reciente se han visto frecuentemente retratados con afirmaciones y expresiones que han quedado inmortalizadas para la posteridad. Todos recordamos el “España va bien” de Aznar, el “talante” del primer Zapatero, o los imaginarios “brotes verdes” del segundo. Probablemente, la convulsa época que le está tocando vivir a Rajoy como inquilino de la Moncloa será recordada, entre otras cosas, por una afirmación que siempre aguarda en la punta de la lengua de todo aquel que es alguien en este país: “no me consta”. De hecho, en España a nadie le consta nada.

Efectivamente, una epidemia caracterizada por una asombrosa falta de curiosidad asola nuestros centros de poder: al presidente del gobierno no le constaban los tejemanejes financieros de su tesorero, a María Dolores de Cospedal no le constaba que Bárcenas siguiese en nómina del PP, a José Antonio Griñán no le constaba la faraónica estafa que miembros de su partido llevaban a cabo con los ERE andaluces, a Josep Antoni Duran i Lleida no le constaba que Unió se estuviera financiando ilegalmente vía Pallerols, a Alberto Núñez Feijoo no le constaba que uno de los contrabandistas más conocidos de Galicia ejerciera actividades ilícitas, al director del CNI no le constaba que la princesa Corinna se hubiera alojado en una residencia pagada con fondos públicos, a la exmujer del alcalde de Marbella no le constaba si la vivienda en la que residía era o no de su propiedad, a los Aznar no les constaba quién pagaba sus costosísimas clases de golf, a José Blanco no le constaba que su reunión con Dorribo en una gasolinera tuviese nada que ver con el tráfico de influencias, a Ana Mato no le constaba de dónde había salido el Jaguar que había en su garaje.. ¡Al president Mas ni siquiera le constaba la reunión que él mismo había mantenido con Rajoy el día anterior!

Estos tragicómicos episodios de hipotonía sensorial y amnesia autoinducida tienen hoy su más insigne exponente en la hija menor de nuestro monarca, quien vivió durante años a cuerpo de infanta sin cuestionarse de dónde procedía la cascada de euros que desaguaba mensualmente en su cuenta corriente. Afortunadamente, un valiente magistrado ha decidido remontar este río de aguas oscuras, sorteando miedos ancestrales y tabúes históricos, para llegar finalmente a unas fuentes que dejan a la Casa Real en una complicadísima situación. Las bombas atómicas que el impresentable Diego Torres guardaba en su ordenador han terminado impactando contra el palacio de la Zarzuela, lo que ha permitido al doctor Livingstone de los tribunales -que ya es objetivo declarado de la prensa cortesana- sumar un nuevo problema a los incontables quebraderos de cabeza del ya insomne Juan Carlos I.

Los comentarios que la imputación de Cristina de Borbón ha generado en la calle han sido llamativamente coincidentes (ya era hora, por fin, ya tocaba, ya les ha costado…) lo que demuestra la creciente sensación de privilegio provocada por la situación procesal de la infanta. Salvo aquellos que pretendían por principio salvar el pellejo de la monarquía, fuera como fuera, nadie en su sano juicio podía entender cómo una persona directísimamente implicada en una red de tráfico de influencias ni siquiera hubiera sido llamada a declarar, especialmente si se tiene en cuenta que la mujer de Diego Torres había sido imputada desde el primer día. Es pronto para cantar la victoria de la igualdad ante la ley, pues la gubernamentalmente sometida fiscalía, que habitualmente persigue a los sospechosos, en esta ocasión ha decidido defenderlos. Vaya por Dios…

Desde un punto de vista estratégico y estético, ha contrastado la inteligente y elegante reacción del futuro Felipe VI respaldando a los jueces y pidiéndoles que actúen con independencia e imparcialidad, con el torpe comunicado de la Casa Real manifestando su sorpresa y apoyo expreso al recurso de la fiscalía: entiendo al padre pero no a la institución. Una imagen de mayor distancia y neutralidad sería de agradecer en estos momentos de desconfianza galopante.

La situación es crítica. Si el recurso prospera, la sociedad entenderá que en España la justicia no es igual para todos, y si la imputación sigue adelante, ni el Miquel Roca de zumosol ni el cortafuegos de una hipotética renuncia de la infanta a sus derechos dinásticos detendrán el golpe al prestigio de la Zarzuela. Puede que lo más sensato sea que el actual monarca aguante al pie del timón hasta que el vendaval amaine, para abdicar inmediatamente después en el hasta ahora intachable príncipe de Asturias. Habrá que ver si se está aún a tiempo de detener la cuenta atrás hacia el cambio de régimen, un riesgo que presuntamente ya advirtió Don Juan a los suyos poco antes de morir. No sería la primera vez que la familia real española parte hacia el extranjero con un billete sólo de ida.

En pocas jornadas sabremos si nuestra justicia se atreve a dar un paso de gigante en la defensa de su independencia, o si bien esta bocanada de esperanza queda reducida a una mera ilusión sin fundamento. En el primer supuesto, me atrevo a aventurar el comienzo del interrogatorio: -¿Es cierto que el entramado de empresas en el que usted participaba como propietaria y administradora cobraba a clientes privados y públicos cantidades astronómicas a cambio de nada? –No me consta.

Comentarios

Entradas populares de este blog

El beso

Una moto difícil de comprar

Bancarrota