El trilema estadounidense


Publicado en el Diari de Tarragona el 9 de abril de 2023


Aunque la economía norteamericana se enorgullecía de unas cifras positivas a lo largo de 2022, este primer trimestre ha sucumbido a un importante gripazo que puede acabar siendo de larga duración y con severas complicaciones. Es cierto que los primeros estornudos llegaron con el invierno, pero los expertos denuncian ahora que el virus venía de lejos, en un diagnóstico a posteriori, como casi siempre ocurre en macroeconomía (un ámbito donde son más habituales los patólogos forenses que los especialistas en medicina preventiva). Para resumir la situación, que no parece tener fácil arreglo, algunos analistas hablan del trilema que han debido afrontar súbitamente las autoridades estadounidenses: estabilidad financiera, control de la inflación e impulso del crecimiento.

Son varios los sobresaltos que hemos vivido en el ámbito bancario durante los últimos meses. El primer susto lo sufrimos con el Silicon Valley Bank, tras la repentina fuga de depósitos que padeció. Como en las películas, las primeras informaciones sobre su posible desplome provocaron que centenares de personas se agolparan frente a sus oficinas, desde primera hora de la mañana, para salvar sus ahorros. La quiebra de esta entidad se atribuyó primordialmente a su vinculación con el crecientemente inestable sector tecnológico, a la crisis de las criptomonedas, y a la relajación de los criterios regulatorios que se aprobó durante la era Trump. Al menos fueron éstas las explicaciones aportadas por la administración Biden a mediados de marzo, anunciando su intención de pedir al Congreso un endurecimiento normativo. Sin embargo, apenas dos semanas después, la Casa Blanca reconoció que, a pesar de aquella laxitud legislativa, se podía y se debía haber hecho mucho más por evitar este colapso. De hecho, el propio gobierno demócrata ha acabado renunciando a impulsar una nueva reforma en sentido inverso, proponiendo una lista de objetivos que deben acometerse a corto plazo (por ejemplo, endurecer los requisitos de liquidez y las pruebas de estrés), destacando que “se pueden lograr bajo la ley en vigor”.

Al margen de la cuestión normativa, existe un factor que está mediatizando el curso de esta situación: el desbocamiento de la inflación y la lucha para contenerla. En efecto, vivimos una etapa con un crecimiento inquietante de los precios, que ha intentado ser contrarrestado por los bancos centrales mediante una brusca subida de los tipos de interés. Sin embargo, esta estrategia ha tenido, entre otras muchas, una consecuencia indeseada que impacta de forma drástica en la estabilidad financiera. En efecto, venimos de un pasado reciente caracterizado por unos tipos ridículos, y fueron muchos los bancos que apostaron por comprar una ingente cantidad de bonos, con un rendimiento escaso pero suficiente, teniendo en cuenta el bajísimo precio del dinero en aquella época (por ejemplo, SVB tenía el 57% de sus depósitos invertidos en renta fija). Ahora la situación ha cambiado radicalmente, y la necesidad de liquidez obliga a estas mismas entidades financieras a vender anticipadamente estas carteras a precios de derribo en tiempos de altos tipos de interés, lo que impacta muy negativamente en sus balances y en su capacidad de prestar.

Por último, el tercer factor de este trilema es la evolución de la actividad económica en EEUU. A pesar de los intentos por controlar la inflación, este guarismo continúa instalado en niveles preocupantes, lo que está reduciendo paulatinamente el poder adquisitivo de las familias y el consumo. Además, el aumento de los tipos para contrarrestar la escalada de precios ha contraído la actividad empresarial (los pedidos industriales cayeron un 1% en febrero) y ha encarecido las hipotecas (pasaron del 3% al 7%, a plazo fijo, de enero a octubre de 2022), impactando en el mercado inmobiliario y en las cuotas de quienes las contrataron a interés variable. No podemos olvidar la bajada del dólar (que probablemente continuará durante los próximos meses) y las oleadas de despidos masivos en las big-techs, que comienzan a reproducirse en otros sectores (la propia Reserva Federal anuncia una pérdida de empleo neto en los próximos tres trimestres). En este sentido, Oxford Economics ha alertado de que las razonables cifras de ocupación en EEUU están enmascarando una caída efectiva de las horas trabajadas, y de que las solicitudes de prestación por desempleo han crecido sensiblemente en marzo.

En este complejo escenario, los tres reguladores norteamericanos han tomado medidas rápidas, sobre todo en el sector financiero (por ejemplo, permitir a los bancos la valoración de los bonos a la par y no a su precio real, para limitar la descapitalización derivada de la subida del interés). Además, cada vez son más los economistas que piden frenar drásticamente la escalada de tipos, porque existe el riesgo de que el remedio sea peor que la enfermedad. Aun así, varios consultores y académicos auguran como inevitable que EEUU entre en recesión a lo largo de 2023, e incluso comienza a hablarse de una eventual suspensión de pagos de la administración norteamericana, un ‘default’ que supondría dejar sin trabajo a varios millones de personas (entre uno y siete, dependiendo de la duración de esta situación).

¿Y a nosotros qué nos importa todo esto? Supongo que es el momento de recordar la vieja máxima: cuando EEUU estornuda, Europa se resfría. De hecho, el colapso de Credit Suisse sugiere que podemos asomarnos a una época complicada a nivel global. Hace apenas medio año, los oráculos de la macroeconomía destacaban la salud de las cuentas norteamericanas, mientras pronosticaban malos tiempos para el viejo continente. Hoy casi todos apuestan por la recesión al otro lado del Atlántico, mientras la UE saca pecho por un sector financiero mucho más fiable y sólidamente regulado. ¿Cómo ha cambiado el péndulo de posición tan súbitamente? Las finanzas tienen sus doctores, pero en un mundo tan conectado e interdependiente, yo iría poniendo las barbas a remojar.

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