Árbitro Casero


Publicado en el Diari de Tarragona el 13 de febrero de 2022


El sentido común nos dicta que el nivel de conocimiento y experiencia profesional demandado para liderar organizaciones de gran escala suele ser mayor que el perfil requerido para dirigir estructuras con una operativa y volumen de menor tamaño. Normalmente, la preparación mínima para gestionar un pequeño negocio difiere sensiblemente de los requerimientos que se exigen a quien comanda una gran multinacional. En cualquier posición es necesaria una capacitación suficiente, pero coincidiremos en que no es lo mismo coordinar grandes presupuestos con plantillas masivas que ocuparse del día a día en una tienda minorista, dicho sea con todo el respeto y cariño hacia el comercio de proximidad. A mayor volumen, complejidad y responsabilidad, mayor exigencia. Parece lógico.

Esta obviedad se cumple en casi todos los terrenos de nuestro entorno… salvo en la política. Hace unas décadas, el aparato gubernativo tenía en su cúspide a los mejores expedientes académicos del país. Sin embargo, las dinámicas de los últimos tiempos parecen estar caracterizadas por un desplome alarmante de los perfiles profesionales de quienes copan los despachos de nuestras administraciones públicas. Dirigen plantillas con miles de funcionarios y gestionan presupuestos de millones de euros, pero la ciudadanía tiene una creciente sensación de que quebrarían un modesto y próspero establecimiento a las pocas semanas de tomar sus riendas. Lo del “gobierno de los mejores” comienza a sonar a broma de mal gusto. Estos últimos días hemos asistido a tres episodios que parecen demostrar el acierto de esta percepción.

Hace apenas unos días, el despacho de abogados Martínez Echevarría anunciaba su decisión de prescindir de los servicios de su último fichaje estrella, Albert Rivera, quien había abandonado Ciudadanos en pleno naufragio tras el batacazo electoral de noviembre de 2019. El bufete ha justificado la salida porque “su productividad estaba alcanzando niveles preocupantes. Aunque sabíamos de su completa inexperiencia, nos han sorprendido su inactividad, falta de implicación, interés y desconocimiento más elemental del funcionamiento de una empresa. No estamos habituados a discursos vacíos”. Desde un principio resultaba evidente que la firma no había contratado al exlíder naranja por su erudición jurídica, sino por su capacidad de influencia para captar nuevos e importantes clientes. Pero ni eso. Durante su etapa política, Rivera destacó como abanderado del liberalismo económico y gran defensor de la flexibilización de las relaciones laborales, porque cada empresa debía seguir confiando en el trabajador por su talento y esfuerzo, no por la amenaza de tener que abonar una indemnización inasumible. Pues bien, ahora es este mismo tipo el que exige al despacho que le abone sus honorarios hasta 2025. Genio y figura.

También resultaron significativas las palabras pronunciadas por la vicepresidenta podemita, Yolanda Díaz, en una rueda de prensa de la pasada semana: “Me acosté muy tarde el jueves, me levanté muy temprano el viernes... y sigo trabajando”. El tono victimista de su declaración prácticamente sugería su esperanza de que le dedicasen una calle por su hercúlea proeza. Como era de esperar, esta lamentable frase ha sido recibida como un auténtico insulto por millones de ciudadanos, cuya vida ordinaria incluye frecuentemente este tipo de exigentes rutinas. Si añadimos que la autora de la máxima gana cerca de 10.000 euros al mes haciendo “cosas chulísimas”, la ofensa se convierte en toda una provocación, y demuestra qué penoso concepto del compromiso y del esfuerzo tienen algunas personas que nos gobiernan. Por lo visto, los madrugones son para los curritos, no para quienes viajan en coche oficial.

Aun así, la demostración más palmaria del perfil medio que parece imperar entre nuestra clase política probablemente la ofreció un hasta ahora desconocido diputado extremeño. Como todos sabemos, hace una semana, el Congreso debía votar la reforma laboral impulsada por el gobierno de Pedro Sánchez. El último mes había sido testigo de unas angustiosas negociaciones para conseguir el respaldo parlamentario necesario, un zoco de votos que ya se ha convertido en una costumbre desde que las mayorías absolutas pasaron a mejor vida. Las últimas noticias sugerían que la Moncloa había logrado sumar los apoyos suficientes, pero el anuncio sobre la ruptura de la disciplina de partido por parte de dos diputados de UPN parecía condenar la iniciativa del ejecutivo por sólo un voto. Sin embargo, en el último momento, la torpeza del popular Alberto Casero (quien, desde entonces, se ha convertido en un meme andante) acabó decantando la balanza hacia el lado gubernamental. Al margen de la opinión que cada uno tenga sobre la nueva normativa, supongo que coincidiremos en lo patético que resulta que el árbitro final de una reforma trascendental para el futuro de empresas y trabajadores haya sido un tipo que ni siquiera sabe apretar el botón que le mandan.

Ésta es la democracia que tenemos, sumida en una espiral de mediocrización galopante, probablemente debida a que los ciudadanos hemos asistido pasivamente a una progresiva degeneración sistémica que ha convertido a los aparatos de los partidos en los despóticos emperadores del modelo. Ellos diseñan y cocinan el menú con los ingredientes que les interesan, y nosotros sólo podemos decidir entre el besugo, el chorizo o el membrillo. Y si no te gusta, no comes. La asunción de los principios de la democracia representativa (que es, probablemente, el menos malo de los sistemas) no equivale a aceptar esta perversión impune de la actividad pública, cuyos límites de podredumbre están todavía por ver. Afortunadamente, todavía quedan muchos y muy buenos representantes entre nuestra clase dirigente. Sólo falta que sean ellos (y no los charlatanes, los aprovechados y los ineptos) quienes cojan la sartén por el mango.

Comentarios

Entradas populares de este blog

El beso

Una moto difícil de comprar

Bancarrota