Vergüenza de ser europeo


Publicado en el Diari de Tarragona el 27 de febrero de 2022


Haciendo honor a su histórica enemistad con la verdad, Vladimir Putin ha terminado ordenando la invasión total de Ucrania. La administración norteamericana llevaba tiempo advirtiéndolo, pero nosotros fingíamos no creer lo que en el fondo sabíamos que iba a pasar. Los efectos reconfortantes del autoengaño tienen un poder sedante que resulta irrechazable en las sociedades aburguesadas y pusilánimes como la nuestra. Ya lo vivimos en los años treinta del pasado siglo. Entonces pagamos con sangre y destrucción las consecuencias de estos discursos de mural de catequesis, y lo volveremos a pagar ahora con el agravante de haber ignorado unos precedentes de paralelismo evidente.

Todos queremos la paz, sin duda, pero ¿qué es la paz? ¿Acaso es pacífico asumir que el matón continental de turno se salga con la suya cada vez que abuse de su superioridad militar frente a sus vecinos más vulnerables? Ése parece ser el modelo de nuestra Europa pesetera y gallina, que sólo reacciona cuando le tocan el bolsillo. Reconozcámoslo: no somos una comunidad de naciones democráticas en torno a unos valores compartidos, sino una simple organización de funcionarios y comerciantes. Y el dinero tiene una manifiesta tendencia a la cobardía, disfrazada de prudencia, cuando se ve amenazado.

Imaginemos a un acosador de colegio, que amenaza cada día a un compañero más débil en el patio. Los compañeros de la víctima se solidarizan con él y le animan a no sucumbir al abuso. Incluso le invitan a frecuentar un grupo de alumnos que se apoyan y defienden entre sí. Finalmente, una mañana, el gorila le parte la cara al chaval, y sus presuntos amigos le dicen que es una lástima, y que castigarán contundentemente a aquella mala bestia dejando de seguirle en Instagram. Más o menos, es eso lo que hemos vivido estos días. Los países occidentales llevábamos semanas alentando al gobierno de Kiev para que no se dejara pisotear por el Kremlin. Y cuando la invasión se ha producido, todos nos hemos puesto a silbar desviando la mirada, con la desfachatez de sentirnos justificados con unas sanciones económicas que Putin utilizará para limpiarse una zona poco elegante de su anatomía. A todos se nos debería caer la cara de vergüenza escuchando las palabras del presidente ucraniano, Volodímir Zelenski: “Nos han dejado solos”.

En efecto, el gobierno ruso firmó recientemente un acuerdo global con China que amortiguará el impacto de las amenazas occidentales sobre su tejido productivo durante los próximos años. Pero esta operación no es nueva. Ya vivimos algo parecido hace casi una década, tras la invasión de Crimea, cuando Beijing apostó estratégicamente por convertirse en la red de seguridad para el antiguo agente de la KGB. ¿Para qué sirvieron finalmente aquellas sanciones? Absolutamente para nada. A la vista está. Desconozco si la vía militar es la única respuesta efectiva, pero es evidente que las medidas tomadas hasta ahora no lo son.

Numerosos analistas ven en este último ataque un intento de Putin por garantizarse un apoyo popular que favorezca su continuidad (o perpetuidad) en el poder, buscando la compactación emocional que suele derivarse de la exaltación patriótica habitual en la mayoría de conflictos externos. En este sentido, puede que el nuevo zar haya visto en Ucrania lo que Galtieri vio en las Malvinas, o Franco en Gibraltar. Sin embargo, parece que la jugada no le ha salido tan redonda como esperaba, observando la contestación interna que comienza a percibirse entre su propia opinión pública. El regulador oficial de medios moscovita ha tenido que amenazar con represalias para quienes difundan noticias sobre el conflicto que difieran de la versión gubernamental, y mil quinientos rusos fueron ya detenidos el jueves por manifestarse contra la invasión.

Los llamamientos a evitar una escalada bélica desde diferentes ámbitos occidentales son obviamente elogiables y bienintencionados, aunque sería de agradecer una aclaración sobre la alternativa que se propone. Dicho de otro modo, si nos remontásemos a los tiempos del apaciguamiento previo a la II Guerra Mundial, me gustaría saber si los aliados deberían haber permanecido militarmente pasivos ante el violento expansionismo alemán. ¿Es ésa la propuesta para la actual situación? Mientras la población ucraniana está siendo masacrada por las tropas rusas, ¿lo que se espera de nosotros es que unamos nuestras manos y cantemos ‘We are the world’? Porque si es así, celebro el escaso pacifismo de nuestros antepasados, que probablemente nos libró de estar hoy en día desfilando con el paso de la oca, bajo los acordes del ‘Horst Wessel Lied’.

Desmond Tutu afirmó acertadamente que, “si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor”. En este sentido, resulta significativo identificar las voces nacionales e internacionales que están valorando aterciopeladamente la violación manifiesta del orden internacional perpetrada por el sátrapa de San Petersburgo. En el escenario global, el ataque ruso ha contado con la comprensión más o menos explícita de la ya mencionada China, junto con Siria, Venezuela o Irán, todos ellos modelo de respeto por la libertad individual y los derechos humanos. En la misma línea se han posicionado otros dirigentes ejemplares como Viktor Orbán, Marine Le Pen o Donald Trump. A nivel estatal, frente a la contundente condena de nuestros principales partidos, destacan las nauseabundas medias tintas de dos formaciones aparentemente antagónicas, pero que comparten un mismo recelo hacia el sistema democrático liberal: Podemos y Vox. Como decía Leonard Cohen, “a veces uno sabe de qué lado estar, simplemente viendo quiénes están del otro lado”.

La experiencia nos enseña que, en prácticamente todos los campos de la vida, la impunidad de hoy alimenta la injusticia de mañana. Si el sometimiento de Ucrania se consolida, reconoceremos que la fuerza bruta funciona frente al papel mojado del derecho internacional, y pronto padeceremos nuevos atropellos de perfil similar, comenzando por Taiwán. Y nosotros seremos corresponsables.

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