Las cosas claras


Publicado en el Diari de Tarragona el 28 de octubre de 2012


Las democracias más avanzadas tienen instituido que los comicios vengan habitualmente precedidos por una larga serie de debates entre los candidatos. No se trata de un deseo morboso por ver cómo los políticos se zurran la badana, sino de un lógico interés por comprobar cómo se desenvuelven en un entorno mucho menos controlado que un mitin. Normalmente, la calidad democrática del país suele ser inversamente proporcional al grado de atenazamiento normativo con que los asesores de los políticos suelen blindar estos duelos. Lamentablemente, los acartonados debates que hemos padecido últimamente confirman la distancia a la que todavía nos hallamos de otros sistemas que deberían servirnos de referencia. Los políticos demagógicos o dubitativos suelen evitar someterse a un formato que les priva de la seguridad de un monólogo perfectamente medido y estructurado, pues la improvisación que en ocasiones se requiere para hacer frente a un adversario directo puede dejar las vergüenzas al aire ante millones de votantes potenciales. Por el mismo motivo, lo habitual suele ser que los partidos faciliten las entrevistas sólo a los medios en los que se sienten como en casa (el PP en TVE o Antena 3, el PSOE en Cuatro o La Sexta, CiU en TV3 o 8TV…).

Afortunadamente, de vez en cuando tenemos la suerte de ver cómo se rompe esta regla, y un dirigente acepta enfrentarse a un periodista que puede ponerle las cosas difíciles. Es lo que sucedió el pasado domingo en el programa Salvados, con la amplia e informal entrevista de Jordi Évole al President Mas. En mi opinión, la forma y los contenidos de aquel diálogo permiten obtener cuatro conclusiones principales.

Para empezar, CiU cuenta con uno de los mejores candidatos que hemos visto en este país desde hace muchos años. Artur Mas es un político con aplomo (en todo momento transmite la sensación de creer firmemente en lo que defiende), que jamás pierde los nervios ni las formas (está dando una auténtica lección de saber estar a algunos descerebrados que le atacan a la desesperada), y con una habilidad estratégica fuera de toda duda (en apenas unas semanas ha conseguido descargar sobre el enemigo exterior cualquier responsabilidad que pudiera exigírsele por su gestión de la crisis económica). Puestos a buscar algún pero, se le podría reprochar la ocultación de que nuestra integración en la UE jamás podrá decidirse en referéndum (será, en todo caso, una solicitud que deberá ser aceptada por la totalidad de los estados miembros), y quizás también la autocomplacencia altiva y perdonavidas que empapa habitualmente todo su discurso (convendremos que los problemas de autoestima jamás han sido una seña de identidad de CiU precisamente). Es comprensible que el President tenga el ego por las nubes, especialmente tras contemplar cómo lo recibieron sus fieles hace apenas un mes en la plaza de Sant Jaume: sólo faltaron el burrito, las palmas y las ramas de olivo.

Por otro lado, la entrevista cuestionó el papel elevado que el líder de CiU suele arrogarse con frecuencia ante el debate soberanista, como si asumiese el rol de un mero notario mayor de Catalunya destinado a certificar las voluntad de su pueblo. “Soy un simple instrumento, y sólo quiero que los catalanes puedan expresarse”. No, Sr. President: usted quiere eso y además que los ciudadanos le den la razón. Y tal como explicitó en su conversación con Jordi Évole, utilizará la fecha y otros pormenores de la consulta para favorecer que el resultado sea un rotundo sí. Está en su derecho, obviamente, pero entonces sería deseable que abandonara esa pose de falsa neutralidad angelical.

En tercer lugar, el programa logró destrozar la calculada estrategia de equilibrios terminológicos alrededor del críptico concepto de estado propio. Al igual que le sucedió a Zapatero con la palabra crisis y a Rajoy con el término rescate, el diccionario de Mas no contiene el vocablo independencia, probablemente para no poner nervioso a su electorado más moderado. Sin embargo, del atento seguimiento de sus palabras en Salvados se deduce inconfundiblemente que el estado propio que propugna se halla fuera de España, es decir, se descarta como objetivo un estado federado o confederado integrado en el conjunto español.

Por último, y como consecuencia de lo anterior, ha quedado al descubierto la grave contradicción en la que incurre CiU sobre esta cuestión. Artur Mas ha dejado claro que Convergencia busca salirse de España, mientras Duran i Lleida ha declarado recientemente que Unió no es un partido independentista sino confederalista: ambas posturas son perfectamente legítimas pero esencialmente incompatibles entre sí. Por ello, considero una exigencia democrática ineludible que la principal formación política de este país deje meridianamente nítida su posición, de forma inmediata, sobre el tema nuclear que va a centrar el debate de unos comicios trascendentales para nuestro futuro. El PSC propugna caminar hacia el estado federal, el PPC continuar siendo una comunidad autónoma, ERC lograr la independencia, ¿Y CiU? ¿Es honesto que una coalición se presente a unas elecciones camuflando sus divergencias internas sobre el tema medular al que nos enfrentamos? Las cosas claras, por favor. ¿Son partidarios, tanto CDC como Unió, de separarse de España? Sí o no. Los electores tenemos perfecto derecho a saber lo que estamos votando, por mucho que las estrategias partidistas inviten a ocultarlo.

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