La llave abstencionista


Publicado en el Diari de Tarragona el 24 de abril de 2022


Las elecciones que hoy se celebran en Francia pueden impactar gravemente sobre el rumbo de la Unión Europea si la aspirante de Rassemblement National, Marine Le Pen, consigue imponerse al actual presidente de la república, Emmanuel Macron. Nos encontramos ante una eventualidad improbable pero no imposible según las encuestas de las últimas jornadas, que arrojan aproximadamente una previsión porcentual 55/45 en favor del actual inquilino del Elíseo. Sin duda, una diferencia tan modesta deja abiertos todos los escenarios en una época electoralmente tan volátil como la actual. ¿Cómo es posible que una candidata de extrema derecha aspire seriamente a ocupar la jefatura de un gran estado europeo en pleno siglo XXI? Son varios los factores que probablemente se conjugan para ofrecer un panorama tan inquietante.

Por un lado, se ha hablado mucho sobre la influencia que la invasión rusa de Ucrania pudo haber ejercido en la primera vuelta. Sin duda, vivimos tiempos complejos en lo social, tras una secuencia de varias crisis de perfil financiero o sanitario, que han dejado a millones de familias occidentales con problemas para llegar a fin de mes. La apuesta contemporizadora de Le Pen frente al Kremlin, muy alejada de la belicosidad antirrusa de sus oponentes, le ha permitido utilizar a su favor los perjuicios económicos que está sufriendo la población como consecuencia de la guerra. Sin embargo, también es cierto que el factor bélico es ambivalente para la derecha radical gala, pues sus coqueteos con Putin no son bien vistos por amplísimos sectores de la ciudadanía: según diversos estudios demoscópicos, la financiación del partido a través de un banco moscovita está golpeando con dureza las expectativas electorales del RN. En este sentido, teniendo en cuenta ambas influencias electoralmente contrarias, sería razonable concluir que el conflicto ucraniano probablemente sea neutro de cara a las urnas.

Sin embargo, existen otros factores que juegan claramente a favor de Le Pen. La sensación de inseguridad que las recientes crisis han introducido en millones de hogares europeos está multiplicando la eficacia electoral de determinados discursos demagógicos, que hasta fechas recientes eran considerados casposamente trasnochados e incompatibles con los estándares de la nueva modernidad. Aquí pueden incluirse muchos de los recursos dialécticos que impregnan el relato de la emergente extrema derecha continental: la reafirmación sentimental del sentido patriótico frente a la amenaza exterior, la apelación al localismo proteccionista frente a un globalismo deshumanizado, la utilización torticera de un miedo creciente e indiscriminado frente al colectivo inmigrante, etc.

También debe destacarse un factor de carácter nítidamente electoral. La ultraderecha gala ha conquistado estas últimas décadas una meta sociológica que muchos homólogos europeos todavía sueñan con alcanzar: dejar de ser un voto emocionalmente clandestino o vergonzante. En efecto, no hace falta echar la vista demasiado atrás para recordar los tiempos en que confesar la apuesta por una candidatura de extrema derecha constituía un tabú en la práctica totalidad del viejo continente. Hoy ya no es así, y son millones los franceses que reconocen abierta y orgullosamente haber introducido una papeleta de Le Pen en los últimos comicios. De hecho, en lo que va de siglo, la derecha radical ha logrado acceder tres veces a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, una amenaza que probablemente se ha minusvalorado por la falsa convicción de que el resto del cuerpo electoral siempre se compactaría en la votación final. Pero ya se sabe lo que ocurre cuando el cántaro va tantas veces a la fuente.

Tampoco debemos olvidar la influencia de una sutil evolución en la formación de Le Pen, que también está comenzando a percibirse en otros partidos equivalentes de la Unión Europea. En efecto, la ultraderecha tradicional francesa tuvo hace décadas un discurso neoliberal en lo económico y ultraconservador en lo cultural, en la línea que normalmente abandera Vox en España. Sin embargo, durante los últimos tiempos, este tipo de relato está variando hacia un modelo de proteccionismo estatalista que probablemente entronca de forma más acusada con los fascismos del siglo pasado. De hecho, en la primera vuelta francesa, el candidato más cercano a Abascal era Éric Zemmour, no Le Pen (aunque, poco a poco, también es posible ver en Vox unas tendencias crecientemente similares a las de Rassemblement National). Este progresivo giro de fondo está multiplicando el respaldo a la ultraderecha en las zonas obreras (ya atisbado en convocatorias precedentes y ahora confirmado de forma clamorosa), frente al apoyo mayoritario a Macron en los barrios pudientes.

Este fenómeno se acrecienta de forma aún más contundente gracias un factor multiplicador añadido y vinculado al perfil del propio Macron. En efecto, las pulsiones antielitistas y antiintelectualistas que han sido claves en varias votaciones en los últimos tiempos (pensemos en la victoria de Trump o el triunfo del Brexit) se ven magnificadas en los comicios de hoy por la imagen de Macron como un presuntuoso de clase alta, formado en entornos privilegiados, con tendencia a la prepotencia y la condescendencia. Esta percepción no sólo otorga a su adversaria una cara más social y cercana, sino que cuestiona la posibilidad de que el actual presidente aglutine el voto antiderechista. Algunos sondeos alertan sobre una amplia bolsa de voto que no apuesta por Le Pen, pero que jamás votaría a Macron. En decir, que la causa de una eventual -aunque improbable- victoria de la candidata de RN no sería su capacidad para lograr un resultado espectacular, sino la incapacidad de su contrincante para captar a quienes votaron por terceras opciones en la primera vuelta. Esta noche sabremos si la abstención se convierte en la llave de la ultraderecha para llegar al Elíseo.

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