La violación como botín de guerra


Publicado en el Diari de Tarragona el 17 de abril de 2022


A raíz de la retirada parcial de las tropas rusas en diversas zonas del territorio ucraniano, la opinión pública mundial ha comenzado a redescubrir el horror consustancial a cualquier conflicto bélico. Al margen de las matanzas perpetradas por el ejército invasor, que ya están siendo investigadas como posibles crímenes de guerra, también encontramos otro tipo de atrocidades que empiezan a cobrar un triste protagonismo: las agresiones sexuales. La ONU y Human Rights Watch confirman la veracidad de estas denuncias, entre las que destaca un terrorífico episodio que hemos conocido esta misma semana: veinticinco niñas y adolescentes, de entre once y catorce años, fueron violadas por soldados rusos de forma reiterada, grupal y sistemática en un sótano de Bucha, durante las jornadas previas al abandono de la ciudad.

Este insoportable suplicio añadido que sufren las mujeres no es una novedad desde una perspectiva histórica. Son pocas las guerras en las que el botín esperado por las tropas victoriosas no incluyera la posibilidad de abusar salvajemente de la población femenina del territorio conquistado. Y a la vista del panorama que nos ofrece la actualidad, da la sensación de que tampoco hemos avanzado nada en este terreno. Aunque dudo que exista un solo país que pueda tirar la primera piedra en este bochornoso drama, quizás merezca la pena recordar las monstruosidades cometidas por el Ejército Rojo en lo que posteriormente fue la República Democrática de Alemania.

Todavía hoy, si acudimos al parque Treptower en las afueras de Berlín, podemos contemplar el inmenso monumento que homenajea a los soldados rusos que murieron allí durante los últimos compases de la II Guerra Mundial. La colosal estatua representa a un militar soviético con una niña alemana bajo su brazo. La admiración épica que desprende este espacio sería incontestable, si no fuera porque este lugar fue secretamente llamado “la Tumba del Violador Desconocido” por las mujeres berlinesas que vivieron aquel infierno. Lamentablemente, este tristísimo capítulo de la historia europea fue un tabú hasta fechas recientes por dos motivos principales: por un lado, por el férreo sometimiento de la RDA a la disciplina soviética durante décadas, y por otro, por la vergüenza de las propias víctimas.

Es probable que jamás conozcamos la envergadura de aquel espanto, pues los archivos de los tribunales militares de la época permanecen todavía clasificados, y la legislación rusa castiga a quien denigre la memoria de su actuación durante la II Guerra Mundial con penas de hasta cinco años de prisión. Algunas estimaciones elevan hasta los dos millones el número de alemanas agredidas sexualmente por los soviéticos durante aquellos fatídicos meses. Sólo en Berlín, cien mil mujeres fueron violadas durante la conquista y ocupación de la ciudad, diez mil de las cuales perdieron la vida como consecuencia directa de aquellos brutales ataques. Algunos testimonios hablan de chicas agredidas más de setenta veces.

Uno de los principales expertos en este horripilante episodio, el británico Antony Beevor, lo califica como “el fenómeno de violación masiva más importante de la historia”, tras acceder en 2002 a diversos documentos de la entonces Federación Rusa, que incluyen informes de la policía secreta de la época para Lavrenti Beria, posteriormente presentados a Stalin. El dictador decidió no perseguir estos hechos durante la guerra, puesto que sus soldados tenían derecho a “entretenerse con mujeres” después de una campaña tan dura. El pavor ante el avance soviético era de tal calibre, que abundaron los suicidios masivos con tal de no caer en manos de aquellas tropas deshumanizadas. Destaca el episodio de Demmin, un pueblo que se quitó colectivamente la vida ante la proximidad de los rusos. Las crónicas recuerdan a madres matando a sus propias hijas, antes de sumergirse en los ríos Peene y Tollense, con una piedra atada al cuello y bebés en sus brazos.

Entre los testimonios más desgarradores de este silenciado capítulo histórico, destaca el diario escrito furtivamente por Vladimir Gelfand, un joven teniente judío del Ejército Rojo. Este militar e historiador, de origen precisamente ucraniano, describió con crudeza la costumbre de sus camaradas de violar en grupo a cualquier chica que encontraban en su avance hacia Berlín. Narra, por ejemplo, el encuentro que él mismo tuvo con una joven alemana, a quien una manada de veinte soldados acababa de agredir salvajemente. Al verlo, previendo lo que estaba a punto de sucederle otra vez, ella misma se adelantó: “Haz lo que quieras conmigo. ¡Pero sólo tú!”. Algo parecido se deduce de las entrevistas que realizó Svetlana Aleksiévich para documentar su libro ‘La cara no femenina de la guerra’. Resulta especialmente desoladora la confesión de un antiguo oficial soviético: “Éramos jóvenes, fuertes, y llevábamos cuatro años sin mujeres. Intentábamos pescar chicas alemanas, pero no había suficientes. Por eso, cogíamos niñas de doce o trece años. Si lloraban, les poníamos alguna cosa en la boca. Creíamos que era divertido. Ahora no puedo entender cómo fuimos capaces de hacerlo”.

Probablemente, el detonante que acabó con este pacto tácito de silencio y vergüenza fue el estreno en 2008 de la película ‘Anonyma’, una adaptación del libro ‘Una mujer en Berlín’. Esta obra es en realidad el diario de Marta Hillers, una joven germana que vivió una pesadilla para sobrevivir a la entrada de los soviéticos en la capital. Se publicó en 1959, pero generó una fuerte controversia en la propia Alemania, pues muchos consideraban que mancillaba la honorabilidad de sus propias madres y abuelas. Dicha absurda reacción favoreció que el secreto se prolongara durante medio siglo más.

Es probable que este sentido del pudor todavía enmascare en Ucrania una realidad aún peor de la que conocemos. Esperemos que los responsables de este infierno paguen algún día sus culpas ante un tribunal internacional. Es improbable, pero no imposible.

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