Una abstención decisiva


Publicado en el Diari de Tarragona el 25 de noviembre de 2012


Más de cinco millones de catalanes estamos llamados hoy a las urnas para decidir la composición del nuevo Parlament. No son unos comicios corrientes, pues se celebran tras una legislatura llamativamente corta y bajo unas condiciones económicas excepcionales que algunos pretenden utilizar para vincular la crisis global con una problemática local en beneficio electoral propio. La tesis oficial es que el conflicto nacional es la causa de la penuria social, aunque algún subconsciente indiscreto ha sugerido lo contrario. Como ha señalado Elena Ribera, número dos de CiU por Girona, “aquesta crisi, benvinguda sigui, perquè ens ha fet aflorar el sentiment català”. Toma ya.

Las derechas española y catalana han logrado un éxito estratégico notable al emborronar el debate de carácter social con una eficaz pelea de carneros identitaria. PP y CiU han puesto en marcha sus potentes maquinarias de propaganda para no dar carnaza a la izquierda con discusiones sobre los brutales recortes pactados entre ambas formaciones, logrando que en esta campaña se hable fundamentalmente de banderas. La discusión política apenas ha incidido en la conveniencia de mantener o no unas políticas que hacen pagar a las clases más desfavorecidas los errores de la casta dirigente, sino en si estas decisiones se tomarán desde Barcelona o desde Madrid. Parece increíble, pero lo han conseguido.

Como en muchas otras ocasiones, la clave de estas elecciones no será la capacidad de convencimiento sino de movilización, pues vivimos en un país de costumbres electorales casi futboleras: cada uno es de los suyos, y lamentablemente son muy pocos los que cambian de voto según las circunstancias. Así, el factor decisivo no será la identidad de la formación política preferida por la mayoría de los ciudadanos, sino el grupo elector que acudirá en mayor o menor medida a votar. Parece lo mismo, pero no lo es.

Los sondeos coinciden en otorgar un claro triunfo a los partidos nacionalistas, cuyo electorado se halla especialmente motivado ante la inédita confluencia de factores en favor de la secesión: una situación social desesperada que invita a la aventura sin nada que perder, un enfado consolidado con el poder central por diversos encontronazos recientes (Estatut, pacto fiscal…), una oposición socialista catatónica con un líder desconocido, unos medios de comunicación públicos y concertados postrados a los pies del líder, unos partidos estatales sumamente torpes en sus gestos hacia Catalunya… Parece obvio que a los estrategas convergentes se les ha ido la mano con su culto al Artur do Corcovado, el “pastor que busquen les ovelles descarriades del nostre poble” en palabras de la propia Elena Ribera. Aun así, la primera posibilidad real de lograr la independencia en muchos años garantiza una movilización total de las bases soberanistas: el nacionalismo votará en masa. De hecho, todas las encuestas prevén que CiU y ERC sumarán una inmensa cantidad de votos (eso sí, parece que Alfons López Tena hará honor a su nombre de pila y se hundirá en las urnas).

Es probable que las misteriosas informaciones sobre supuestos casos de corrupción en CiU tengan un efecto contrario al pretendido, pues cualquier movimiento nacionalista reacciona creciendo al sentirse atacado por el enemigo exterior. Así quedó demostrado tras el hostigamiento del Aznar escurialense a ERC, la sentencia del TC o el rechazo de Rajoy al concierto económico. Incluso los republicanos parecen contemporizar en su cruzada mans netes para no perjudicar la causa nacional, aunque ello no signifique que se hayan disipado social y judicialmente las dudas generalizadas sobre las turbias cuentas de CiU: vienen de lejos las comisiones denunciadas por Maragall, el expolio del Palau, el caso ITV, los millones en Liechtenstein, el propio embargo de la sede convergente por presunta corrupción… ¿Qué partido soportaría este historial, por ejemplo, en EEUU? Ninguno, pero aquí las cosas son diferentes y los políticos conviven con la sospecha sin pagar el menor coste electoral. Que se lo digan al PP valenciano o al PSOE andaluz…

Por otro lado tenemos a los populares de Alicia Sánchez Camacho, que pese a sus problemas con las matemáticas en 8TV (junts sumem… molt malament) ha logrado consolidar un electorado fiel que los ha rescatado del ostracismo político y social en Catalunya. Algunas encuestas les otorgan hasta la segunda plaza en estas elecciones, lo que supondría un espaldarazo a su actual dirección, además de la demostración palpable del éxito de su pinza patriótica con CiU en contra del PSC. A pesar de los acostumbrados espectáculos de Pimpinela, probablemente seguirán siendo el bastón económico de Artur Mas.

También se prevén buenos resultados para Ciutadans, el partido monotemático de Albert Rivera, y para ICV, gracias a su polivalente modelo nacional y su feroz crítica a las drásticas políticas de austeridad.

Por último, la gran formación de la izquierda catalana apenas levanta cabeza tras el destrozo interno perpetrado por ZP. Pere Navarro es un candidato que refleja fielmente la sensibilidad hacia las víctimas de la crisis, pero sigue siendo blando y desconocido para el gran público. Nadie espera de él que consiga un solo voto nuevo (la mochila del Tripartit es demasiado pesada) pero sí que movilice a ese sector de sus bases que no suele mostrar excesivo interés por las elecciones autonómicas. La gran duda que se despejará esta noche es si la posibilidad real de independencia animará a esos cientos de miles de votantes a acudir a sus colegios electorales como si fueran unas elecciones generales. Lo dudo.

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